La película puede ser el viaje de tres amigos convertido en lamento por la desaparición de los biomas del Chaco y la insensatez humana. En ella, los peores temores sobre el impacto del cambio climático, provocados por la conducta criminal del ser “más evolucionado” de este planeta, el Homo sapiens sapiens, es expuesta con honestidad brutal.
El autor elabora un guion con capas imaginativas y elusivas que abordan de manera conmovedora el estado de la cuestión en una época de extinción, su manera de narrar un Antropoceno a la paraguaya.
El Chaco, uno de los últimos rincones vírgenes de Sudamérica, vive una frenética “puesta al día” de extractivismo, deforestación, ecocidio y etnocidio de sus habitantes originarios, aunque esta actividad depredadora sea percibida aquí en clave de progreso y desarrollo.
Los protagonistas de este road movie chaqueño, son, así como en la realidad, dos científicos y amigos que encaran viajes con objetivos investigativos y divulgativos. Jota Escobar y Ulf Drechsel, el dúo que surca hace décadas el territorio, es convocado para actuar de sí mismos por el director, quién también pone el cuerpo y su voz omnisciente en el film, y a los que califica en un momento de “personajes salidos de una extraña banda punk”.
Capaces de coser y bordar este relato lúcido y distópico, Ulf, Jota y Sebastián mantienen a la audiencia en guardia, con ironía y escepticismo constantes mediante afilados diálogos y soliloquios, o haciéndola gozar de la grandeza y silencio del paisaje. Durante el visionado de Los últimos en la acogedora sala de proyecciones de Cine de Barrio en Las Mercedes, sentí estar en una gran narración circular, como si los varios viajes al bosque chaqueño fueran contados en uno solo, en el que sensaciones de eterno retorno o de cinta de Moebius se juntan.
El tono de la película se marca, precisamente, desde el principio, al enfrentarnos a una tela que interpela al espectador en la noche chaqueña. Esta tela es suma y símbolo de esta película, iluminada por una humilde bombilla atrayendo a los más hermosos y misteriosos insectos nocturnos, que es justamente la especialidad del entomólogo Ulf Drechsel.
La cámara se detiene fascinada en estos invertebrados, cómo se arrastran y pululan frenéticos atraídos por la luz, dando paso a reflexiones y opiniones, en las que la erudición biológica, la filosofía y el humor se convierten en señas de identidad de Los últimos. Como en una gran elipsis, o ese momento que discurre en una película al margen de la trama creando saltos narrativos, el film serpentea dinámico su viaje, como un río con sus curvas y meandros.
Réquiem de Chovoreca
La pantalla se llena de imágenes dantescas y sublimes durante el viaje del trío al cerro Chovoreca, cerro León o Agua Dulce, los últimos bosques primarios cercanos a Bolivia. Escenas de campos secos allí donde había árboles, lianas y epífitas; troncos carbonizados en lugar de verdor en diferentes tonos. Las imágenes más pregnantes del documental son las de paisajes de árboles infinitos a vuelo de pájaro, a veces fundidas en tomas dobles, justamente, denominadas por Jota y Ulf como los “bosques condenados”. A estas alturas, ellos y nosotros sabemos que, más temprano que tarde, serán eliminados, asesinados.
Peña aporta un definida y valiente dimensión política a la acción destructora en el Chaco y sus brazos ejecutores, sean estos agrícolas, ganaderos o mineros.También aporta nostalgia a su narración al recordar su infancia y juventud en la que Paraguay era un país cubierto de bosques, y comprender cuánto ha cambiado en el transcurso de su vida; al tiempo de rememorar escenas familiares que fueron detonantes en su película.
El director y guionista aporta una interesante perspectiva personal a diversos problemas ambientales y hasta se atreve a cuestionar el estar y ser en el mundo, en un documental perfecto para responder interrogantes filosóficos. Lo que puedo conjeturar es que Sebastián continúa el legado científico y humanista de su familia, especialmente el de su tío Jota, el ornitólogo protagonista de su hermoso film, y el de su tío Ticio, el filósofo, el crítico de arte y mentor generoso de nuevas generaciones, entre las que humildemente quiero incluirme.
Ciencia y ética son dos pilares de este artefacto fílmico que en sus manos contribuyen a revitalizar el debate sobre el cambio climático en Paraguay. El bosque y los biomas de esta zona son enunciados como primeros seres vivientes, emergiendo con toda fuerza y derecho el sentido de biocenosis, de cosmosensibilidad, pero en el lugar y tiempo incorrectos.
A veces filmando desde el asiento trasero de su vehículo, Peña permanece la mayor parte del tiempo fuera de cámara mientras lanza preguntas a los dos hombres sentados delante. Dispara interrogantes absolutos, en una operación dialéctica que provoca a sus actuantes a hablar sobre las fallas del sistema, la contaminación, la tecnología, el consumo o el impacto antrópico en el planeta. A medida que avanza el film, el cielo se tiñe de rojo, como en un efecto o “tuneado” visual que Peña imaginó para mostrar el Chaco como un desierto.
Los últimos es un documental cautivador y cuyo tono es discreto, aparentemente pequeño, pero su ambición universal se ve realizada. Su premisa pareciera ser no dejarse llevar por la desesperación, el catastrofismo o la tristeza total, quizás una manera muy paraguaya de resistir al dolor y el infortunio, sin llamar la atención, aunque la agonía marque el cronómetro de este último Chaco así como lo conocemos.