El barroco Heinrich Biber (1644-1704) compuso Batalla de 10 en 1673. La obra tiene que ver con las sensaciones contrastantes que dejó en él la gran conflagración que terminó un cuarto de siglo antes, influyente en todos los grandes artistas de la época, como lo fueron los dos enfrentamientos mundiales en el XX: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). El segundo movimiento se titula “Die liederliche Gesellschaft von allerley Humor”, es decir, La Sociedad Libertina del Humor Común. Un título de una brillantez perdurable, tanto que me veo tentado a plantear la fundación de una sociedad tal entre mis amigos y amigas, con carácter de urgencia. (Teniendo en cuenta estos tiempos tan metafísicos, también es imperiosa la formación de una “Sociedad de amigos materialistas de la dialéctica hegeliana”, como soñaba Lenin, acaso con la adopción de los elementos dionisiacos de la sociedad de Biber, algo que el revolucionario ruso no hubiera aprobado. Precisamente, Biber dedica a Dionisios la Battalia a 10, dios griego de la fertilidad, el vino, la música y el teatro). El movimiento en cuestión lleva lo dionisiaco a la categoría de lo moderno, con rasgos precursores que llegan hasta nuestros días.
Son 39 segundos. Son cuatro instrumentos de cuerda (violines, violas, violones y bajo continuo), ocho melodías en tiempos y tonalidades diferentes, cantadas por ocho soldados borrachos. Se sabe que la politonalidad fue una cosa de uso novedoso entre los compositores de inicios del siglo XX, es decir, en el periodo de entreguerras. Igor Stravinski pasó por el impulsor de la técnica. Charles Ives, parte de Le Six, contó alguna vez que la aprendió de su padre, quien armonizaba canciones populares con tonalidades extrañas. El elemento de la canción popular está ya en “La Sociedad Libertina del Humor Común”: una de las melodías que suenan es “Kraut und Rüben” (La col y los nabos), canción popular alemana que Bach introduciría también en la 30ª de las Variaciones Goldberg.
El resultado de esta sorprendente combinación tonal y temporal digna de Frank Zappa, es que los soldados borrachos abren el portal de la disonancia. Para este movimiento, Biber anotó en la partitura el siguiente comentario en latín: Hic dissonant ubique, nam enim sic diversis cantilenis clamore solent. O sea: “Aquí hay disonancia por todas partes, pues así suelen los borrachos, vociferar con diferentes canciones”. La múltiple y etílica alegría de los soldados es lo disonante: como si lo juguetón –esta misma columna acaso– solo hallara lugar en lo politonal finalmente tolerante de lo vario y distinto.
La composición toda, de ocho movimientos, incluye técnicas innovadoras en su época, como los pizzicatos del tercero y el séptimo (cuerdas pulsadas y chasqueadas con los dedos, no con el arco, respectivamente); en este último caso, una técnica utilizada por Béla Bartok y los bajistas de jazz en el siglo XX. Pero el cuarto movimiento incluye uno de los más inusuales. Titulado “Der Mars” (La Marcha), describe el paso al frente de un líder militar, con fiereza. Es un solo de violín de 49 segundos, sobre la base de un violón en el que el músico ubica un trozo de papel entre cuerdas y diapasón, para generar un sonido imitador del redoblante. Para cualquier escucha familiarizado con el heavy metal, la gravedad del violón suena aquí como el riff inicial de la también bélica “War pigs” de Black Sabbath.
A propósito, mañana tendrá lugar en Villa Park, estadio del Aston Villa de Birmingham, el concierto de homenaje y despedida de los escenarios de Ozzy Osbourne, el legendario vocalista de Black Sabbath de 76 años, genio y enfermo de muchas cosas, pero últimamente de párkinson. Nadie sabe en realidad si cantará, pero aguardamos nostálgicos que sí: como el fin de una época. La disonancia ubicua de Biber de hace 350 años suena tan actual como la oscuridad esencial de Black Sabbath sonará en el futuro: cuando los tambores de guerra planetaria amenacen otra vez, ominosos y ubicuos, en el horizonte, como hoy.