Alcanzar estándares internacionales en capacitación e instrucción de alto nivel académico –con el fin de resolver problemas sociales acuciantes– forma parte de las estrategias y herramientas que cualquier grupo humano puede esgrimir para sortear obstáculos, más aún en este tiempo de transformaciones vertiginosas.
Como casi en todos los órdenes, Paraguay mantiene su estatus de rezago en el incentivo del conocimiento frente a otras latitudes; poco se invierte en I+D (Investigación y Desarrollo) y el presupuesto para los estudios avanzados carece anualmente de fuerza para superar vicisitudes, que no sean un mero crecimiento vegetativo de la nómina administrativa o del claustro de docentes.
La Universidad Nacional de Asunción (UNA), que en la fecha alcanza los 135 años de trayectoria, debería ser el bastión y el faro de luz que empuje y dinamice los tímidos ámbitos actuales de debate y propuesta transformadora en escenarios como los foros públicos o la academia, de donde surjan las voces que lideren los cambios nacionales.
Más bien resulta, como institución y con honrosas excepciones, una prolongación del recinto secundario, al no incentivarse el germen de la investigación ni la exposición de resultados, la contrastación de ideas o hipótesis, que lleven a escalar peldaños en el conocimiento y la contribución al mejoramiento de la sociedad, golpeada por una idiosincrasia en la que reflexionar criteriosamente resulta un lujo, y pensar es tarea titánica de pocos.
Nos remontamos a lo pretérito y evidenciamos que el ámbito universitario paraguayo fue el último en gestarse, cuando los demás países ya habían comenzado años atrás en la formación académica de mayor nivel. La última década del siglo XIX vio dar los primeros pasos a la UNA, bien es cierto con una trayectoria hasta principios de la siguiente centuria en que la institución lanzó a la sociedad connotadas figuras que, incluso, fueron orgullo y ocuparon los principales roles en la administración estatal.
Pero como a ningún autoritarismo le gustan los debates ni el discernimiento, transcurrido el tiempo y con la llegada al poder de las facciones castrenses, la evolución del acontecer universitario se volvió involución, se silenciaron las voces disidentes, se desincentivó el quehacer investigativo y la noche cayó sobre el imaginario colectivo, especialmente durante los 35 años de férreo control dictatorial, hasta 1989.
Con la transición hacia la democracia retornaron los aires libertarios y la UNA se desperezó en búsqueda del sendero perdido, pero la problemática socioeconómica y cultural golpeó fuerte, dejando huellas hasta ahora imborrables en torno al atraso en la formación y dramas para insertarse en un mundo de cambio constante, ya que el universitario es el último eslabón de un sistema educativo debilitado, que en sus raíces ya expone inmensas limitaciones.
Estas últimas décadas son el marco del advenimiento de numerosas alternativas académicas frente a la universidad estatal, con una proliferación hasta desproporcionada de ofertas privadas que miran más al lucro, en detrimento de la formación intelectual. A la par, hay facultades de la UNA que directamente son extensiones de alguna seccional, con aduladores y perifoneros que llenan de vergüenza el ámbito académico.
Sin una correcta inversión en recursos ni apuesta a la ciencia, los estudios superiores no podrán contribuir a que la sociedad encuentre mejores días; y menos cuando la UNA se mantiene, por fuerza de las circunstancias, aislada y en compartimientos estancos frente a las discusiones nacionales.