El futuro está entre nosotros y casi nadie se ha percatado de los cambios que empiezan a consolidarse. Obviamente, los que se beneficiarán se hacen de los desentendidos, mientras algunos críticos empezaron desde hace unos años a esgrimir cuestionamientos con suerte dispar. Vamos derecho a un tecno-Estado. O peor a una tecnosociedad donde el Estado se deshilacha casi por completo para provecho de pocos. Aunque hay todavía margen para reaccionar y hacer que el modelo impuesto sea más llevadero o, toquemos madera, menos intrusivo y totalitario.
Se viene una nueva pobreza: La tecnológica. Se viene igualmente una nueva realidad y, por ende, una nueva ideología o más bien una variedad de conceptos ideológicos dentro de un amplio espectro con extremos bien claros, para encarar dicha realidad.
Este es un listado de los principales desafíos del tecnofuturo:
1) Crédito social. 62 ciudades chinas implementan un sistema futurista y espeluznantemente autoritario.
Como ciudadano se te da un crédito comunitario personal. Si sos un ciudadano inmaculado accedés a todos los servicios y si no, no podés acceder a créditos, a servicios ni trabajos destacados y menos a colegios o universidades importantes. Sos un paria. Lo preocupante es quién establece los límites, cuán claros son esos límites y quién vigila a los que te vigilan. Por ejemplo, se castiga con quita de puntos personales si pasás el semáforo en rojo, si fumás en la calle. Pero, aunque no se especifica, se castiga si protestás o participás en marchas. Ah, tus pecados no se borran, ni si recuperaste los puntos. Si consumiste drogas y dejaste, serán ad eternum un drogacito. Por cierto, los datos de tus faltas, cuánto te queda de crédito social y tu propio rostro de mísero infractor se exhiben en la vía pública y en las redes sociales, en donde cualquiera puede reclamarte, pedir explicaciones, condenarte, exigirte redención ipso facto y te puede hacer la vida miserable. Pero cómo se controla este ominoso engendro sociotecnólogico. Mediante el uso total e universal del reconocimiento facial y de la inteligencia artificial. Lo que nos lleva al otro punto.
2) Reconocimiento facial. Desde el 26 de diciembre todos los aeropuertos de los Estados Unidos utilizarán el control biométrico para menores de 14 años y mayores de 79. Todos los extranjeros que ingresen a dicho país serán escaneados. El escaneo del rostro servirá para compararlo con las fotos del pasaporte. Obviamente, esta tecnología sirve para mejorar la seguridad. Ha sido de utilidad para resolver crímenes. Pero el siguiente paso apunta a que se usará esa tecnología, junto con otras, para seguir en tiempo real a cualquier ciudadano, más allá de que sea sospechoso o no. La controversia se genera de si es constitucional o moralmente aceptable un seguimiento 24 horas de forma universal. No está claro quién autoriza ese seguimiento, bajo qué razones y con qué protocolos. ¿Estaremos todos bajo los ojos del Gran Hermano? Pero no solo el Estado es participe de esta tecnología. También están las tecnológicas. Amos y señores de nuestras vidas gracias a las redes (ya hablaremos de la tiranía de los algoritmos que nadie conoce y menos se controla) y los dispositivos (teléfonos celulares, computadoras, juegos electrónicos, tablet, anteojos de realidad aumentada y otros que ya conoceremos pronto) que se apropian, con anuencia nuestra en la mayoría de los casos, de nuestra corporeidad y virtualidad. Ahí caemos en: ¿Quién podrá defender nuestros datos?
3) Datos personales. Gracias a unos primeros adelantados en el activismo tecnológico, en Paraguay se comienza a discutir este tema.
