No solo en nuestra historia política ha sido difícil arribar a la democracia. Acaso es la misma historia de la política. Antes de la política la historia registró regímenes prepolíticos. Tiranías, teocracias, monarquías, dictaduras, plutocracias, cleptocracias… En nuestro país se llegó muy tarde a la democracia tras fieros autoritarismos. Y con embrutecimiento y atraso de nuestro pueblo. Así que no es de extrañar que todavía hoy arrastremos los problemas de pésimas y oscurantistas representaciones en los poderes del Estado. Lo situacional es la caída, cada vez más, hacia figuras deshonrosas en las representaciones.
Precisemos, con la ciudad surgió la política. Y de la mano de la filosofía. Su pensar llevó a la república. La que pudo constituirse a través del Estado. Y con este, la lucha y defensa de la soberanía. Nosotros recién con la independencia inscribimos al Estado. Y también la referencialidad de la República. Institución aún inconclusa, al igual que el propio Estado. ¿Por qué? Por ignorancia de la política.
Los regímenes autoritarios y verticalistas fueron prepolíticos. Antecedieron a la política, teoría y práctica de la aprehensión gnoseológica de la realidad social, como de la genealogía y sostenibilidad legítima del poder. La idea de la democracia demoró en bajar de la filosofía hacia la comunidad. La lucha por el poder se daba en un régimen propietarista. No fue casual, ni aún hoy, que el latifundismo y la concentración de la riqueza –socialmente generada– sean la base para el acceso y mantenimiento del gobierno. Ya con una constitución “republicana”, la concentración de la propiedad hizo del Estado un aparato al servicio de su dominio e interés, en magnitud, productividad y comercio.
En nuestro contexto, con una economía extractivista, esto se mantiene. Y se consolida a medida de la concurrencia manufacturera, la emergente industrialización, el oligopolio de los medios de comunicación…
Pero ¿qué pasa con la política? La tradición cultural se ha encargado de subsumirla en organizaciones partidarias, arropadas de símbolos y falsas conciencias. Así nace y se hace sistémica la partidocracia. Para mimetizar el nombre de la política, el partido es el lugar y el camino a la vez de su olvido. En particular en países, como el nuestro, donde la educación es todavía un sistema de reproducción de la a-racionalidad. No enseña a aprender a pensar, sino a repetir. Y a repetir con fe ciega para que la emocionalidad y el fideísmo impidan que el logos –la razón– genere metódicamente la crítica. Pues el pensamiento crítico puede llevar al conocimiento de la realidad. Sobre todo, al conocimiento de la realidad social que los partidos conservadores celosamente encubren.
En apariencia, este desacuerdo de la política con la partidocracia era por una cuestión de desfase geohistórico. Por nuestros lares la modernidad todavía no lograba trascender a la mentalidad de sus élites. Eso creíamos. En parte, porque nuestra producción teórica en los campos de las ciencias sociales era --y sigue siendo– limitada. Escasa. Por la otra, porque las mismas luchas sociales no siempre fueron, y son, originales.
Pero ahora, en este tiempo de sombrío horizonte, el desfase ya no es tal. Pues de las metrópolis vuelven, y otra vez con inusitada fuerza, las corrientes prepolíticas. Las que ignoran que la política es conceptualmente inseparable del Estado y, menos aún, de la República. O porque quieren privatizar la nación, sede y residencia del Estado y la República. O más sencillamente porque pretenden enajenar en corporaciones internacionales los bienes de nuestros países. Esto último es posible a raíz de una reificación de las universidades. La que se agrava con la incisiva globalización de las carreras tecnoinstrumentales o puramente doxológicas. Ya que la investigación científica, destinada a la revolución científica o la epistemología disruptiva, debe erradicarse de la educación superior. Entonces, no es de extrañar que la prepolítica ambicione una hegemonía neocolonizadora.
TARDÍO ARRIBO A LA DEMOCRACIA
Originalmente la filosofía fundamentó que ningún ciudadano debía ser ajeno a la política. Ello, con la finalidad de que la constitución, organización y legitimidad del gobierno atañen a todos. No solamente a los poderosos ni adinerados. Puesto que la Polis es de todos y concierne a la totalidad, la política es esencial a la república, cosa de todos. De ahí se instituye la idea de la participación. ¿Cómo? Mediante los derechos a la libertad, la igualdad y la justicia. Derechos que, desde la Ilustración, son absolutamente imprescindibles para que el demos, el pueblo, pueda gobernar en la democracia. O rebelarse contra el poder discrecional, dictatorial o retardatario. Luego, en la modernidad, al establecerse el gobierno de las leyes y no el de la arbitrariedad de los hombres, la política requiere sabiduría, civismo y honestidad. De esta forma se llega al canon de la representación y del sufragio. Solo se puede aspirar y ejercer honorablemente la representación si se reúnen los requisitos del saber, de la idoneidad y de la eticidad. En tanto que el sufragio solo contribuirá al fortalecimiento de la democracia toda vez que la ciudadanía tenga la formación ideo-política. Y también la capacidad cívico-cognitiva de ungir al gobierno a personalidades dignas de confianza y de honrar la historia. Es el código de la política.
OCULTAMIENTO DEL ESTADO SOCIAL DE DERECHO
Con la Constitución vigente del 92 se estableció el Estado social de derecho. También democrático y participativo (Art.1). Obra de algunos ilustrados y progresistas constituyentes. Contra el régimen propietarista se consagró la reforma agraria. Y además de los derechos a la tierra propia y a la vivienda decorosa, los universales derechos a la educación, a la salud y al salario digno. Para la facticidad de estos enunciados protojurídicos (la Constitución de la República), se instituyeron la independencia y mutuo control de los Poderes del Estado, así como la descentralización y las libertades públicas, además del sufragio directo.
Pero en la práctica se ha venido profundizando la obstrucción al Estado social del derecho. El que se caracteriza por la equidad tributaria y la redistribución de los ingresos. Más bien se avanza hacia el modelo de privatización y mercantilización, acentuándose las desigualdades sociales. Ello, con la significativa homogeneización de la ignorancia y la mediocridad, gracias a la privación de los derechos sociales, como los de la educación, de la salud y del empleo. Por consiguiente, no es una casualidad que nuestra democracia sea meramente procedimental, sin revocatoria de mandatos, por falta de gestión, abuso del poder, corrupción. Y que nos denigren unas representaciones, en su mayoría, cavernarias y megalómanas. Todo, en el marco de una perspectiva políticamente desolada. No obstante, la historia nunca es unidireccional. Trágica.