18 abr. 2024

Las ishir que tejen naturaleza

Para las artesanas ishir, tejer karanda’y representa invertir mucho tiempo, pero ganar poco dinero. La falta de mercado no es un impedimento para continuar con esta práctica ancestral. Tejen pese a las adversidades. Las ishir de Karchabalut y Puerto Pollo cuentan el desafío de mantener la tradición.

A Bernarda Vierci, de 54 años, le gusta tejer las hojas de karanda’y. Los dedos morenos sostienen con delicadeza la materia prima seca. Trenza el follaje para armar la base del individual de forma ovalada en el cual trabaja, minuciosamente, hace cinco días, con una dedicación diaria de tres horas. Ella es una artesana del pueblo Ishir.

Bernarda –morena, de mediana estatura y robusta- viste una remera de color amarillo claro y un short de jeans. Lleva el pelo recogido. Suda. No se detiene, pese al calor intenso. Ella apura el tejido para ofrecer a un paraguayo -así llaman a los que no son de la nación Ishir- que llegó a la comunidad Karchabalut, que está ubicada a 20 kilómetros de Bahía Negra, en el Departamento de Alto Paraguay.

Lea también: Vida de una lideresa indígena en el Pantanal paraguayo

La artesana toma delicadamente una tira fina de una de las hojas, que miden casi 50 centímetros. Es larga. Todas las fibras están envueltas en una remera vieja de algodón de color rojo que coloca en su regazo. La tela sirve para que no se seque la materia prima y no se rompa al intentar unirla con la otra pieza del follaje. Algunas cintas son gruesas; otras finas, de color crema pálido. Una es para envolver y otra para que forme parte del centro del hilo natural.

Las manos se mueven ágilmente. Ella se concentra, habla, pero no pierde el ritmo del trabajo. Utiliza cada tira para armar un tejido similar al crochet. En este caso, no emplea hilos ni agujas como en la técnica francesa. La mujer ishir usa los dedos para tejer. Bernarda también sabe hacer crochet.

-La vez pasada, estaba tejiendo y mi hijo me dijo: ¿Para qué hacés? Después vino visita y pude vender bolsón, individual y una panera.

Sintiéndose victoriosa, mira a Alcides Acuña, su hijo de 29 años, y con una sonrisa pícara, deja ver su satisfacción por el triunfo. El joven moreno solo atina a sonreír, como en señal de derrota, ante la evidente victoria de su madre.

Bernarda teje naturaleza hace 25 años. Es una práctica tan antigua que el conocimiento se transmite de generación en generación. De mujer a mujer.

Arriba. Abajo. Arriba. Con las manos, hace que el follaje de karanda’y siga un trazado y se forme el lienzo natural. Con paciencia, une cada tira y crea el individual. Hay patrones. Figuras. Colores. Para darle un toque rústico, utiliza el guembepí, un tallo de color marrón que se agrega entre el tejido.

El calor no perdona y el termómetro marca más de 37 ºC, a mediados de setiembre, en Karchabalut. Bernarda conversa y hace artesanía bajo la sombra de un techo de chapa a la vera del río.

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Isidora Valdez posa junto a la pantalla que logró vender a un turista.

Isidora Valdez posa junto a la pantalla que logró vender a un turista.

Irma Oviedo

Isidora Valdez, de 63 años, corre a recibir a la visita inesperada que llegó hasta Puerto Pollo. Sonríe. Saluda con besos y abrazos a las personas, como si las conociera desde hace años. Sorprende con el gesto muy amable. La estrategia es ofrecer pantallas y canastas de karanda’y.

-Es difícil vender, pero yo vendo barato. No llega gente –dice. Como no hay un mercado artesanal en la zona, las ishir aprovechan cuando los turistas visitan la comunidad para ofrecer el producto, como en el caso de Isidora.

