25 oct. 2025

Propuesta de protectorado de EEUU sobre Paraguay

La historia política de Paraguay ha estado marcada por momentos de profunda crisis, pero pocos tan críticos como el segundo semestre de 1904. Acorralado por una insurrección armada, aislado políticamente y sin apoyo popular, el gobierno colorado de Juan A. Escurra llegó a proponer, en el seno del Congreso Nacional, el establecimiento de un protectorado de los Estados Unidos. Esta insólita iniciativa de una traición frustrada y de cómo pudo llegar tan lejos el afán de permanecer en el poder.

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Revolución. Tropas gubernamentales en Asunción. Autor: E. Bloch y Cia. Imagoteca Paraguaya

A fines del siglo XIX, Paraguay aún se recuperaba de la devastadora Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). El Partido Colorado (Asociación Nacional Republicana), en el poder desde 1887, gobernaba bajo un régimen conocido como caballerismo (por el caudillo Bernardino Caballero). Este periodo estuvo marcado por violaciones a la Constitución de 1870 y clientelismo, prácticas autoritarias: fraude electoral sistemático, persecución de opositores liberales, corrupción administrativa y concentración del poder en una élite colorada, lo que generaba creciente descontento popular.

En lo económico, Paraguay era un país empobrecido y dependiente de la exportación de materias primas (yerba mate, cueros, maderas). Durante los gobiernos colorados de finales del siglo XIX se promovió la inversión extranjera y la venta de tierras públicas para atraer capital (ideas impulsadas por ideólogos como José Segundo Decoud), lo que introdujo capitales pero también creó latifundios y desigualdad social. Hacia comienzos del siglo XX, la situación financiera era precaria: alta inflación y devaluación de la moneda nacional erosionaban los salarios urbanos y los ingresos de los pequeños campesinos. Medidas del gobierno de Juan A. Escurra (presidente 1902-1904) como elevar aranceles aduaneros, restringir el libre comercio y monopolizar la mitad de las exportaciones de cuero en beneficio fiscal, provocaron la ruptura con las élites económicas tradicionales ganaderos y exportadores, muchos vinculados comercialmente a Argentina, se sintieron amenazados por esas políticas y retiraron su apoyo al régimen colorado. Paralelamente, la inflación y la mala gestión provocaron malestar social en las ciudades (trabajadores cuyos salarios perdían valor) y en el campo (pequeños productores asfixiados por impuestos y falta de apoyo).

En el plano político-social, el Partido Liberal –excluido del poder– mantuvo viva la oposición mediante conspiraciones y revoluciones fallidas. Hubo intentos revolucionarios liberales en 1891 y 1902, duramente reprimidos por los colorados. Sin embargo, la oposición aprendió de esos fracasos y se reorganizó en facciones (cívicos y radicales) que finalmente unieron fuerzas. A esto se sumó la pérdida de legitimidad dentro del propio coloradismo: incluso figuras prominentes e hijos de antiguos presidentes colorados repudiaban la corrupción y autoritarismo del régimen.

Hacia 1904, el gobierno de Escurra estaba aislado políticamente, con divisiones internas y conspiraciones en curso.

En el entorno internacional, Paraguay se sentía vulnerable frente a sus poderosos vecinos. Brasil y Argentina, vencedores de la Guerra Grande, ejercían influencia en Asunción. Argentina, en particular, apoyaba discretamente a los exiliados liberales en Buenos Aires, facilitando que se proveyeran de armas y voluntarios para una insurrección. Brasil, por su parte, había ejercido históricamente el rol de árbitro en los asuntos de Paraguay, buscando equilibrar la influencia de Argentina. Sin embargo, hacia 1904, el “Imperio” brasilero mostró un menor interés en involucrarse y rechazó las solicitudes de intervención militar directa en territorio paraguayo.

El estallido revolucionario ocurrió en agosto de 1904. Los liberales, liderados por el general Benigno Ferreira y el capitán Manuel J. Duarte, iniciaron una rebelión armada desde Argentina: una expedición fluvial con el vapor Sajonia transportó armas y tropas que derrotaron a las fuerzas gubernamentales en varios combates. A medida que avanzaba la insurrección, la posición del gobierno colorado se volvió desesperada.

