No creo que este mensaje llegue al corazón de algunos miembros de lo que podemos llamar “la casta” de los que viven de cargos, dietas públicas, votos, discursitos mal redactados y peor pronunciados. Es una lástima, están divorciados de su comunidad y, lo admitan o no, esta situación les vendrá como un boomerang con el tiempo. Perder el sentido de pertenencia y de comunidad es perder el sentido común y la perspectiva del bien común a la cual se debe la política, también es dejar el camino abierto a los pescadores de ríos revueltos que pueden canalizar en forma de rabia lo que es impotencia y tristeza en “los comunes”.
Esta pérdida de relación entre los vecinos y las autoridades es aún peor que perder identidad partidaria o faltar a una norma interna ligada a sus cargos. Y creo que vale la pena rectificar.
Esta semana dejó de funcionar una línea de transporte emblemática de los vecinos de mi barrio, el famoso 16. Estuvo envejeciendo ante nuestros ojos, enfermando, quedándose atrás en el sistema, como muchos de sus usuarios que ahora pierden rostro y presencia como paraguayos porque son obligados a desistir de salir de casa, de participar en las actividades de la vida en común.
Ahora le decimos adiós, como quien entierra al abuelo, viendo como las autoridades lo encajonan, sin velarlo, sin reconocer sus méritos… Este es un adiós con pena, pero sin gloria. Y es una metáfora de cómo se va sintiendo mucha gente de a pie ante los tecnócratas, burócratas, funcionarios de planillas, oficialistas y opositores de cartón que desoyen y despersonalizan totalmente a sus votantes, a sus vecinos. Es triste.
Los “usuarios” –que de por sí ya es un término que no hace justicia porque tecnifica a las personas que usan colectivo– forman en los buses que usan habitualmente una relación especial. Y es todo un aprendizaje si se vive con autenticidad. Dentro del bus se forma una comunidad que necesita mantenerse con lo mejor de la civilización, saludo, cortesía, observación mutua, solidaridad, sentido del humor, respeto, consideración y, si es posible, amistad. También se viven dentro, el sentido del viaje, de la compañía hacia el destino. Claro, no faltan los desubicados, los perversos, los indiferentes, pero también ante ellos la comunidad del bus tiene sus mecanismos de defensa fuera del protocolismo estatista que ahoga.
Cuántas veces viví emociones profundas en un bus. Ideas, vivencias, lecturas, enojos, sueños, cansancios, asombros, consuelos y desconsuelos… Una chiquilla que le paga el pasaje a un indigente, una abuela conversando de lo más animada con sus seudonietos de camino hasta llegar al destino y varios dedos y voces del ómnibus indicando a la vez el sitio de su bajada al chofer, con el refuerzo de un silbido, si es posible, para darle a entender al que conduce que ella, la abuela, no está sola. Es verdad que el tiempo cambia, pero la necesidad de reconocimiento, la dimensión social de las personas, siempre requerirá de experiencias comunes.
Mejor les sería a las autoridades reajustar rumbo y prestar atención a los ciudadanos de a pie, porque son ellos los que saben ser amigos en la necesidad.
Ojalá algunos puedan anotar este breve y quizás escueto mensaje: “No destruyan lo que no pueden reconstruir para mejor, porque la vida tiene sus remedios yuyos amargos para curar el alma de los cínicos, se llama experiencia personal de la precariedad de nuestra condición, de la enorme necesidad de reciprocidad y de consideración”… Adiós y gracias a la línea16 por los servicios que nos prestaron durante tantos años, que sea más bien un “hasta pronto”, nunca se sabe, amigos.