08 nov. 2025

Efectos de la paz intrapersonal

La paz surge en nuestra intimidad cuando todas nuestras energías personales se relacionan equilibrada y armónicamente. Son muchas nuestras energías personales, múltiples en cada una de las cuatro dimensiones esenciales, que nos constituyen como personas: La biológica corporal, la psicológica, la social y la espiritual. Obviamente, no todas las energías tienen la misma fuerza y poder.

El amor es la energía más poderosa. Por eso, puede suceder y sucede que, aunque fallen ciertas energías, el poder superior de otras compense la ausencia de aquellas y que igualmente se produzca la paz, por ejemplo, en enfermedades o lesiones corporales importantes. La experiencia y la historia demuestran que la energía espiritual y la del amor son definitivas en la generación de la paz.

La paz interior es un estado de ánimo bienhechor (que hace bien) y fecundo, porque genera condiciones biosicológicas, que mejoran el bienestar y la calidad de vida.

La paz personal favorece el estado alfa en las ondas de energía eléctrica del cerebro, que tienen la frecuencia entre 4 y 13 ciclos por segundo; en este estado, se reduce o desaparece el estrés, se dan las condiciones óptimas para el aprendizaje y la creatividad, para la meditación y la contemplación y, como dice el gran epistemólogo Ken Wilber, se alcanza el conocimiento espiritual.

La paz personal ayuda a la autoconciencia, a “darse cuenta de” las propias vivencias incluso de lo más profundo de su interioridad. Sucede algo semejante en el ámbito cognitivo de nuestra estructura psicológica, la paz contribuye a la clarividencia porque hace desaparecer los estímulos distractores que producen la turbación y la preocupación intensa y la ansiedad. La serenidad que aporta la paz, ayuda a pensar con eficacia.

En el ámbito afectivo, el impacto de la paz es más penetrante, afecta más en el proceso de percepción, las emociones y los sentimientos; predispone favorablemente a la acogida y escucha en las relaciones humanas ocasionales y sociales y, con más razón, en las relaciones familiares.

Cuando sentimos necesidades y/o deseos no satisfechos, se dinamiza nuestra psicología, nos motiva y nos movemos en busca de estímulos que los satisfagan y si tenemos paz, esa búsqueda se hace sin ansiedad, serenamente y con predisposición a la esperanza de lograrlos.

En el ámbito operativo, la persona pacífica le encuentra fácilmente pleno sentido a cooperar con el bien común e integrarse activamente en la sociedad, y su paz le dota de un notable poder de magnetismo social; su trabajo es relativamente más eficiente, porque la paz le facilita la concentración, sin distracción ni dispersión de energías por preocupaciones o turbaciones.

Solamente en la paz interior se dilata, se ensancha el espectro de la conciencia; es decir, la capacidad de darnos cuenta de la realidad de lo que existe y sucede en nosotros mismos y en nuestro entorno y, más aún, como dice Ken Wilber, para descubrir el “sentido y el sentido último” de dicha realidad.

Las personas pacíficas crean espontáneamente, por donde van, un clima de comprensión, apertura, diálogo, seguridad, estabilidad, que alimentan la esperanza. Todos los efectos de la paz son positivos. La paz, como el amor y la justicia, son bienes absolutos, lo que quiere decir que son buenos, siempre, en todas partes, para todo el mundo. Coincide que estos tres valores son los característicos del Reino de Dios, que nos ha revelado Jesucristo: Reino de justicia, de amor y de paz.

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