La supervivencia del régimen de Escurra se quedaba sin apoyo. Gran parte de la población de Asunción (hasta un 90%, según reportes diplomáticos) simpatizaba con los revolucionarios liberales. Hubo deserciones en masa de figuras oficiales: el vicepresidente Manuel Domínguez, miembros de la Corte Suprema, legisladores e incluso el general Patricio Escobar (antiguo héroe de la Guerra Grande) se alejaron del gobierno cuando vieron inevitable su caída. Ante la posibilidad real de ser derrocados, los líderes colorados buscaron ayuda externa para mantenerse en el poder.

Por otro lado, circulaban temores acerca de un supuesto acuerdo secreto entre Argentina y Brasil para repartirse el territorio paraguayo: Argentina se quedaría con la zona sur, incluyendo Asunción; Brasil con la región norte; y el noroeste –entonces en litigio– sería entregado a Bolivia como compensación. Sin embargo, todo indica que ese rumor fue promovido por los propios colorados, interesados en sembrar la idea de que solo su permanencia en el poder garantizaba la existencia del Estado paraguayo. En realidad, tales versiones no eran más que una herramienta política, una maniobra destinada a justificar el mero mantenimiento del poder en manos del régimen.

La memoria del arbitraje del presidente estadounidense Rutherford B. Hayes en 1878 –que otorgó a la República del Paraguay la región del Chaco Boreal disputada con Argentina– hacía que muchos paraguayos vieran a Estados Unidos como un potencial aliado neutral y garantía de su soberanía.

La iniciativa del protectorado provino del círculo del presidente Escurra y congresistas colorados leales del Parlamento que propuso y respaldó esta polémica iniciativa de entregar la protección nacional a EEUU a cambio de la entrega de la soberanía nacional, algo sin precedentes en la historia paraguaya independiente, con la esperanza de obtener ayuda militar norteamericana que les permitiera aplastar la revolución y sostenerse en el poder. Sin embargo, la sesión fracasó por falta de quórum, debido a que muchos legisladores habían huido o se unieron a la revolución. La ausencia del número mínimo de diputados/senadores impidió formalizar legalmente la solicitud.

Esta propuesta le fue llevada al vicecónsul estadounidense Waldemar C. de Korab, que reporto así en el Documento Confidencial Nº 172 del 26 de noviembre de 1904 al asistente del Secretario de Estado en Washington D.C.:

“…hay un núcleo de personas inclinadas a apelar al Tío Sam para establecer un protectorado estadounidense sobre Paraguay. Cuando fui abordado en ese sentido, les sonreí y les dije que eso estaba totalmente fuera de cuestión, porque así es como se fomenta una idea sin responsabilidad, y no quería continuar en esa dirección. De todos modos, ningún daño puede surgir de ello”.

El Gobierno de Estados Unidos en Washington, al recibir la comunicación del vicecónsul de Korab, “nunca se la tomó en serio”. En otras palabras, EEUU descartó la idea de asumir un protectorado sobre Paraguay. Varios factores explican esta respuesta: Paraguay carecía de interés estratégico directo para Washington en ese momento (a diferencia de Cuba, Puerto Rico o Panamá donde EE.UU. sí ejercía control posicional); además, aceptar habría implicado involucrarse militarmente en una guerra civil sudamericana, algo que podía complicar las relaciones de EEUU con potencias regionales. Tanto Brasil como Argentina –los dos gigantes vecinos– probablemente habrían visto con enorme recelo la instauración de un protectorado norteamericano en el corazón del Cono Sur.