Los paraguayos no logran negarse a tan amable gesto. Compran dos pantallas y un canasto a solo G. 10.000 cada uno. Ella –una mujer delgada que aparenta más años de los que tiene– queda feliz tras vender el producto artesanal.

La artesana obtuvo de ganancia G. 30.000 para comprar comida. En el Chaco Pantanal, los costos de los alimentos casi se duplican en comparación con la capital asuncena.

Con la venta de la artesanía, por ejemplo, Isidora solo podrá comprar un litro de leche en cartón que cuesta casi G. 8.500, un paquete de galleta por G. 5.000, medio kilo de azúcar por G. 4.000 y un kilo de yerba por G. 8.000, según precios de algunos locales comerciales en Bahía Negra.

Estos son los ingredientes para preparar cocido; en caso que invierta para la compra de estos insumos. Entonces, solo tiene para el desayuno y la merienda para dos personas, que le puede alcanzar por solo dos días, o más, si racionaliza el consumo. Del total, solo le sobran G. 4.500.

Ishir en 360

Ella vive hace dos años en Puerto Pollo. Antes, residió en Puerto Diana, ubicado a tres kilómetros de distancia. Isidora aprendió sola la técnica, asegura. Una pantalla hace en solo un día, se jacta Isidora. Ella habla poco, está más interesada en vender. La falta de mercado se nota en sus ganas de solo ofertar la pantalla y la panera. Está ajena a la curiosidad de los visitantes.

En Puerto Pollo, solo están cinco familias. Según el III Censo Nacional de Población y Viviendas para Pueblos Indígenas (2012), seis años atrás, allí residían cinco mujeres y 18 varones. Hoy, se los cuenta con los dedos de la mano. Son pocos.

Puerto Pollo, tal vez, hace honor a su nombre, por la gran cantidad de gallinas que recorren el patio, en un paisaje tan imponente con el río de fondo. Los detractores dicen que el nombre, en el idioma ishir ybytoso significa mbopi kua en su traducción al guaraní, pero los ilustres paraguayos bautizaron la localidad con un nombre simple, relataron algunos pobladores.

El predio está ubicado a orillas del río Paraguay, con solo cinco casas en un terreno de 900 hectáreas, que aún no tiene título. La comunidad dispone de un generador, pero no funciona. Le falta aceite, que no consiguen comprar por falta de recursos económicos. Cultivar es difícil. La huerta se perdió a causa de la crecida. Solo queda la pesca para el sustento y consumo.

Isidora Valdez es una de las pocas mujeres –casi podríamos afirmar que es la última– que sigue tejiendo en Puerto Pollo a la vera del río Paraguay.

Las Ishir que tejen naturaleza

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Bernarda Vierci es una de las artesanas que resiste en Karchabalut, una comunidad indígena que también es conocida como Puerto 14 de Mayo. El nombre del pueblo está en el idioma ybytoso y significa concha de caracol. En el terreno se encuentran grandes cantidades de ejemplares de esta especie.

El terreno está ubicado a 20 kilómetros del distrito de Bahía Negra, en Alto Paraguay, en las puertas del Pantanal paraguayo. En ese mismo punto, el río Paraguay marca la frontera con Brasil. La distancia desde Asunción hasta la zona chaqueña es de 863 kilómetros. Si a esto le sumamos 500 kilómetros más, es la misma distancia que se recorre desde Asunción hasta Buenos Aires, Argentina, por dar un ejemplo de la lejanía de la ubicación.

A orillas del río Paraguay, habitan 10.500 hectáreas pertenecientes al pueblo Ishir Ybytoso, de la familia lingüística Zamuco. Es uno de los 19 pueblos indígenas del país. El terreno ancestral es extenso. Una hectárea se estima que mide una cancha de fútbol. Haciendo el cálculo, podríamos visualizar en el territorio más de 10.000 canchitas, como una manera de graficar la extensión de la tierra.

