Como miembro de la denominada Generación X, me tocó ser parte de varias importantes protestas ciudadanas del Paraguay que me marcaron profundamente, sobre todo el Marzo Paraguayo, un oscuro túnel misterioso de hechos violentos que sacudieron al país y lo sufrí en carne propia con un balazo en el trasero.
Aquellas agotadoras jornadas estuvieron cargadas de emociones múltiples, desde la indignación, la rabia descargada en la lucha callejera, la angustia, la tristeza, la incertidumbre y finalmente el éxtasis de una victoria aparente, que en nuestra historia política casi siempre ha sido eso, la apariencia.
La caída de la dictadura stronista lo viví con 10 años, y pese a mi corta edad, no podía dejar de sorprenderme por los rostros emocionados de mis padres y hermanos mayores, las imágenes en la televisión y los diarios, la explosión de júbilo de personas que esperaron años ver el fin de la oscura tiranía stronista.
Estando en el colegio, en el último año, también iba a la noche a un cursillo preparatorio para el examen de ingreso en la Facultad de Ingeniería UNA. Una noche, en plena clase, llegó de sorpresa el padre militar de uno de mis compañeros y lo retiró raudamente, era la noche del intento de golpe de Estado de Lino Oviedo.
Al día siguiente, cuando el presidente Juan Carlos Wasmosy logró evitar el golpe, tras refugiarse en la Embajada de los EEUU, Oviedo debía jurar como ministro de Defensa, pero la ciudadanía se amontonó frente al Palacio de López y evitó que jurara. Esto lo vi por televisión, era la primera victoria ciudadana en las calles de la era democrática.
Como ya mencioné, el Marzo Paraguayo de 1999 terminó marcando como hierro al rojo vivo mi persona, compartí con amigos duros momentos y le dio un giro a mi vida que terminó llevándome a la Facultad de Filosofía de la UNA, un brutal trueque entre los números y las letras.
Allí fortalecí aún más esos vínculos forjados con amigos y enfrentamos otras batallas en el marco de la lucha universitaria, con la toma en la citada casa de estudios a la que le prosiguió la toma de los rectorados de la UNA en San Lorenzo y en Asunción, y una lucha digamos fraticida contra la corrupción universitaria, considerando que había estudiantes que apoyaban a las autoridades y los medios de comunicación no eran tan amigables, un escenario muy diferente a lo que más tarde fue el “UNA no te calles”.
La destitución del entonces presidente Fernando Lugo ya me tomó en el ejercicio del periodismo, y pude ver cómo el ministro del Interior que el propio Lugo había nombrado buscando el favor de los colorados, el ex fiscal general Rubén Candia Amarilla, se encargó de barrer con toda la plaza luego de la sentencia final, con una prensa que advertía posible extrema violencia y muertos para desmovilizar. Sin embargo, la estupidez del nuevo gobierno liberal de Federico Franco provocó una genuina manifestación popular frente a la Televisión Pública que se convirtió en un bálsamo de protesta para los indignados con lo ocurrido.
El también llamado Marzo Paraguayo del 2017 también lo cubrí como periodista y me tocó ver cómo la propia Policía dejó adrede desprotegido el Congreso para el ingreso de manifestantes que terminaron quemando parte del edificio. La Policía luego fue a atacar el PLRA y matar a Rodrigo Quintana. Las protestas en pandemia también fueron muy significativas, y las marchas campesinas son ejemplares siempre.
El fin de semana pasado, se movilizó la llamada Generación Z, y la Policía actuó como si fueran Al Qaeda. Pero quiero resaltar la movilización de las comunidades indígenas, sector más excluido y vulnerado por la sociedad y el Estado paraguayo, ninguneado por los medios, que logró la destitución del presidente del INDI y la reapertura de su sede en Asunción. La protesta es y será siempre el arma genuina del pueblo, falta vencer la apatía, pereza y falta de empatía que caracteriza principalmente al citadino paraguayo.