Conversando con un amigo sobre lo acontecido en Nepal, él sostenía que la herencia católica en Paraguay nos lleva al conformismo y a aceptar los abusos de gobernantes y élites. Su imagen era la de un católico sufriente y resignado. Le respondí que esa visión se queda en el Viernes Santo, cuando Cristo muere en la cruz. La verdadera alegría del católico está en el Domingo de Resurrección: El triunfo de la vida sobre la muerte y del bien sobre el pecado, sentido último de nuestra fe.
El Padre Nuestro es una oda a nuestra pequeñez y a la grandeza de Dios Todopoderoso. Es un canto a la humildad y una súplica de protección. Ese mismo Dios nos hizo semejantes a Él, dándonos libertad y la capacidad de amar, que es la verdadera llave de la felicidad.
Lejos de la imagen de un católico sumiso y conformista, la fe nos vuelve capaces de mover montañas. Claro que se requiere acción: “A Dios rogando y con el mazo dando”. El Evangelio es contundente: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.
En un mundo donde muchos viven del esfuerzo ajeno, debemos recordar el mandato divino: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Esto significa generar riqueza y bienestar mediante el trabajo y no aprovecharse de los demás.
La Palabra de Dios interpela a toda la sociedad, especialmente a quienes tienen más responsabilidad: Líderes políticos, empresariales e intelectuales. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá”. Dios nos pide fecundidad y multiplicar nuestros talentos, poniéndolos al servicio de los otros.
Hoy, cuando nuestro país atraviesa signos de desesperanza, debemos preguntarnos si los líderes realmente ponen sus dones al servicio común o si los guardan en forma egoísta, apropiándose del fruto del esfuerzo ajeno.
Nepal, aunque no católico, mostró que los gobernantes que no sirven a su pueblo terminan perdiendo sus dones. Paraguay, donde el poder político proclama “Dios, patria y familia”, debería escuchar el mensaje evangélico y el clamor de la sociedad que pide responsabilidad y servicio.
Debemos preguntarnos si los líderes realmente ponen sus dones al servicio común
o si los guardan en forma egoísta.