Hace seis años, la población era de 97 personas, según el censo. Hoy, son menos. Hay 34 familias. Migraron a otras zonas chaqueñas debido a las precariedades como poco acceso a salud, educación, falta de caminos y de mercado para la venta de pacú, dorado y piraña. También, por la crecida del río Paraguay, que incide en la escasez de pescados y que divide en dos el terreno. La pesca para la venta y el consumo es una de las actividades principales de los ishir.

Este pueblo es liderado por una mujer: Nanci Vierci, de más de 40 años. Hace una década, ayuda a resolver las necesidades, conflictos internos, organiza la venta de pescado y se encarga de repartir las ganancias.

La lideresa mira atenta el horizonte sobre el río Paraguay. Intenta mantener el hilo de la conversación, pero su espíritu de vigía impide seguir una charla durante varios minutos seguidos. Ve un bote acercarse con personas extrañas y corre hacia ellos.

Nanci se encarga de cuidar celosamente la tierra, que está acechada por el avance de la crecida y por la erosión, que avanzó 15 metros en 12 años, a causa de los barcos de gran tamaño que cruzan con frecuencia, relata.

La riada partió en dos al pueblo e inundó algunas casas en Karchabalut.

La riada partió en dos al pueblo e inundó algunas casas en Karchabalut.

Irma Oviedo.

Una riada divide en dos al pueblo. Nanci Vierci se quita los zapatos y cruza el charco. Camina con normalidad. Un paso. Otro. Ingresa al agua. El barro lo siente blando, viscoso y fresco en los pies. Camina. Se hunde. Los renacuajos rodean sus pies. Pero no se detiene, y así llega al otro lado para visitar a las familias asentadas lejos de la costa.

El agua bajó, pero a un adulto le llega hasta las rodillas. De esta manera, se dificulta la llegada de turistas a la localidad para la venta de artesanías y pescados. El río se convierte en la única entrada segura. La crecida y el poco acceso hasta la comunidad, con vías estrechas, obligan a muchos a huir y a otros a no entrar. Los caminos son poco accesibles. Si llueve, no hay manera de llegar, solo por el río.

Divididos y aislados, así están constantemente en Puerto 14 de Mayo. Los Ishir viven así en épocas de creciente que se repiten, esta vez, después de cuatro años. Las casas en ambos lados están construidas de postes de karanda’y. Ocupan el verde del territorio a orillas del río. Árboles rodean toda la zona. Aves. Cabras. Vacas. Los loros cotorrean sin parar. Hasta dos avestruces habitan el predio.

- ¡Es malo y te picotea! –advierten los ishir a los turistas.

En la comunidad hay una escuela con dos piezas. En plurigrado, los niños dan clases en su idioma ybytoso. Los alumnos de distintas edades y cursos aprenden junto a otros, pero en una sola aula. No tienen un puesto de salud en la comunidad.

El suministro de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE) no llega hasta la localidad. Tampoco la provisión de agua potable. Usan agua de lluvia o tienen que depurar el líquido del río con sulfato de sodio para el consumo. Un generador es el único que da energía eléctrica a algunos hogares. El principal equipo que se conecta es el congelador que conserva 160 kilos de dorado y pacú.

-Nosotros no dejamos la comunidad porque la tierra es gratis- cuenta Nanci con la mirada fija en el horizonte azul.

Las aves revolotean en un poste en la zona inundada.

Las aves revolotean en un poste en la zona inundada.

Irma Oviedo.

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El karanda’y (Copernicia alba) es la planta que usan las artesanas como materia prima. Es una palmera que puede alcanzar hasta 20 metros de altura. Tiene grandes hojas en forma de abanico que llegan a medir 70 centímetros de largo. La madera es muy resistente, tiene un color gris y, generalmente, se usa para postes del tendido eléctrico o para la construcción de casas.

La recolección de las hojas está a cargo de los hombres, solo de ellos. Los indígenas varones deben buscan un tamaño mediano de la palma, para poder extraer la materia prima sin problemas. Recolectan las hojas del palmar y las llevan hasta la comunidad.

