El reciente Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, otorgado al filósofo de origen coreano Byung-Chul Han, conocido por acuñar el concepto de “sociedad del cansancio”, sirve para refrescar su interpretación que hace de la realidad circundante actual, y hacia qué destinos puede dirigirse la humanidad, golpeada por los riesgos de la autoexplotación, la digitalización y la inteligencia artificial.
Como bien lo postuló en su discurso de agradecimiento, frente a los reyes de España, asistimos actualmente a “una sociedad sustentada en la cultura de la autoproducción y la explotación de sí mismo, eminentemente narcisista que expulsa lo diferente y abraza lo igual”. Justamente, en su ensayo La sociedad del cansancio reivindica el derecho al ocio y a la desconexión sana frente al maremágnum de la vida ultraproductiva y el vertiginoso biorritmo de millones de seres, que corren detrás del dinero, muchas veces sin saber para qué.
La exagerada dependencia respecto de la tecnología y sus infinitas posibilidades de engancharse hasta incluso por horas, en una búsqueda incesante de placer y hedonismo, convirtiendo al ser humano en mero engranaje de consumo donde son otros los que se enriquecen, perpetúan la ilusión de generar estado de bienestar, con ingresos suficientes para cumplir con los gustos básicos y más.
Pero a la vez prevalece el riesgo de pasarse de revoluciones en torno a las metas y objetivos en algunas disciplinas o labores, que obligan a los trabajadores a dar más de lo que pueden, a la ilusión del emprendedurismo sin cortapisas y a como dé lugar, ya que las oportunidades están ahí (en el mundo virtual) y solo es cuestión de esforzarse para llegar a los estándares de una vida quimérica, como si todo el mundo pudiera encastrar en esa coyuntura del “buen vivir”.
Uno de los términos enarbolados con mayor énfasis en los últimos tiempos es la plena libertad de la que supuestamente goza quien se atreve a dar los pasos necesarios para aventurarse en el entramado social y escalar los estratos correspondientes. Dice Han en su discurso: “ (…) la ilimitada libertad individual que nos propone el neoliberalismo no es más que una ilusión. Aunque hoy creamos ser más libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen despótico neoliberal que explota la libertad”.
Las fuerzas invisibles que mueven al mundo y colocan a cualquier ser humano como pieza de engranaje productivo, venden la ilusión de hazañas y gestas que llevan al estadio en que la cotidianidad será mejor mediante la incondicional adhesión a causas populistas, de extremismos y sin posibilidad de dialécticas, cuando en la realidad ocurre todo lo contrario: La mansedumbre de las masas, la apatía social y hasta la resignación generan autopistas rápidas para llegar a los despotismos posmodernos conocidos.
“Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, donde todo se regula mediante prohibiciones y mandatos, sino en una sociedad del rendimiento, que supuestamente es libre y donde lo que cuenta, presuntamente, son las capacidades” postula también el pensador de origen coreano, que mamó la filosofía alemana y se expresa en tal idioma.
Autoexigirse, exprimir las capacidades hasta el paroxismo e intentar equipararse con ámbitos tremendamente productivos, con tal de encajar en el entorno, constituyen el caldo de cultivo para perpetrar la llamada sociedad del cansancio, que muy bien describe el ensayista galardonado.
Sobre la digitalización, Han refiere que “estamos interconectados, pero nos hemos quedado sin relaciones ni vínculos genuinos. Lo social se está erosionando. Perdemos toda empatía, toda atención hacia el prójimo”, como corolario de este posmodernismo, llamado también “la era líquida”, en que la alienación y la masificación avanzan muy amenazantes, y nos brinda una riesgosa y creciente distopía.