CAPIIBARY
Cansados de las promesas incumplidas de las autoridades locales y del Ministerio de Salud Pública, pobladores de la comunidad de Potrerito, distrito de Capiibary, Departamento de San Pedro, de común acuerdo decidieron desalojar el predio donde operaba de manera provisoria el puesto de salud y trasladar en ancas los muebles al antiguo local de madera que está a punto de colapsar.
Esta acción forma parte de una medida de presión de los vecinos para tratar de conmover a las autoridades del Gobierno. El intendente local dijo que ellos no pueden hacer nada sin la debida autorización de la cartera sanitaria de Estado para levantar un nuevo puesto de salud.
Mujeres, hombres, ancianos y niños caminaron sobre la ruta PY03, arrastrando mesas, camillas y bancos del puesto de salud que los atendía desde hace más de cuatro años. Lo hicieron a pie y en carretas, recorriendo poco más de un kilómetro y medio hasta llegar al antiguo local de madera, construido en 1992, que hoy está consumido por las termitas y las malezas, a punto de caerse a pedazos.
El puesto de salud fue desalojado por falta de pago del alquiler, pues a decir del propietario de dicho inmueble, decidió recuperar su vivienda porque el Ministerio de Salud Pública (MSP) “nunca cumplió su palabra” de construir nueva Unidad de Salud Familiar (USF).
Durante todos estos cuatro años, los vecinos escucharon promesas. Les decían que el proyecto ya estaba aprobado, que el terreno estaba listo, que “pronto comenzarán las obras”. Pero nada ocurrió.
Hoy, las camillas descansan entre maderas podridas. Los muebles, que antes estuvieron bajo techo, ahora están en un edificio que se desmorona. Las paredes de tablas están carcomidas por termitas, el techo gotea, el piso se hunde, y el viento sacude las láminas oxidadas del viejo tinglado donde ahora deberán atenderse miles de personas.
Más de 5.000 habitantes de ocho comunidades rurales dependen de ese puesto de salud. La mayoría vive lejos, sin caminos en condiciones y sin recursos para trasladarse hasta otro centro asistencial. Allí, en Potrerito, el servicio se sostiene con el esfuerzo de apenas dos licenciadas en enfermería que hacen lo imposible por brindar atención, mientras un médico llega solo una vez por semana. “Somos paraguayos, no animales. Merecemos tener salud, merecemos respeto”, exclamó Cantalicio Frutos, mientras cargaba sobre su espalda un banco del consultorio.
“Aquí la gente muere porque no puede pagar un pasaje hasta otro hospital. Lo único que se da es ibuprofeno y vacunas, nada más”, añadió.
Las imágenes del traslado parecían sacadas de otra época: Carretas de madera chirriando por el camino de tierra, niños empujando camillas, mujeres cubriendo con mantas los equipos médicos para que no se llenen de polvo.