En gran parte del Chaco Pantanal se observa el karanda’y, el problema es que está ubicado en terrenos privados, lo que dificulta la recolección para el uso en la artesanía. A veces, los indígenas deben pedir permiso para ingresar a las propiedades privadas, cuando las plantas en buenas condiciones ya escasean en Karchabalut.

Las mujeres cortan cada fibra; finas y anchas, y las dejan secar al sol durante tres días. No tanto para evitar que se rompan con facilidad. Después, está listo para el tejido.

-Si el tiempo se mejora, hay que ir a aprovechar para cortar la palma para secar. En dos a tres días se seca -relata Nanci Vierci.

Un canasto puede llevar tres a cinco días de intenso trabajo, con una dedicación de tres horas diarias. El monto es de G. 40.000 y requiere hasta 15 horas de trabajo durante cinco días. ¿El precio es acorde al tiempo de trabajo? Tal vez no. Pero les urge vender a precios accesibles.

El guembepí es otra materia prima que se usa para la cestería, pero escasea a causa de la deforestación de los bosques, cuenta la antropóloga Nélida Otazú, que estudia el aspecto cultural de los Ishir.

Es como una liana que primero se hierve en agua para quitarle la suciedad y extraer la especie de cinta que después se lustra con un poco de aceite para que brille y se destaque en la artesanía. Esta rama también es recolectada solo por los varones, que se surten del bosque para conseguir la materia prima para la cestería.

-Los hombres, para recolectar, deben ingresar al bosque. Tienen que caminar como siete a ocho kilómetros. Desde la cosmovisión indígena, toda la tierra les es útil- afirma Otazú, mientras muestra la cestería.

La actividad principal de las mujeres consiste en la venta de artesanía; una rama que está regulada en el artículo 4º de la Ley N° 2448/04 de Artesanía. En el documento, se define a la habilidad manual como “toda aquella actividad económica de creación, producción, restauración o reparación de bienes de valor artístico o popular, así como la artesanía indígena, siempre que tales actividades se realicen mediante procesos en los que la actividad desarrollada sea predominantemente manual y que el producto final sea individualizado y distinto de la propiamente industrial”.

En el caso del uso de la palma, la legislación se centra en la tala para la comercialización. No hay registros con relación al uso de la hoja, que es la materia prima. El Instituto Forestal Nacional (Infona) en la Resolución Nº 1366/2011 “Por la cual se establece un régimen de aprovechamiento de la especie Copernicia alba, karanda’y para la Región Occidental”, en el artículo 4 dispone que el diámetro mínimo de corte será de trece (13) centímetros, y un máximo de aprovechamiento de 50 (cincuenta) individuos maduros por hectárea.

Para los Ishir, el bosque aporta un bien y servicio para las artesanas, que tienen como principal materia prima la hoja de la palma.

-Esas comunidades le generan funciones, una función de provisión, regulación y soporte de hábitat para pueblos y biodiversidad -cuenta Enrique Bragayrac, consultor e investigador de patrimonio cultural y natural.

El servicio ecosistémico que les otorga la naturaleza son las hojas de karanda’y, que se convierten en centros de mesa, canastos, pantallas y sombreros.

-Cuando hablamos del servicio que presta el bosque, tiene que ver con el conocimiento ancestral del mismo. Son comunidades con relación dialéctica con el bosque muy profunda. Es muy importante que exista un bosque para un servicio de provisión.

La madera se emplea bastante para postes del suministro de energía eléctrica. Cada vez, se cortan más y escasean en las tierras ancestrales.

-A veces un solo árbol no provee todo. Los Ishir tienen que ir muy lejos porque ya no tienen bosque. Muchas veces, tienen que pedir permiso para entrar en propiedades privadas. Hay mucha demanda y competencia. También hay pérdida de bosques. Sin bosques no hay artesanía -explica Bragayrac con cierto aire de advertencia.

