12 nov. 2025

Transparencia

Hace 11 años se pasó la Ley de Acceso a la Información Pública después de 22 años que la Constitución en su artículo 28 estableciera el libre acceso a las fuentes públicas. Un modesto ciudadano sanlorenzano había pedido informes sobre los empleados de su Municipio con sus funciones y salarios. El intendente lo sacó carpiendo afirmando que su impertinencia era repudiable. Lo defendimos en su petición en los tribunales y luego de varios triunfos y reveses en la Justicia, la Corte le dio la razón. Vargas Telles es un ciudadano paraguayo que pagando sus tributos tenía el derecho de saber qué hacían con su dinero sus mandatarios y lo que el Estado realizaba en su nombre con sus aportes. Vino como consecuencia la Ley 5282, que se consideró un hito histórico. Paraguay pasaba a ser el país número 100 en el mundo que tenía una normativa que permitía acceder a todos los informes públicos con algunas pocas excepciones. El ciudadano, la prensa y cualquier persona sin tener que afirmar interés alguno se enteró de todo aquello que hacía parte de su condición de activo y no pasivo participante del Estado democrático. Corcovearon los corruptos. Supimos sus salarios con nombre y apellido. Las licitaciones con cifras reales y nos enteramos cómo el BID y el Banco Mundial afirman que “el malgasto público” (robo) del Estado es de casi 2.000 millones de dólares anuales. Supimos el grave problema estructural del país, que era la corrupción no por percepciones, sino con cifras reales y oficiales. Cartes cada vez que le preguntan sobre su cuestionada presidencia se ufana en repetir que él promulgó la ley de transparencia donde frente a nosotros en Palacio dijo que lo “público debe ser público”.

Once años después, los mismos cartistas están a punto de liquidarla ante sus ojos y aprobación –me imagino–. Afirman que por una ley de datos personales ahora deberíamos tener el permiso de un funcionario para saber cuánto gana y qué hace. Solo si lo autoriza un nepobaby conoceremos el monto que cobra y el lugar que ocupa en la Administración pública. Los diputados se ratificaron en su propuesta normativa luego de un “sesudo y profundo análisis” que duró cinco minutos. Ahora los senadores que presentaron una propuesta alternativa requerirán de una mayoría importante si pretenden imponer su propuesta un tanto menos dañina. El veto del Ejecutivo es absolutamente improbable luego del silencio ominoso del presidente en el caso de los sobres y su mansión veraniega. Vamos camino a liquidar el legado de Cartes, el triunfo de la opacidad, la imposición obscura de la corrupción escondida y el ocaso de una normativa que nos había puesto en el radar de los países democráticos a nivel mundial. La transparencia está en el callejón de la muerte, esperando su decapitación.

Solo una mayoría legislativa sin criterio con un gobierno empecinado en robar puede pretender pasar esta normativa en un Estado donde nunca se pudo imponer la idoneidad y que han hecho de la política el negocio más rentable de las últimas décadas. El mismo al que acceden incluso a la presidencia personas sin casa y que luego del paso por la tarea pública nos cuentan que tienen en dinero y bienes más de tres millones de dólares. Igual a aquel presidente que se mudó de un inquilinato con sus ropas colgadas de un piolín y que hoy es dueño de una manzana completa en el barrio Herrera más aviones, surtidores y un par de estancias. Jamás ambos mandatarios podrían haber acumulado semejante fortuna con su salario público y menos en un trabajo privado y con los conocimientos que tienen. Supimos todo en torno a ellos gracias a la ley de transparencia que a tumbos se impuso como un recurso valioso para que el mandante (el ciudadano) supiera lo que hacen sus mandatarios en su nombre y con sus recursos.

Algunos pocos lo pagaron con cárceles el enriquecimiento ilícito y la conciencia del problema de la democracia paraguaya alcanzó un nivel de discusión sostenido en cifras reales.

Volveremos a la oscuridad autoritaria. A que un pelele empleado nuestro nos diga como a Daniel Vargas Telles que somos insolentes por preguntar sobre sus funciones y salario. Se invierte de nuevo todo. Ellos son los brahmanes y nosotros los dalic (los marginales, los comunes, los jagua ryai). En el reino de la corrupción hay que matar a la transparencia y tras ella van con palos, lanzas, flechas y arcabuces. Chau, democracia.

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