En nuestro caso, lo de perdonar sistemáticamente a quienes nos mantienen crucificados no es por la fe; sinceramente, estoy convencida de que sufrimos un gravísimo caso de síndrome de Estocolmo.
En sicología, se define este síndrome como una respuesta emocional en la que una persona que se encuentra en cautiverio muestra lealtad e incluso afecto hacia su secuestrador y opresor.
Hace cincuenta años, Jan-Erik Olsson, un delincuente, tomó de rehenes a cuatro empleados de un banco en Estocolmo, Suecia. Sucedió un 23 de agosto de 1973, y ahí no solamente se inició una crisis que duró casi una semana, sino que se originó la psicosis tristemente célebre: el síndrome de Estocolmo. El término había sido acuñado por el psiquiatra Nils Bejerot, que formó parte del equipo negociador.
Retomando el triste caso de nuestro país, del cual trágicamente vive enamorado el infortunio, claramente muestra todos los síntomas. Y aunque, actualmente, el concepto está siendo cuestionado, debemos mencionar que, cuando la Policía iba a irrumpir, los rehenes terminaron protegiendo a sus captores. De ahí viene la explicación del término, pues.
En el Paraguay, hay gente que vive haciendo exactamente lo mismo hace más de 70 años; para ser más precisos, sería desde el 13 de enero de 1947, cuando el general Morínigo dio un autogolpe. Vale decir, ya son 77 años.
Este pacto nos ha llevado a tener ininterrumpidos gobiernos colorados, una dictadura atroz que duró 35 años, a la que siguió una “democracia descafeinada”, como dijo alguien, pero en la que, al menos, recuperamos derechos y libertades. Pero nunca, jamás de los jamases, la clase política cuestionó las atrocidades cometidas por el Partido Colorado, y el Partido Colorado menos todavía. De hecho, teníamos tanta democracia que seguimos conviviendo con los defensores acérrimos de la dictadura y del dictador; los cómplices de la dictadura nunca devolvieron ni se les obligó a devolver los bienes malhabidos. En democracia, mantuvieron su electorado, lo cual explican los expertos con el argumento del clientelismo y el prebendarismo, perfeccionados por la ANR.
Sin embargo, y fuera de ese clientelismo, los resultados de nuestro cautiverio son terribles. Para explicarles, solamente mencionaré dos actuales ejemplos.
¿Vieron cuando, el año pasado, aparecieron las denuncias sobre el nepotismo en el Parlamento? Al saltar la denuncia sobre el hijo del presidente del Congreso Nacional, Silvio Ovelar, conocido también como Trato apu’a, el muchacho renunció o lo hicieron renunciar, da igual. La cuestión es que el muchacho no solo no pasó al ostracismo o a una anunciada muerte social, todo lo contrario. Alejandro abrazó su apodo, Tratito apu’a, y se lanzó a disfrutar de la fama recién conquistada; se postuló a la presidencia del Centro de Estudiantes de Derecho UNA y probablemente llegará muy lejos.
Otro caso terriblemente vergonzoso es el de una senadora que se postuló detrás de un candidato que había vendido el discursito anarco: “Yo voy a romper todo el sistema”. Al final, aquel candidato logró un montón de plata por el subsidio electoral, y nos encasquetó varios troncos, como la senadora en cuestión, quien luego de dar un patético espectáculo en una convención colorada, salió a la calle y dijo: “Soy senadora de la Nación, chupate esta mandarina Payo Cubas”. Amiga, date cuenta de que es el pueblo paraguayo quien te paga, ubicátena...
Para Tratito apu’a y la susodicha, disculpe que no la mencione, el cielo es el límite, y todo por culpa del síndrome de Estocolmo y la costumbre de andar perdonando a quienes nos mantienen en la cruz.