Las señales que sigue brindando el sistema de Justicia en el país, al permitir la impunidad de ciertos actores públicos sobre los que pesan incontables elementos para avanzar con juicios y concretar sentencias ejemplificadoras, son cada vez más atroces. Se premia, en definitiva, al avivado que está en el ojo de la tormenta dentro de las investigaciones por mal desempeño en su cargo.
La realidad nos impregna una diaria cachetada soez al ver cómo ex funcionarios ligados a los más altos poderes abandonan orondamente la reclusión –instancia por la que fueron procesados– con tamaña desvergüenza y a la espera de la prosecución de su juicio, pero en la placidez de sus hogares, e incluso algunos con posibilidades de retornar a puestos con jugoso salario, como si se tratase de un cuento de hadas.
Los intocables de siempre y otros que ingresan a ese mundillo hediondo, donde las influencias político-partidarias fuerzan resoluciones, dictámenes y hasta sentencias judiciales, se sumergen en una fórmula casi calcada de alguna anterior trapisonda, en la que –si no tuvieron mucha suerte– van a parar por un tiempo a la privación de libertad, pero a sabiendas de que los manejos turbios en el alto nivel les permitirán gozar de nuevo de sus privilegios suspendidos.
Así se mueve el deleznable círculo de chivos expiatorios provisionales, porque ya está todo conversado, solo es cuestión de tener un poco de paciencia, enfrentar con estoicismo portadas e informaciones de trascendencia que les salpican hasta el tuétano con manejos irregulares, matufias varias y desvíos de fondos astronómicos… todo dentro de un teatro en el que las piezas de un sórdido ajedrez se mueven a influencia de telefonazos desde las altas esferas, amenazas, remoción de fiscales y acomodamiento de jueces.
La facilidad con la que el estamento político-partidario hace y deshace en el fuero judicial, la desvergüenza sobre la que navegan las decisiones legales para beneficiar abiertamente a representantes del poder, la serie de chicanas y recusaciones que solo permiten alargar procesos incluso hasta extinguir su causa en algunas ocasiones, pasan como una película de terror ante la población pasmada y ya hastiada del circo interminable.
Mientras, el anhelo de justicia pronta y barata para los comunes, aquellos que no alcanzan a beneficiarse de los tentáculos benevolentes de los tomadores de decisión, es una de las tantas quimeras envoltorias de una población siempre receptora de los golpes al bolsillo y de un desgobierno que, conforme avanza la administración del país, guarda menos el recato y se expone tal cual es: premio a los amigos, palo a los enemigos.
El abroquelamiento y la defensa del correligionario manchado con gestiones turbias, abrazo en imágenes casi siempre con el dueño del quincho sobre la calle España, el manido argumento de la “persecución política” y la secuencia de hechos deshonestos que defienden una y otra vez frente a la opinión pública, forman parte del pan de cada día en medios y redes.
El espectáculo se torna corrosivo, la normalización de corruptela y falta de institucionalidad denigran una evolución que presenta poco avance en el castigo a los funcionarios que violentan la correcta administración de las arcas públicas y se parapetan en curules donde, para colmo, el salario personal y los demás beneficios ascienden maratónicamente, fenómeno que en el sector privado jamás podrá replicarse.
Análisis locales y reportes de organismos internacionales dan cuenta de la preocupación en torno a la imagen país que, si bien ya logró el tan ansiado grado de inversión, sigue asumiendo una deuda interna hacia la ciudadanía, con el fin de erradicar la inseguridad jurídica y la ola de corrupción que no amaina en su influencia en todos los estamentos. Como patas de una mesa que siempre está desequilibrada.