Mientras, los indígenas deben recorrer cada vez más kilómetros para obtener buena materia prima para la cestería.

<p>El karand'y mide hasta 20 metros de altura y tiene hojas de hasta 70 centímetros de largo.</p>

El karand’y mide hasta 20 metros de altura y tiene hojas de hasta 70 centímetros de largo.

Irma Oviedo.

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Sale el sol a las 06.06 en Puerto 14 de Mayo, en las puertas del Pantanal paraguayo. Bernarda puede hacer cestería con el karanda’y solo en la mañana, porque las hojas se secan a más de 35º grados.

-Si el sol es más caliente no se puede hacer, porque se rompe todo- explica Nanci Vierci.

Las artesanas elijen la sombra de la casa o de un árbol para tejer. Juntas o solas. Bernarda le dedica casi tres horas diarias a la labor porque también debe encargarse de las tareas hogareñas, como cocinar, lavar ropa y limpiar. Ella tiene tres hijos, solo Alcides vive con ella, los demás se independizaron.

Los hijos fueron criados con la abuela porque tuvo que migrar a Asunción en el año 2000 para trabajar de cocinera en la casa de una familia, en el barrio Jara. En aquel entonces, la venta de artesanía no alcanzaba -para el sustento. Tampoco hoy. El comercio de la cestería permite un ingreso mínimo para costear el día a día y representa un aporte importante para la economía familiar.

-Estoy cocinando. Dejo. Y vuelvo a hacer -relata Bernarda sobre su día a día. Antes, entró en la cocina a fritar pacú para el almuerzo. El rico olor inunda el ambiente. El pescado será el almuerzo.

-Casi la mayoría son artesanas. Las jóvenes todavía no hacen -cuenta. Pocas mujeres persisten en la tarea de hacer cestería.

Las mujeres también usan karaguata para hacer bolsones. Es otra planta típica de la zona. El tejido de la fibra lleva más tiempo y trabajo que tejer la palma. Por ejemplo, hacer un bolsón tarda casi 12 días, requieren 92 metros de hilo de karaguata, que se extrae de más de 12 plantas. Finalmente, el precio para vender es ínfimo. Entonces, las mujeres optan por el karanda’y, que tiene menos tiempo de dedicación y se vende con más facilidad.

Nanci Vierci es optimista. Ella cree que hay artesanía para rato, para años o, tal vez para siempre.

-Las artesanas no van a terminar porque ellas son parte del territorio. Tienen que continuar.

<p>Bernarda Vierci hace el individual de karand'y con mucha prisa</p>

Bernarda Vierci hace el individual de karand’y con mucha prisa

Irma Oviedo.

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La temperatura sube en Karchabalut. Son las 10.05. Claudelina Vera, de 24 años, se sienta sobre una silleta de madera, casi en cuclillas, bajo la sombra de un árbol, frente a la casa de madera de karanda’y.

Está rodeada de los hijos mientras teje. Hace calor, pero ella no se detiene. Las gotas de sudor se notan en su rostro. Trabaja concentrada en un canasto, mientras su pequeña hija se recuesta por ella. Viste una remera de color lila y un pantalón largo. En su regazo, tiene la materia prima envuelta en un pedazo de tela blanca.

Sonríe. Parece que no entiende bien el castellano. Se comunica con Nanci Vierci en el idioma ybytoso. Hace una mueca a cada pregunta insistente y mira a Nanci, que hace de traductora. Se escucha la lengua ybytoso y la charla es solo entre ellas.

Claudelina intenta conversar en castellano, pero no lo logra. Explica con palabras cortas que está haciendo un canasto. Se concentra y sigue con la artesanía. Está apurada. Hoy hay visita en la comunidad, y no quiere perder potenciales clientes.

<p>Claudelina Vera teje bajo la sombra a orillas del río Paraguay.</p>

Claudelina Vera teje bajo la sombra a orillas del río Paraguay.

