07 oct. 2025

Matamos la gallina antes de tener el huevo

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Somos el aliado más importante de Taiwán. Dentro del conjunto de naciones que lo reconoce como una entidad política diferente a la de China Continental somos el más serio (bueno, es un decir). Tuvimos una brillante oportunidad de captar una de las mayores inversiones industriales del Paraguay con financiación y tecnología taiwanesas. Pero… si adivinaron, la cagamos. O al menos todos los indicios apuntan a ello.

El mundo se mueve a base de los semiconductores. Autos, aviones, teléfonos inteligentes, armas, juegos, televisores… Absolutamente todo se opera mediante estos diminutos cerebros electrónicos. Y no hablemos de la robótica ni de la inteligencia artificial, pues ahí la aplicación de la tecnología toma ribetes que escapan a nuestra comprensión actual.

El jugador más importante y estratégico en uno de los más exclusivos clubes industriales del mundo es TSMC. Son las siglas de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company. Esta es una empresa de capital privado, pero es a la vez la Gran Muralla China (en este caso, taiwanesa) contra la ambición anexionista de la China Continental. El valor estratégico de TSMC para la isla es incalculable.

En el fascinante libro, que es un muy bien documentado reportaje periodístico pero que se lee como un thriller, de Chris Miller, llamado La Guerra de los Chips: La gran lucha por el dominio mundial, sin ambages se deja en claro cuál es el papel de TSMC en el mundo de los chips (en el mundo en general, para ser más precisos).

“Apple no produce ni un solo chip. La mayoría los compra ya fabricados… Apple diseña internamente procesadores de alta complejidad para que funcione con el sistema operativo del iPhone. Pero el gigante californiano de Cupertino es incapaz de fabricar esos chips. Tampoco puede hacerlo ninguna compañía de Estados Unidos, Europa, Japón ni China. Actualmente, los mejores procesadores de Apple, probablemente los semiconductores más modernos del planeta, solo se pueden fabricar en un edificio de una compañía. Se trata de la planta más cara de la historia de la humanidad”. Habla así Miller de la Fab 18 y de TSMC.

Agrega, asimismo: “Fabricar y miniaturizar semiconductores ha sido y es el mayor reto de ingeniería de nuestro tiempo. Por ahora no hay ninguna empresa que fabrique chips con mayor precisión que la más comúnmente llamada TSMC”. Para más énfasis, Miller precisa: “Todos dependemos de Taiwán, un país que fabrica un tercio de los chips del mundo. De hecho, la taiwanesa TSMC produce casi todos los procesadores más avanzados”.

Como un dato de color, Miller destaca que ni el Covid paró a TSMC y menos a la todopoderosa fábrica Fab 18. Pese al trabajo a destajo de los taiwaneses, el maldito virus tuvo un enorme impacto en la producción de chips y golpeó una diversidad de industrias con impacto global. Pero hay una amenaza más grande y letal que el Covid: La geopolítica. “China y EEUU luchan por la hegemonía, y tanto Washington como Pekín están obcecados en controlar el futuro de la informática… Pekín nunca ha descartado la posibilidad de invadir Taiwán… Pero no haría falta nada tan aparatoso para torpedear la economía global… Un mero bloqueo parcial de las fuerzas chinas podría tener gravísimas consecuencias. Un solo ataque con misiles contra la planta más avanzada de TSMC podría provocar fácilmente cientos de miles de millones de dólares, si tenemos en cuenta las demoras en la producción de teléfonos móviles, centros de datos, automóviles, redes de telecomunicación y otras tecnologías”.

Este es el tamaño y la relevancia de la empresa con la que podríamos tener algún tipo de acceso preferencial, mínimo pero preferencial, por los lazos diplomáticos únicos de su país y el nuestro.

¿Y qué negociamos con Taiwán? Entre otros ítems, le vendemos carne, con el respeto que se merece la industria, a un país que come casi tanta carne vacuna como India. La porcina tiene más mercado, pero igual es de un tamaño muy reducido. Pero lo peor de todo es que somos una máquina de pecheos vergonzantes. Lo más reciente y escandaloso es el pedido de 8 millones de dólares para arreglar los ascensores del Senado. Ahí solamente primó la visión estratégica de alias Yamy Nal (nacida Norma Aquino) y Javier Vera, alias Chaqueñito, quienes en unos audios se quejaban porque solo un grupo minoritario de senadores iban a probar algo de esta suculenta torta y ellos no. Vaya injusticia.

Para poner en contexto esta tragicomedia hay que tomar en consideración un dato. Al arrancar el gobierno de Santiago Peña hubo una propuesta (no fue con una estridencia ensordecedora, pero se hizo algún ruido) cuasioficial para que Paraguay tenga una planta manufacturera para formar parte de este entramado global de alta tecnología. La idea discutida en los círculos diplomáticos y gubernamentales era que acá se instalara una fábrica que iba a tener como propósito cortar las obleas de silicio. Grosso modo explicaremos que los semiconductores son fijados con procedimiento litográfico en pequeñas plaquetas de silicio. Dichas plaquetas salen de barras del mismo material que deben ser reducidas a un tamaño específico. Esas barras iban a ser cortadas en nuestro suelo.

Una rápida investigación en internet de cuánto saldría una planta de ese tipo da la friolera de entre 500 y 1.000 millones de dólares. Incluso otras informaciones dan un monto de 50 millones de dólares para una fábrica básica. Si una donación de 8 millones de dólares provocó –tras la filtración de un audio sin mano negra aún develada– la expulsión de una senadora y la suspensión de otro legislador, una inversión de 50 millones de dólares provocaría un terremoto en los tres poderes del Estado. No alcanzarían los sobres, dirían los mal intencionados. Ni siquiera hablemos de las otras cifras.

Lastimosamente no estamos para las grandes ligas. La corrupción no nos hace confiables. Nos empobrece.

Una frase atribuida al filósofo Bernardo de Chartes para ver la lejanía de miras, la ambición de la humanidad, dice “somos como enanos aupados a hombros de gigantes”. Tristemente Paraguay es un gigante subido a hombros de enanos. Entrar a un circuito productivo de esta talla iba a ser como tener la gallina de los huevos de oro. Pero ahora no tenemos ni gallina ni huevos, debemos conformarnos con las cáscaras.

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