Como muchos de mi generación, cuando el lunes pasado el Tiny Desk Concerts de la radio pública estadounidense (NPR) presentó su nuevo espectáculo de música en vivo en YouTube, quedé obnubilado. Por momentos, profundamente conectado de una manera mágica con mi propia infancia por más de que lo que veía era nuevo para mí. Artistas chilenos –que durante los primeros años de este siglo (más una temporada en 2014) protagonizaron el programa infantil llamado 31 Minutos, que en América Latina pudo verse por el canal Nickelodeon– dieron un recital que no solo quedará guardado en un sitio privilegiado de la memoria del popular evento de la NPR –consistente en una breve actuación, literalmente, tras el escritorio de una oficina–, sino de la propia música popular de América Latina.
Nunca había visto el programa de marionetas más que de pasada, haciendo zapping en aquellos primeros años del siglo pasado. En Chile se emitió por la Televisión Nacional. Parodiaba a 60 minutos, el noticiero del mismo canal que fue transmitido entre 1975 y 1988, es decir, cubriendo prácticamente todo lo que duró la dictadura del general Augusto Pinochet, que tenía al canal público como una vergonzante usina ideológica de su régimen.
Álvaro Díaz y Pedro Peirano, los creadores de la idea, estudiaron periodismo en la Universidad de Chile, que fue donde se conocieron. En 2001 fundaron la productora Aplaplac. Con ella produjeron el programa en cuestión, del que formaron parte músicos, titiriteros y guionistas. En el Tiny Desk de esta semana participaron quince de ellos.
¿Por qué marcó a fuego a toda una generación de niños y niñas de América Latina aquel programa? Pues porque, esencialmente, no los trataba de estúpidos. Todo lo contrario: al mismo tiempo que generaban diversión con sketch desopilantes y canciones antológicas, tenía no solo una dimensión pedagógica en donde la música y la poesía eran centrales, sino incluía una transversal educación política a favor de la democracia que está en el origen mismo de la parodia: un divertido noticiero inspirado en la manipulación de la verdad por parte de un gobierno autoritario.
Tulio Triviño (el ignorante mono presentador), Juan Carlos Bodoque (un conejo, el mejor amigo de Triviño), Policarpo Avendaño (comentarista de espectáculos), Mario Hugo (reportero distraído), Patana Tufillo (pasante, sobrina del presentador y amor inocultable del reportero), entre otros, son algunos de los personajes entrañables del programa.
“Esta es nuestra primera vez en Washington de 31 Minutos, ¡que es exactamente el tiempo en el que expiran nuestras visas de trabajo!”, dice Tulio Triviño tras la primera canción en el Tiny Desk (Mi equilibrio espiritual), en una celebrada alusión al contexto de persecuciones a inmigrantes realizadas por la Administración Trump en los EEUU (“Alza la mano si tú eres ilegal”, cantan más tarde parafraseando a El General).
Luego Tulio presenta a los artistas: “latinos urbanos emergentes hip-hop hermanos brothers”, y se suceden Bailan sin cesar, Objeción denegada, Calurosa Navidad, Mi muñeca me habló, mi preferida Arwrarwrirwrarwro (cantada por Bombi Zombi) y Yo nunca vi televisión (Y luego sí pero después no)”.
Citas a otros artistas latinoamericanos (como al mencionado El General o a los también chilenos Los Prisioneros), fascinante musicalización que incluye el blues, el rock, el pop y la música popular del continente, marionetas saliendo y entrando de aquí para allá entre libros: una fiesta con profundo acento latino y a la vez universal es el que ofrecieron los 31 Minutos (durante veinte) a sus miles y miles de emocionados seguidores desde su infancia (sorprendidos en su adultez por este regalo inesperado del Tiny Desk); y a los que, pasmados ignorantes como este cronista, no menos emocionados, disfrutamos de tanta diversión, belleza y compromiso crítico con América Latina en el pequeño espacio de un escritorio en donde cabe el mundo.