Irma Oviedo.

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Avelia Varela -madre- enseñó a Bernarda Vierci la técnica cuando tenía 20 años. La destreza ancestral que se transmite de generación en generación se adquiere a partir de los 7 años, mediante la práctica. Asimilar esta habilidad puede extenderse hasta que la niña alcance los 10 años.

-Da gusto. Cuando uno aprende, ya está todo en la mente.

Canastos, individuales, pantallas o cestas hace con frecuencia. Lo único que no aprendió Bernarda fue a tejer el sombrero, porque es difícil, asegura.

La crecida inundó su casa. Hoy, ocupa una pieza que le cedió Nanci Vierci, la hermana.

-Esta es la magia -dice– mientras muestra el molde para una pantalla. Para hacer el tejido, se usa toda la rama. Todo en uno. No se corta nada. Se usa la hoja entera y se arma la estructura de algo tan tradicional en el uso en los hogares de los paraguayos.

-A ella le gusta tejer pantalla, sombrero. Mi mamá hace tejido más fino –recuerda, en tiempo presente, a la madre que falleció el 21 de marzo del 2018. Antes, enseñó a Bernarda las técnicas del entramado más significativo dentro de la cultura indígena.

Existe poco interés de los jóvenes para seguir con la práctica ancestral, porque no las ayuda a salir de la pobreza. La falta de mercado es lo que no inspira –tal vez– a las nuevas generaciones. Trabajar días y horas, y no concretar una venta en semanas, es un panorama desalentador.

Antes, las artesanas tejían para hacer utensilios para el hogar, como los canastos y los bolsones de karaguata. Ahora, representa parte de la economía y mano de obra femenina.

Nanci cuenta que hay muchos proyectos, pero sin avances. El Museo Verde, que se inauguró en el 2016, ahora está lleno de polvo. Olvidado. Adentro se guardan muchas cantidades de fibra de karaguata que nunca se usaron para tejer, afirma Nanci Vierci, mientras muestra las cajas llenas de materia prima. Las mujeres artesanas esperan que se pueda reimpulsar el proyecto de la venta de bolsones (Kosyrbyk).

Pero, entre promesas, las artesanas siguen tejiendo en Karchabalut.

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Las mujeres viajan con frecuencia hasta Puerto Murtinho, Brasil, para intentar vender cestas, pantallas y bolsones. Es una ruta del tejido. Suben al barco Aquidabán los viernes, con destino a la localidad brasileña. Las artesanas se quedan durante una semana para ofertar la cestería. La venta es exitosa, casi siempre.

Más de 400 kilómetros de viaje por agua, en el Aquidabán, que es el único transporte vial, es la distancia que recorren las mujeres artesanas durante casi tres días por el río Paraguay, desde Karchabalut hasta Puerto Murtinho. El costo del pasaje por agua es de G. 110.000. La inversión es alta.

A veces viajan hasta Asunción con sus productos a cuestas. En este caso, el viaje en colectivo es de casi 22 horas y el costo del pasaje de más de G. 200.000. El gasto en ambos casos es elevado.

-Hacemos, pero tenemos que salir. La salida es el problema –dice Nanci Vierci. Mira el horizonte como una manera de mostrar la ruta que deben recorrer por dinero.

El aislamiento, la falta de un centro de venta, los escasos intermediarios, la poca visita de turistas, forman parte de las principales barreras para un comercio constante de la artesanía ishir. La lideresa ya realizó pedidos reiterados a las autoridades para fomentar el turismo, que podría incidir en la venta, pero no hay respuestas.

A Bahía Negra y Karchabalut se llega por avión con el Servicio de Transporte Aéreo Militar (Setam), con avionetas privadas, con el barco Aquidabán, por tierra con camionetas o con las empresas de transporte. En días de lluvia, solo el río es la puerta de entrada a la localidad, porque los caminos quedan intransitables, por el lodo.

