En Paraguay, más de 770.000 personas tienen 60 años o más. Detrás de esa cifra hay una realidad silenciosa: Más de 100.000 adultos mayores viven en situación de pobreza. Envejecer, para muchos, no significa descansar, sino sobrevivir. Mientras la expectativa de vida aumenta, el sistema previsional avanza con señales de agotamiento.
El Instituto de Previsión Social (IPS) es la mayor entidad de la seguridad social paraguaya, pero también uno de los puntos más frágiles del sistema. Así como va, le queda poco más de 20 años de solvencia al fondo común de pensiones y jubilaciones, mientras que la caja del sector público ya está en déficit desde hace 10 años, acumulando cada año el saldo en rojo.
El dilema, por un lado, es que cada año hay más jubilados y menos aportantes, producto de una economía con alta informalidad laboral y problemas en el equilibrio de las jubilaciones de ciertos sectores. Lo peor es que con una estructura tan poco creíble, por los años de corrupción y de malgasto que preceden a esta crisis que cualquier cambio, aunque sea para bien, genera rechazo.
Sin embargo, la realidad es apremiante, menos de una cuarta parte de los adultos mayores accede a una jubilación contributiva, pero seguro la gran mayoría trabajó décadas, solo que sin aportar al sistema, no por decisión propia, sino porque la estructura laboral no lo permitió. La informalidad, que afecta a más del 60% de los trabajadores, es una condena silenciosa. Quienes no aportan hoy, serán los pobres de mañana, aunque tampoco hay garantías para los que aportamos al sistema. ¡Vaya que parecemos acorralados!
El impacto económico de este fenómeno va más allá del IPS. Un país que no garantiza ingresos mínimos a su población envejecida enfrenta menor consumo, menor dinamismo interno y una presión fiscal creciente. El gasto público destinado a pensiones no contributivas, como el subsidio para adultos mayores en situación de pobreza, ha crecido sostenidamente. Aunque cumple un rol social clave, su expansión también refleja la incapacidad del sistema formal para incluir a todos.
La sostenibilidad de las jubilaciones no puede discutirse solo en términos financieros. Es un tema de equidad intergeneracional. Los jóvenes trabajadores de hoy sostienen con sus aportes un sistema que, de mantenerse sin cambios, difícilmente podrá sostenerlos a ellos mañana. Reformar el modelo previsional no es una opción política, sino una necesidad estructural.
Paraguay necesita ampliar la base de aportantes, incentivar la formalización y revisar la eficiencia en la gestión de los fondos previsionales. Pero también debe mirar más allá de los balances contables. Envejecer con dignidad exige políticas integrales que incluyan salud, empleo y programas de envejecimiento activo. La educación financiera y previsional debería empezar en las aulas, para que cada ciudadano entienda la importancia de construir su futuro. También se debe corregir los desequilibrios estructurales o las próximas generaciones heredarán un déficit financiero y una deuda moral con los que envejecieron sin oportunidades.
El desafío es ir contra la cultura del cortoplacismo, de pensar a futuro, de planificar envejecer en Paraguay y de encontrar la forma de garantizar una vejez digna para todos.