Fernando de la Mora, el Dr. Francia, Mariano de la Peña, en los albores del país independiente, han tenido muchas labores en su vasto conocimiento personal, pero más aun en los hechos jurídicos y administrativos.
Igual es el caso de Don Carlos Antonio López, Juan Andrés Gelly, el primero como práctico periodista y el segundo, no solo como periodista, sino que su libro El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será, poco antes de 1850, en Río de Janeiro, en portugués y luego en francés y español, inicia el proceso unívoco de abogado y escritor. Natalicio Talavera, Juan Crisóstomo Centurión, Gregorio Benítez, tienen poco con el Derecho, pero eran doctos en ello e innegables escritores.
El término de la Guerra Grande, en 1870, abre el país a los hermanos Decoud (Juan José y José Segundo), Facundo Machaín, sí eran abogados, pero la pronta desaparición de la mayoría de ellos solo les permitió ser maestros en colegios, con su profundo saber. Sí, José Segundo Decoud, que se suicida en 1909, por no ser adecuadamente aprovechado por el país. Lo pudo hacer Benjamín Aceval, vinculado en el arbitraje Hayes (EEUU), y antes que aceptar ser ministro de RREE prefirió ser director del Colegio Nacional, y no su primer director, pero sí fue él quien le dio la tónica formativa que iba a tener por muchas décadas.
Los hispano-vascos Ramón de Zubizarreta y Ramón de Olascoaga, ávidos estudiosos del Derecho, y primero rector de la Universidad Nacional el primero, y primer vicerrector el segundo. Pero, desde la primera promoción de abogados en el Paraguay, 1893, brilla Cecilio Báez, jurista, político, periodista y escritor.
Avanzando desde ese hecho inaugural, en 1927, el Dr. Luis de Gásperi, civilista mayúsculo de nuestro país, preside la recién establecida Academia Paraguaya de la Lengua Española. Pero después le sucede en el mismo cargo el abogado, publicista y escritor Julio César Chaves. Con igual suceso el Dr. Efraím Cardozo, numen de la historia nacional, fue político, periodista, historiador y editorialista en La Prensa de Buenos Aires, en los altos momentos de ese periódico. Con igual suceso, Salvador Villagra Maffiodo, Carlos Pastore, Marco Antonio Laconich, Arquímedes Laconich, Justo P. Prieto.
Más adelante, Carlos R. Andrada, Carlos Pedretti, periodistas y políticos ambos igualmente catedráticos, escritores, y editorialistas, forma literaria de difícil realización.
Avanzando en los tiempos: Alberto Nogués, Jerónimo Irala Burgos, Óscar Paciello (padre), Juan Carlos Mendonca (padre), que llegó a presidir la Academia Paraguaya de la Lengua, y podríamos citar a tantos otros, en ser abogados y escritores, como Julio César Troche, Rubén Bareiro Saguier, Gabriel Casaccia (uno de nuestros escritores de mayor altura, fue abogado distinguido en Buenos Aires), Gustavo Laterza, Guido Rodríguez Alcalá y omito a tantos otros, como el propio Eligio Ayala, Eusebio Ayala y a Blas Garay, diplomático, escritor, abogado, llamado el primer historiador científico en el país. A Hipólito Sánchez Quell, Fulgencio R. Moreno, pero lo expuesto es solo una aproximación a un estudio científico y filológico de esa perfecta combinación de escritores y abogados, o abogados y escritores.
De mi tiempo en la Facultad de Derecho (UNA) recuerdo a Alfonso Capurro, autor de la primera Ley de Derechos de Autor; Alejandro Encina Marín, César Garay (padre), Ramiro Rodríguez Alcalá, Víctor B. Riquelme, por citar solo a algunos de ellos que cumplen lo doblemente dicho.
LOS CUENTOS MISTERIOSOS DEL CUENTERO
Viene al caso las reflexiones anteriores por la reciente puesta en producción literaria del doctor Carmelo A. Castiglioni.
El Dr. Castiglioni fue durante muchos años camarista, de aquellos que no venden su pluma, ni mercan con sus ideas. Puntual en el horario, recibía democráticamente, y por orden de llegada, en su escritorio repleto de libros que señalaban a un lector voraz. Profesor en la capital y en el lejano interior, instruyendo en su saber; no perdía tiempo: más de ocho libros de valioso contenido, señalaban al estudioso de los títulos circulatorios, la factura conformada, los derechos de autor y los derechos no conexos. Su vida de jurista, de maestro y de autor, se hallaba pues plenamente conformada.
Pero desde hace unos años, se aventura a la parte literaria de su obra con Los cuentos del cuentero, editado por Intercontinental, que fue una suma de contenido real, con mucha imaginación que sorprendía, pues soltaba la prosa rígida pero veraz del jurista, por la prosa más literaria del que hace literatura.
Hace unos días ha publicado Los cuentos místicos del cuentero 2025, Intercontinental, que contiene otra valiosa y más variada forma de incursionar en los libros.
Son diez cuentos, propuesto de un prólogo muy bueno de Nicolás Gaona Irún, que transfiere merecida admiración a la obra que él abre con su prólogo.
El cuento Nº 1 describe al hombre que busca a su familia “en el infinito”, donde lo cierto se conjuga con lo onírico y así cada uno de estos cuentos creados, a partir de lo real a lo irreal, nos enseñan, que la pétrea forma de escribir textos jurídicos, no perjudican ni inhiben al autor, como es el caso del Dr. Carmelo Castiglioni, que demuestra que detrás de todo buen abogado, puede surgir un “Escribidor” como decía Vargas Llosa, porque lo uno y lo otro se hallan insertos en esa magnífica conjugación.
Si las universidades del país, que enseñan Derecho, mejoran a sus educadores, surgiría presto al buen litigante, como al buen escritor del Derecho, o un poco más allegado a la historia, la literatura, la sociología porque el profesional que vive onticamente su formación jurídica, es algo de psicólogo, sociólogo, literato, logista, porque cada juicio contiene una combinación de éstos y más saberes.
Expreso al Dr. Castiglioni y a los que le han precedido en esa hermosa contienda de saberes que es el corpus jurídico y el animus literae, un buen aplauso caluroso.