Administrar una nación es una tarea compleja. A las necesidades urgentes y las carencias históricas –que deben asumirse como propias– se sumarán las variables del poder; concesiones obligadas, presión de correligionarios y logias, roscas empresariales, esquemas de corrupción vigentes (y tentadores), entre otros.
El entorno de colaboradores, por lo general, a la larga termina jugando su propio partido y cuidando más el cargo que el bien común, lo que también conspira contra una buena gestión, pues esa “gente de confianza” solo expondrá aquello que agrada, en medio de vacíos informes aplicables solo entre cuatro paredes.
Y así, entre el brillo y entusiasmo del poder y los recursos a disposición (factor siempre peligroso), y la ferviente colaboración de los chupamedias, el responsable de la administración pública termina alejado de la realidad, sumergido en una burbuja contraproducente que le impide toparse de “primera mano” con las urgencias que golpean al ciudadano común. O ya no dimensiona su gravedad y alcance, o cae en la peligrosa indiferencia.
Otorgando el beneficio de la duda, algo de este escenario se vislumbra en la actualidad. Hay una crisis en el sistema de Salud y con el transporte público, y pareciera que el presidente Peña “vive aislado”, no reacciona con la fuerza que esperan los afectados y la misma opinión pública.
Las carencias en salud y transporte están “clavando” su administración y podrían terminar produciendo una herida incurable para su gobierno y el creciente repudio de la gente.
Dos problemáticas que exigen del mandatario acciones concretas, potentes e inmediatas, y por las cuales valdría la pena hasta sacrificar decisiones anteriores o enfrentarse con grupos de poder, colaboradores y hasta referentes de Honor Colorado, movimiento político que lo respalda. Y es que lo que está en juego es su credibilidad y capacidad como principal gestor de gobierno.
¿Es suficiente un nuevo hospital (en proyecto) y la ley de reforma del transporte para modificar estas dos problemáticas?
Paraguay tiene factores positivos. Una economía estable y en crecimiento, algo valorable y base para cualquier propuesta de desarrollo. Sin embargo, vayamos a la lógica simple y que debe ser atendida por las autoridades. Un ciudadano podría apreciar la coyuntura macroeconómica y el grado de inversión obtenido a nivel internacional. Pero lo que realmente le interesa es contar con un servicio de calidad en los hospitales públicos y de IPS; con equipos en funcionamiento, insumos y medicamentos; con cantidad de médicos y especialistas suficientes como para acceder a turnos en tiempo y forma; con número de camas que eviten internaciones en pasillos, entre otros. Esa es su urgencia, y se deben conciliar ambas realidades.
El ciudadano común quizás aplauda que al Paraguay se le conozca cada vez más gracias a los viajes de Peña; algo incluso necesario desde una mirada de política exterior. Sin embargo, lo que realmente este ciudadano apoyaría con efusivo aplauso es contar con un servicio eficiente del transporte público; con horarios de circulación que se cumplan, unidades en buen estado y frecuencias adecuadas a las necesidades de la gente y no solo del empresariado; con paradas cómodas y seguras, etc.
La imagen de Peña está debilitada, entre otros motivos porque no ha sido capaz –hasta el momento– de reaccionar con fuerza y marcar una diferencia sustancial respecto al mejoramiento de estos dos servicios fundamentales, y que a la larga podrían convertirse en una especie de “verdugos” de su gestión.
A ellos le agregamos un apéndice vital: La necesidad de transparencia. Peña no debería dejar resquicios para la sospecha. Si hay reclamos contra licitaciones públicas, por ejemplo, no basta con explicaciones entre cuatro paredes para el mandatario. Es necesario una adecuada aclaración ante la opinión pública en tiempo y forma, no solo por estrategia política, sino también –y sobre todo– por respeto a la gente.