La suba de los precios de los alimentos y productos de la canasta básica nos da la impresión de que tenemos un agujero en el bolsillo, pues cada vez vemos menos cosas en el carrito, mientras es más el dinero que gastamos en el supermercado. Cada vez menos productos en las heladeras y aquellas neveras con reservas de carne de asado para el fin de semana, pasaron a ser parte del legado de nuestros antepasados.
Los logros macroeconómicos que tenemos en el país son destacables. El grado de inversión, el boom inmobiliario, las condiciones favorables para atraer inversiones, la energía barata y el auge de la construcción, son tapa de medios especializados. El Paraguay de revista económica es perfecto, es una excepción en la región, en un contexto de situaciones críticas e incluso se perfila un crecimiento del producto interno bruto (PIB) por encima del 5% para este año.
A pesar de esta imagen internacional, quienes van al mercado, supermercado o la despensa de barrio, saben que las cosas para el ciudadano no están nada bien. Todo es más caro y debemos de conformarnos con una calidad que deja mucho que desear. ¿Quién hace algo para que un kilo de tomate sin madurar o podrido no llegue a costar G. 20.000 en un supermercado? ¿Quién verifica que los cortes de carne dispensados no sean de una proporción de 300 gramos de fibras o grasa, por cada 1 kilo comprado?
Las instituciones están, pero esperan que sean los ciudadanos quienes avisen sobre las irregularidades.
En agosto pasado, el gobierno de Santiago Peña aseguró que tomarían medidas para influir en los precios a través de la regulación, el apoyo a entidades de control y la promoción de campañas de descuentos. Sin embargo, a dos meses del anuncio, la mejora no se percibe. El cierre intimidatorio de algunos locales por la venta fraccionada no fueron más que un efecto pasajero de una medida que buscaba aflojar la presión política.
Las acciones parches que se adoptaron no sirvieron para tapar el agujero que los ciudadanos tienen en el bolsillo. Por ejemplo, un kilo de lomo vacuno, que costaba G. 56.000 cuando se anunciaron las medidas ahora cuesta alrededor de G. 70.000. En setiembre, los cortes vacunos registraron aumentos de precios en promedio, con subas en la mayoría de los cortes más consumidos.
La inflación de setiembre 2025, medida por la variación del índice de precios al consumidor (IPC), fue del -0,1%, inferior a la variación del 0,2% observada en el mismo mes del año anterior. Con este resultado, la inflación acumulada en el año asciende al 3,3%, por encima del 2,9% verificado en el mismo periodo del año 2024, informaba el Banco Central del Paraguay, un mes después de que el Gobierno anunciara medidas urgentes y de impacto a corto plazo.
Sin embargo, en el desglose de productos y sus variaciones, la cebolla subió 51,4%; el tomate aumentó 10,3, el puchero de segunda costó 3,1% más; el vacío subió 2,9%, la costilla 2,7%; la empanada de carne fue 1,7% más cara y las alitas de pollo aumentaron 1,5%.
Por otro lado, bajaron de precios el repollo, la zanahoria, la lechuga, la acelga, la papa, sal fina, huevos, entre otros productos alimenticios que no hacen mucha diferencia en los gastos cotidianos de los ciudadanos.
Para el sector económico el mejor escenario es el del libre mercado. Pero ¿qué pasa cuando esa libre competencia solo ahoga a los consumidores? Urgen medidas serias que permitan a los ciudadanos mejorar su calidad de vida a través del consumo saludable.
La mortadela con pan Felipe debería ser un alimento ocasional, para cuando no hay mucho tiempo para comer, y no el pan nuestro de cada día como lo es para millones de paraguayos.
Dignificar la vida de los paraguayos es darles la opción de acceder a productos de primera necesidad sin que sientan que sus bolsillos tienen un enorme agujero. Se aproxima el final del año y es la época cuando la demanda hace que todo sea más caro. Esta debería ser la época en la que el Gobierno piense realmente en los ciudadanos.
Los paraguayos están cansados de esperar porque la macroeconomía estable tenga su derrame hacia la economía de los ciudadanos. De nada sirve jactarse de un país admirado por los extranjeros cuando los habitantes no pueden pensar en patriotismo, sino en cómo hacer magia para llegar a fin de mes. Esto en caso de que tenga un empleo digno.