Dicen y dicen, y se burlan del pueblo con tanta negación de la realidad de un pueblo que está pasando hambre, que no tiene acceso a un puesto de trabajo digno y menos a salarios acordes con esta era de la inflación. Todo lo contrario a lo que la clase política accede y que por ello viven en esa eterna negación.
Y a toda esta desidia, pobreza y explotación laboral diaria se suman las deficiencias en el sistema de salud pública, una materia pendiente de este y todos los gobiernos anteriores.
Hace semanas viví en carne propia las falencias una salud pública “insensible”.
Cuando las personas viven en carne propia las humillaciones y maltratos verbales por parte de funcionarios que fungen de que resguardan los servicios desconocen completamente la empatía, y el sistema de salud pública se convierte en un espacio insalubre para la salud mental.
Con ver los maltratos, la escasa información del paciente que proporcionan a los familiares, la desesperación por conseguir dinero para comprar hasta leucoplast, se entiende la indignación de las personas que denuncian cada día desde negligencias hasta maltratos en servicios de salud pública.
La información adecuada y precisa pareciera que no forma parte de la calidad y calidez del sistema de salud en un hospital público.
El sistema está quebrado desde sus raíces. Los médicos están sobrepasados por un sistema colapsado y al final la cadena se rompe en el eslabón más débil: el paciente y la familia.
Con estas situaciones cotidianas de desabastecimientos y funcionarios prepotentes en hospitales públicos, que normalizamos y que incluso culpamos a los usuarios, lo único que incentiva es que sigamos permitiendo un avasallamiento a los derechos. De esta manera, el discurso de calidad y calidez se diluye fácilmente porque las palabras sin acciones no sirven.
Al bajón emocional, la sensación de incertidumbre, a la ansiedad se suman esos gastos de bolsillo, que se sostienen mediante la solidaridad, y esa vivencia en esas salas de estar no son solo el purgatorio, sino el mismísimo infierno.
A los discursos de atención con calidad y calidez, se los devoran los actos de prepotencia de funcionarios que creen que con maltratos van a enterrar o impedir la indignación o el requerimiento de un trato digno e información adecuada u oportuna del paciente.
Los discursos de calidad y calidez no sirven cuando los servidores públicos gozan con el maltrato a los usuarios. Y se ríen cuando se reclama un trato adecuado. Y no termina ahí: se empecinan en hacer la vida imposible a aquel que se tomó el tupé de no permitir un maltrato.
Cuando la indignación desaparece o se adormece, estamos condenados a recibir maltratos y humillaciones y pugnar por migajas en salud pública.
Que te cuenten que a regañadientes que la persona siempre maltrata gente es grave. Y más grave que mantengan a alguien con su perfil en un espacio sensible es doblemente grave. O no se denuncia o se normaliza el maltrato.
Que los reclamos sean colectivos y que los gritos de desesperación sirvan para que finalmente podamos acceder a un servicio de salud con calidad y calidez. Que el “vamos a estar mejor” sea para todos y todas.
¿Acaso no basta con mendigar atención?, ¿no basta con sufrir las carencias de insumos en hospitales públicos?, ¿no basta con sufrir penurias y largas esperas porque todo el sistema está colapsado?
Que el silencio y la indiferencia no se apoderen de nosotros para poder reclamar mejores condiciones de salud pública, trabajos, salarios dignos y una mejor salud pública.