18 may. 2025

Un grito de integridad

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Veinte días después de la muerte del papa Francisco, otra muerte impactó en la región. La de Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay y referente principal de la izquierda, aunque de admiración universal por la impronta ética en la gestión política. Su vida austera, democrática y honesta superó todas las fronteras ideológicas.
Por eso su partida generó tristeza, pero a la vez agradecimiento por el legado que deja al mundo. Hasta el más conservador se rinde ante su figura, porque como Nelson Mandela comparte el mismo pasado de lucha contra la dictadura, las infrahumanas condiciones de la cárcel, y al recuperar la libertad emprendió, como el líder sudafricano, el camino del diálogo y la reconciliación para hacer del mundo un mejor lugar. Sin duda, la mayor admiración fue la integridad con la que encaró la gestión política.

El Pepe, considerado el presidente más pobre del mundo por el estilo de vida que eligió aún estando en la máxima cumbre del poder, fue un disruptor que descolocó a sus propios compañeros. Cuando fue electo presidente rechazó vivir en la residencia presidencial y prefirió seguir en su casa humilde que se convirtió en una especie de templo hasta donde peregrinaban las figuras políticas de todo el mundo. En tiempos en los que la coherencia política es una quimera, encontrar a un político consistente con sus ideas es una verdadera novedad. A pesar de su vida austera, él no se consideraba pobre.

“No soy pobre. Soy sobrio. Pobre es el que necesita mucho”.

Hasta Santiago Peña, en las antípodas ideológicas, fue a visitarlo. “Como presidente joven, es un honor poder sentarme a reflexionar con alguien que ha dejado una huella tan profunda en la política y la sociedad”, había señalado.

Muchos analistas destacan que a pesar de sus críticas al capitalismo, no desconocía su aporte al desarrollo, sin olvidar que es la gran causante de la desigualdad. Otro tema que lo destacaba era su capacidad crítica hacia los autoritarismos de izquierda, lo que elevaba su legitimidad como líder al evitar el corporativismo.

Tuvo grandes diferencias con Nicolás Maduro. “Lo que me revienta es cuando juegan a la democracia y hacen elecciones. Y, según el resultado, lo altero, hago fraude o me mando una cagada”, había opinado refiriéndose al régimen del venezolano. Con Nicaragua fue aún más duro. “Quienes ayer fueron revolucionarios perdieron el sentido de la vida. Hay momentos que hay que decir: ‘Me voy’”, había dicho en referencia a la dictadura de Daniel Ortega.

UN FARO ÉTICO. ¿Por qué los otros presidentes uruguayos de la misma línea ideológica de Mujica no tienen el mismo impacto en el mundo? Porque Mujica fue más allá de la gestión político-administrativa y dedicó cada minuto de su vida a la defensa de los derechos, a hablar en modo sencillo del futuro, de la felicidad, que la vida no es una carrera materialista sino tiempo de calidad para disfrutarla. Y se dirigía especialmente a los jóvenes. A pesar de ser ateo, fue respetuoso de las creencias religiosas.

En una entrevista le preguntaron por su admiración al papa Francisco y qué tenían en común. Lo destacó como un modernizador de la Iglesia y su afán de volver a las bases, de humildad y compromiso. Agregó que Latinoamérica es profundamente católica y que él no quería divorciarse de su pueblo.

LO QUE DEJA. Cuando murió Mandela, el mundo lloró su partida. Dejó un legado de justicia, libertad e igualdad. Lo mismo pasó con el papa Francisco, un líder transversal que será recordado como el pastor con olor a oveja, austero, inspirador, terrenal, cercano, humilde y sencillo que puso en primera persona a los pobres y marginados, mientras pulseaba a los poderosos. Mujica fue para la izquierda una referencia de honestidad, sobriedad, sabiduría.

Sus posiciones, sus discursos, su avidez por la igualdad social lo convirtieron en un referente mundial, más allá del progresismo. Las reacciones en las redes sociales, la tristeza manifestada en millones de posteos, la recordación de su vida austera e íntegra señala a gritos lo que la sociedad clama de sus gobernantes, especialmente en estos tiempos de alta conflictividad, de idolatría a los corruptos, donde el individualismo impera con crueldad y el neofascismo retorna con gloria.

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