El Superman de 2025 es un poco el Superman de 1978, pero con más humor y más animación digital: Hasta podemos sentir el amor que sienten los padres adoptivos del alienígena, su dolor; también el peso aplastante y caótico de las computadoras interviniendo en la historia como recurso privilegiado. En donde el de este año flaquea, como en casi todas las películas posteriores a las dos primeras, es en la dirección.
El Superman, de Richard Donner, es insuperable allí. Las películas de 1978 y 1980 se rodaron juntas y tienen directores diferentes. Donner fue despedido mientras los aplausos mundiales por su obra maestra del arte pop se multiplicaban estruendosamente, al igual que los dólares. Tomó su lugar Richard Lester, filmando de nuevo y a su manera mucho más que la mitad de la segunda película, siguiendo con esa mezcla de entretenimiento masivo y arte sutilmente oscuro que era Superman: The movie. Pero la mente de Donner estaba en la concepción de ambas películas, prácticamente como una.
Donde la nueva triunfa sobre las demás es en el trasfondo de contexto epocal que le imprime ese “nativo” director (productor y propietario de franquicias) de superhéroes que es James Gunn. O sea, no es que en las anteriores faltaran las sutiles referencias históricas (el más tonto de los villanos de la segunda parte arrojando despreciativamente en la luna las banderas de EEUU y la URSS, por ejemplo, en la segunda), sino que aquí la sutileza es superior en medio de la dispersión de Gunn para filmar una historia que sea algo más que peleas que no entrañan ninguna novedad.
Superman es un alienígena, es decir, un extranjero cabal. Hasta ahora no había sido presentado como víctima expresa de una xenofobia planetaria. Hasta ahora no se habían preguntado los habitantes estadounidenses de la franquicia por qué habrían de amar a un héroe de origen migrante: Un “metahumano” que es igual a ellos en todo excepto en los superpoderes que posee. Quien se encarga de hacerles notar este origen no es otro que Lex Luthor: Un Nicholas Hoult absolutamente creíble en su villanía, el mejor de todos actoralmente en la película. Tiene un ejército de trolls informáticos que no solo manejan villanos con mando a distancia (como en un videojuego altamente “realista”), sino construyen fake news para minar ideológicamente la reputación salvadora de Superman: Son heraldos puros de la posverdad al servicio de Luthor. En este sentido, la mejor escena es esa en la que Superman es arrestado violentamente por policías, la cara aplastada contra el piso a despecho de sus poderes, como si el superhéroe fuera un George Floyd “cualquiera”. Como si la injusticia y la brutalidad policial afectaran a ciudadanos blancos y excepcionales tal cual, en la vida real, afectan a ciudadanos negros, anónimos e indefensos, o sea, para nada excepcionales.
La introducción del perro del superhéroe como personaje es también un acierto. Aporta candidez y humor, más allá del peso “animalista” que se le imprime en el discurso, demasiado mecánicamente, como un deus ex machina que aparece siempre para salvar al salvador.
En síntesis, no solo no está nada mal esta nueva entrega de la saga, sino recupera sobre todo su direccionamiento más infantojuvenil antes que adulto, basándose en las dos primeras películas y, sobre todo, en la segunda: Todo ese mambo de la “intimidad” avasallada de Superman por parte de un calvo Lex Luthor como el inolvidable Gene Hackman de 1980.
David Corenswet está aceptable como el superhéroe. Eso: Aceptable. Fue elegido bajo la misma premisa por la cual lo fue Christopher Reeve: no ser una estrella. Rachel Brosnahan, como Lois Lane, definitivamente lo fue por ser una gran actriz de comedia y sale muy bien parada como lo salía en la sería La maravillosa Mrs Maisel. En fin, a pesar de sus obviedades no está nada mal el Superman que anda en los cines de Asunción.