07 jul. 2025

Una economía más justa

La semana cerró con una muy buena noticia: el informe del primer trimestre de 2025 muestra un crecimiento del PIB del 5,9%, impulsado por sectores como la construcción (+12,9%), energía (+8,3%), manufactura (+6,6%) y servicios (+6,0%). La demanda interna fue clave: el consumo privado creció 4,9% y la inversión en capital fijo, 12,7%.

Sin embargo, este repunte formal se vio atenuado por la agricultura, que fue el único sector en rojo (-3,4%), debido a una menor producción de soja, lo que refleja que no todos los sectores se benefician por igual del crecimiento.

Y es aquí donde conviene hacer una pausa y mirar más estas cifras como una oportunidad para cambiar las realidades de miles de ciudadanos. El crecimiento económico es una condición necesaria, pero no suficiente, para el desarrollo; por eso hay que preguntarnos: ¿Quiénes están participando de este crecimiento? ¿Cuántos lo sienten en su vida diaria?

Porque si bien las cuentas nacionales muestran dinamismo, hay realidades estructurales que siguen limitando la inclusión económica. Aunque los datos de crecimiento corresponden al 2025, los registros oficiales más recientes –de 2024– muestran que el 62% de la población ocupada trabajaba en la informalidad, sin acceso a seguridad social ni estabilidad laboral.

A esto se suma que, también en 2024, la economía subterránea –que abarca actividades informales y no registradas como contrabando, autoempleo sin formalizar y evasión fiscal– movió el equivalente al 35% del PIB formal, es decir, unos USD 15.800 millones, según PRODesarrollo y Mentu.

Esta realidad genera una fractura estructural. Por un lado, las cifras macroeconómicas muestran vitalidad. Por otro, gran parte de la población no accede a los beneficios de ese crecimiento.

La paradoja es clara: Paraguay crece, pero no necesariamente incluye. El crecimiento se concentra en sectores con alta productividad, pero baja generación de empleo formal, mientras que la informalidad sostiene el ingreso de millones, aunque en condiciones precarias.

Esto hace que la competencia se vea distorsionada, las finanzas públicas se debilitan y la pobreza, aunque en descenso, sigue afectando a más de un millón de paraguayos.

Por eso, vuelvo y repito, el reto ya no es solo sostener el crecimiento, sino convertirlo en inclusión. Esto implica políticas activas de formalización laboral, fomento a las mipymes, inversión en protección social y combate a la economía ilegal.

Paraguay está creciendo. Pero aún debe asegurar que ese crecimiento llegue a todos.

Lo bueno, hay una oportunidad real en el horizonte. Si el país logra conectar su expansión económica con una agenda social ambiciosa, puede transformar este momento en un punto de inflexión. Pero este cambio no puede depender solo del Estado: el sector privado también debe asumir su responsabilidad social invirtiendo en salarios dignos, en la capacitación de sus trabajadores y en prácticas que mejoren la calidad de vida de su entorno. Solo con empresas comprometidas con el desarrollo humano, el crecimiento podrá convertirse en bienestar compartido.

Este dinamismo actual ofrece una base para construir sobre ella una economía más justa, más abierta y más humana.

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Laura Ruiz Díaz – laura.ruizdiaz.txt@gmail.com