18 jul. 2025

Los fantasmas de Peña

Hay presidentes que degradan la institución más importante como la Primera Magistratura. Con sus actos, sus dichos o un comportamiento poco acorde al cargo que ostenta; es decir, banalizan la investidura.
Santiago Peña asumió el cargo con la pesada mochila de ser un gerente del poder real. Era una realidad política difícil de disimular. La pregunta era cómo iba a desempeñarse de modo que esa debilidad de origen no sea tan evidente. Su formación académica en economía y haber ocupado cargos importantes tanto a nivel nacional como internacional generaban expectativa.

El pasado 1 de julio fue al Congreso a presentar su segundo informe de gestión, como manda la Constitución. Pero, lamentablemente y haciendo honor a la bicefalía de poder, rindió primero cuentas a la Junta de Gobierno, presidida por su padrino político, Horacio Cartes.

Peña inauguró esta modalidad el primer año de gobierno y con ello dio un paso que ningún otro presidente colorado se atrevió a dar: rendir cuentas primero al Partido Colorado antes que a la Nación. Sus antecesores eran más colorados que él, pero eran conscientes de su rol en la historia, de la importancia de la institucionalidad.

Al adelantar su informe de gestión, le sacó novedad. Él mismo se encarga de ser su propio espóiler.

En general, los informes presidenciales son densos porque contienen una lista larga de la ejecución de los proyectos. El datismo aburre en cualquier materia. Los autoelogios, aún más. Quizá por ello, decidió atacar a la escuálida oposición y a la prensa, en consonancia con la línea discursiva del movimiento Honor Colorado.

Hizo una leve alusión a los problemas de su política sanitaria, sin llegar a ser una autocrítica. El año pasado, el tirón de orejas fue para Enrique Riera, a quien tocó la evaluación negativa por el tema inseguridad.

Lo más llamativo de su discurso fue su definición de democracia, con tono “mileizado”. En su particular visión sobre el tema, apuntó a la izquierda (una fuerza electoral con poca inserción) y el populismo, del que la ANR puede dar cátedras, ya que usa el Estado como patrimonio. “Luchemos cada día por profundizar todavía más la democracia, y por hacer que la misma nos dé resultados, para evitar a esos gemelos del mal que son el populismo y la izquierda trasnochada”, dijo alertando sobre temores inexistentes.

Desde que asumió, el presidente pretende instalar un relato con elementos fantasiosos como el “resurgir de un gigante”, escrito por guionistas afiebrados de nacionalismo anacrónico. Ahora, busca agitar temores sobre un sector político que no tiene capacidad de mover el amperímetro político. La izquierda no supera cuatro votos en un Congreso de 125 legisladores. Es un discurso amplificado para no hablar de los verdaderos problemas, de la escandalosa corrupción sumada a la ineficiencia del Estado. Si fuese honesto, es lo que debe señalar, pero no puede decirlo porque sería dispararse al pie y porque admitiría que no tiene excusas. Tiene la mayoría absoluta en el Congreso para llevar adelante sus planes sin ninguna traba, excepto los palos que le pongan sus propios correligionarios.

No pasa un día en que no sea noticia un hecho de corrupción, una licitación sobrefacturada, una coima, otro nepobaby con salario exorbitante. El crimen organizado sigue teniendo los hilos del poder y la imagen del país cae en picada cuando la dirigencia política aparece involucrada en escándalos internacionales, como el caso del fentanilo mortal. Los “grandes inversores” fueron recibidos en el quincho del poder. El negocio, muy vinculado al poder político de Argentina con nexos en Paraguay, se constata con una foto del empresario a quien Cartes abraza con familiaridad. Como si fuera poco, aparece como asesor el senador Gustavo Leite, flamante candidato a embajador ante Estados Unidos.

En cuanto al populismo, no hay mejor ejemplo que la ANR, cuyos dirigentes proclaman la supremacía de la voluntad popular contra las instituciones que ellos mismos se encargan de degradar o contra las élites que ellos mismos se encargan de consolidar.

Como prueba de su desafección de la realidad, Peña habló el viernes ante inversores argentinos. Allí dijo, sin el mínimo rubor, que “los jóvenes quieren trabajar y no quieren que el Estado les dé nada”. Obviamente no se refería al sector juvenil colorado, cuyo único fin es ocupar un cargo público. Cada día asombran los nuevos nepobabys que esquilman al Estado con salarios astronómicos, sin otro mérito que la afiliación.

La realidad de la dimensión peñista en clave psicología optimista ahora se tendrá en formato pódcast, porque desde hoy el presidente inaugura un espacio llamado “Paraguay adelante”. Allí continuará su relato cargado de simplismo que sostiene que los logros en la vida se reducen al “si quieres, puedes”, sin tener en cuenta las complejidades del entorno para el desarrollo de una persona.

YO, EL CULPABLE. La degradación de la democracia la está ejecutando su Gobierno, gracias a la hegemonía en los tres poderes del Estado. En el Congreso, con la mayoría cartista, ya no se permiten los debates sobre las leyes de interés nacional. Los proyectos enviados por el Ejecutivo se aprueban en menos de 20 minutos. A la censura, Peña llama la “aplanadora del bien”. Esa misma que de forma inconstitucional expulsó a la senadora Kattya González y puso en alerta la alteración de las reglas de juego, o dinamitó la participación de la sociedad civil, o puso en peligro añejas relaciones internacionales.

Como si fuera poco, Peña llega a su segundo año con otro estigma: el de un presidente con dudas sobre su integridad. La construcción de una mansión veraniega en San Bernardino, que no supo explicar hasta hoy, además de escándalos que lo vinculan con un banco de plaza que creció exponencialmente tras su asunción y al que privilegia con fondos del IPS y nuevas reglas de juego, lo perfilan como otro presidente más que se aprovecha del cargo para enriquecerse.

Nada nuevo del viejo país.

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