Discuten y recomiendan los expertos, pero aprueban los legos (legisladores y funcionarios) que muchas veces hacen oídos sordos a las recomendaciones. El peligro de que nuestra individualidad, nuestra privacidad y hasta nuestra integridad moral y personal esté en manos de cualquiera es real y preocupante. Y no hablo de las autoridades y funcionarios gubernamentales (que no dan muchas garantías de que puedan defender a cabalidad los intereses, pero alguna esperanza hay) y de las empresas tecnológicas locales e internacionales (que, vamos, se mueven por razones económicas no filantrópicas ni sociales constructivas en la mayoría de los casos), hablo de las grandes corporaciones criminales que pueden echar mano a todos nuestros registros personales, incluso nuestra propia identidad, para “usar y abusarnos” como diría un renacido político. Pueden usar tu rostro hasta para hacer videos pornos u otra salvajada de se nivel. Ni las empresas ni los gobiernos nos aseguran 100% de que nuestros datos están a salvo y tampoco abundan las legislaciones que castiga el uso deshonesto de estos registros. De acá saltamos por lo tanto a la inteligencia artificial y los benditos algoritmos.
4) Magia y misterio. En el mundo de la IA (y el misterioso submundo de los algoritmos) nosotros somos el conejo que los magos sacan de su chistera. El inconveniente es que tenemos el mismo conocimiento de los recovecos mágicos que los conejos. Somos convidados necesarios en el show de otros. La manera meteórica en que avanzó la IA es sorprendente. Sobre todo en lo audiovisual. Ya existen los primeros cantantes virtuales, los siguientes pueden ser los presentadores de noticias. Por las dudas hace un par de años los actores hicieron una gran huelga para parar el uso de sus imágenes con IA para hacer películas. Hay actores de voz que denuncian ya el uso de sus doblajes para hacer películas. Pudo haber sido una victoria pírrica la de los actores de Hollywood. Se debe agregar también los videos de hechos insólitos que parecen cada vez más reales. Hay una posibilidad de uso perverso en esto. Por ejemplo, querés difamar a un contrincante político. Fácil, tirás por redes que está drogándose o abusando de menores. Cómo te salvás de esto políticamente hablando.
Debe sumarse el secreto más bien guardado: Los algoritmos de las grandes tecnológicas. Google, por ejemplo, en 2022 imprimió casi 5.000 cambios en sus motores de búsqueda. Según informes periodísticos, en la actualidad hace 13 cambios al día. Su posibilidad de entronizar a una u otra tendencia y su enorme masividad pone contra las cuerdas todos nuestros sistemas sociopolíticos. Es obvia la pregunta de quién verifica y quién asegura que no son usados para mentirnos alevosa y descaradamente en nuestras cara. Por lo tanto, y por último, vamos a los mensajeros.
5) Influencers y otros demonios. Algo positivo de China. Sus autoridades exigen a todos los autodenominados influencers que hablen sobre temas médicos que muestren sus certificados de estudios. De lo contrario, serán censurados. Nuestra interacción con las redes (IA y demás) ya está impactando terriblemente. Hay casos en los que la IA ha provocado suicidios, pues se le usa como un consultorio psicológico y se toma a la máquina como otra persona con quien interactuar y establecer todas las conexiones naturales del caso. Pero no caemos en la cuenta de que son máquinas. Alimentadas, hay que decir, por todo lo que se escribe en internet, incluido nuestros desvaríos. Ahí hay otra laguna a la que se debe prestar atención.
La Stasi, la policía secreta de la Alemania Oriental, la que estaba bajo influjo comunista, construyó una de las mayores redes de control social de la humanidad.
En el libro Stasiland, Anna Funder contó su experiencia y la de otros que sobrevivieron a este régimen. Señala que era tal la cantidad de archivos que tenía la Stasi sobre sus ciudadanos que poniendo en línea todos esos papeles alcanzaban casi 180 kilómetros. Escribe también que uno era libre de hacer lo que quisiese, pero debía avisar. En algún momento, comenta, todos creían que había un espía por ciudadano, pero no era así. El autoritarismo tecnológico puede lograr ese sueño ruin. El archivo digital es millones de kilómetros más largo que el de la Stasi.
Es hora de que veamos de que como sociedad discutamos esto. Internet no solo sirve para ver memes de gatitos.