El día que llegan turistas, ambientalistas, paraguayos, investigadores, comitivas estatales, se convierte en una oportunidad para ofrecer la artesanía. Un individual cuesta G. 30.000, una panera G. 30.000, un bolsón G. 40.000, una pantalla G. 20.000 a G. 10.000.

-Cuando vienen visitantes, compran. No hay nadie que compra seguido –lamenta Bernarda.

Ella apuesta a vender a los turistas que llegan hasta Karchabalut. Ir hasta Puerto Murtinho tiene un alto costo –sostiene. Bernarda prefiere quedarse, las otras no.

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Gloria Payá, del pueblo Ishir, dejó de tejer hace años, casi ya no lo recuerda. Hoy tiene un puesto de venta en su casa en Bahía Negra. Adentro de la vivienda de dos pisos de madera y de color amarillo, tiene estantes repletos de sombreros, pantallas, cestos y hasta figuras de animales tallados en madera. Están llenos de polvo, porque no se vende.

Ella no pierde la oportunidad cuando ve a turistas en la ciudad de Bahía Negra.

Es de tarde, Gloria Payá cruza la calle para ir a la iglesia evangélica.

-Hola –dice a dos turistas.

-En mi casa –apunta con el dedo índice– tengo artesanías si quieren comprar.

Recibe de respuesta agradecimientos y la promesa de visitar el puesto. Gloria sigue su camino, cumplió con su tarea de ofrecer la cestería que trae de Puerto Esperanza. Es otra comunidad indígena Ishir ubicada a 28 kilómetros de Bahía Negra.

La población es de 460 personas, de las cuales 225 son mujeres, según datos del censo. En esta comunidad se produce una mayor cantidad de cestería debido a la gran población femenina. Las artesanas de Puerto Esperanza tejen artículos creativos, como un individual con sillas y una mesita. Son ingeniosas.

Gloria Paya muestra los canastos y bolsones que tiene para ofrecer al turista.

Gloria Paya muestra los canastos y bolsones que tiene para ofrecer al turista.

Irma Oviedo.

-Son todos naturales –explica Gloria Paya, mientras muestra la cestería que tiene para la venta. Un sombrero cuesta G. 25.000, un canasto G. 40.000.

Ella se casó joven con el brasilero Joao Ferreira Da Silva y, desde entonces, dejó de tejer. Hoy es uno de los nexos en la ciudad para comercializar la artesanía a los turistas.

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Bernarda Vierci mira el horizonte con fe para que sigan llegando más turistas hasta Karchabalut.

Bernarda Vierci mira el horizonte con fe para que sigan llegando más turistas hasta Karchabalut.

Irma Oviedo.

Hace calor. Es setiembre. El mediodía se acerca. Bernarda está a punto de terminar el individual. Sonríe. La artesanía que venderá la recompensará con tres billetes de G. 10.000. Un dinero para intentar sobrevivir uno o dos días en el Pantanal paraguayo.

A la artesana no le falta autoestima. Bernarda se jacta de que es muy buena con las manos, hasta en la cocina. Ella elabora recetas que deleitan el paladar de sus patrones de la capital asuncena.

-Nadie cocina como yo –asegura con una sonrisa. Cierra el tejido. Está listo para la venta. Lo coloca en una bolsa y lo entrega al turista.

Bernarda sabe que dejará otra vez, algún día, Karchabalut para migrar hasta Asunción. De nuevo, deberá trabajar como cocinera y dejar atrás en su comunidad el otro sustento: la artesanía ancestral.

Es un trabajo de investigación que participa de la segunda edición del Premio Pablo Medina de Periodismo Ambiental, que organizan el Foro de Periodistas Paraguayos (FOPEP) y el Instituto de Derecho y Economía Ambiental (IDEA), en el marco del proyecto Pantanal-Chaco (PaCha), con el apoyo de The International Union for Conservation of Nature (IUCN).

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