El fracaso de conseguir auxilio externo –coronado por la inviabilidad del protectorado– dejó al gobierno de Escurra sin salvavidas. Tras esta última carta fallida, Escurra reconoció que no podría vencer a la rebelión por medios propios. Efectivamente, a las pocas semanas inició negociaciones directas con los revolucionarios. El 12 de diciembre de 1904 se firmó el Pacto del Pilcomayo (a bordo de un buque neutral argentino), por el cual Escurra accedió a renunciar y entregar el poder a un presidente provisorio liberal. El 19 de diciembre, Escurra dimitió oficialmente y asumió Juan Bautista Gaona como presidente interino, marcando el fin de 30 años de hegemonía colorada y el comienzo de la era liberal (1904-1936).

Por supuesto, tras la revolución, el Partido Liberal explotó propagandísticamente este hecho para desacreditar a sus rivales. La idea de entregar la soberanía impactó negativamente en la imagen de la dirigencia colorada que la contempló. Muchos paraguayos (incluso algunos colorados nacionalistas) consideraron esa acción como una traición imperdonable. Durante años, los colorados fueron estigmatizados por 1904: se les achacó haber estado dispuestos a “vender la patria” para no perder el poder. Esto profundizó la crisis interna del Partido Colorado, que quedó fracturado y desmoralizado después de la derrota. Varios líderes colorados asociados al régimen de Escurra (p.ej. integrantes de su Congreso y gabinete) debieron exiliarse o se retiraron de la vida pública temporalmente, cargando con el rótulo de antipatriotas. Cabe señalar que Escurra mismo, aunque no fue enjuiciado, vivió alejado de la política activa tras su renuncia; se le perdonó legalmente pero su legado quedó manchado.

A largo plazo, el caso de 1904 estableció un precedente que influyó en la actitud de los líderes paraguayos posteriores. Ningún político volvió a sugerir abiertamente algo semejante. Incluso en situaciones críticas posteriores (como la Guerra del Chaco en los años 1930, o las inestabilidades crónicas de las décadas siguientes), la opción de ceder soberanía quedó descartada del abanico de soluciones aceptables. El intento fallido reforzó una especie de consenso patriótico: los conflictos internos debían resolverse sin comprometer la integridad de la nación. En cierto modo, el fantasma de 1904 frenó futuras ambiciones desmedidas de buscar tutelajes externos. Irónicamente, incluso el Partido Colorado, al volver al poder años después, se apropió del discurso nacionalista y antiinjerencista para limpiar su imagen.

El episodio del protectorado estadounidense de 1904 ilustra con claridad cómo la ambición personal puede sobreponerse al patriotismo. Ante la posibilidad de perder el poder, el líder prefirió poner en riesgo la independencia de su nación.

Para cerrar, recurrimos a la visión del destacado estadista Dr. Eligio Ayala –reconocido incluso por sus adversarios políticos–, y citamos algunos pasajes de su ensayo Migraciones, donde reflexiona sobre los acontecimientos de 1904.

“El Paraguay es incapaz de gobernarse, afirman los pocos que se han ocupado en la vida política de nuestro país, como si el Paraguay hubiese recusado su propio gobierno una sola vez. El Paraguay ha pugnado siempre por gobernarse libremente, se ha rebelado decididamente contra toda intervención extranjera. Ama su independencia política y se ha sacrificado por ella como ningún otro pueblo civilizado del mundo. Nunca ha consentido en ser un protectorado de nadie. Las convulsiones internas, las revoluciones todas acusan la existencia de una voluntad política vigorosa, la decisión indeclinable de gobernarse, la capacidad innegable para gobernarse así mismo”.

En otra parte continÚa:

“El Paraguay no es una colonia africana. El Paraguay se ha gobernado siempre y se gobierna. Y este hecho es una prueba indiscutible, irrefutable de que es capaz de gobernarse. Afirmar lo contrario es negar los hechos, no es juzgarlos. Cabe decir del Paraguay que no se gobierna bien, en caso extremo, que es incapaz de gobernarse bien; pero no que es incapaz de gobernarse”.

Fuentes: La Guerra Civil de 1904 - Sergio Cáceres Mercado / Ensayo Migraciones - Eligio Ayala / Despatches from United States Ministers to Paraguay and Uruguay - Records in the National Archives.

Investigador.
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