04 nov. 2024

Lecciones de octubre

Este mes empezó con varias predicciones acerca de los incendios, el calor, la bajada del río, la recesión, la corrupción, la Selección Nacional aún en baja, el cambio de hora… en fin, Karai Octubre con su alforja de desafíos iniciando el mes de las vacas flacas. Si íbamos a dejarnos guiar por esas circunstancias –¡madre mía!–, ¡qué presión!

Pero resulta que, en medio de titulares grandilocuentes y casi desapercibidos, resonaron también algunas situaciones que dieron aire fresco al clima emocional sobrecargado que teníamos. Lo primero es que sí llovió; los bomberos nos dieron muestra impecable de sentido del deber y de generosidad, pero no solo ellos, también las comunidades afectadas por los incendios del Chaco y esos paraguayos de a pie, que agradecían con tantos gestos espontáneos y altruistas el jopói. Cristian Vázquez, un periodista que también es bombero, nos hacía el día cuando comentaba en sus redes que una señora se acercó para donarles comida en medio de uno de los trajines, y luego les pidió usar la radio de los bomberos para pedir su táper perdido. Sencillez total, cercanía maternal y vida comunitaria.

La Selección de fútbol nos viene dando alegrías enormes. Un gustazo es verles ganar hasta incluso empatar, por el afán y empeño que vemos en los jugadores y el técnico. Esto no fue lo previsto por los futurólogos que nos armaron escenarios fatales. Justamente, una de las aristas que están sumando en este buen desempeño es la actitud del director técnico.

A la postre, en este mes de octubre me doy cuenta, y tomo nota, de que la vida necesita de cierta apertura para florecer entre el estiércol con que se abona. Esa apertura se hace cultura en un estilo de vida comunitario que no deberíamos perder jamás. Porque en comunidad, cuando uno está bajoneado, el otro se pone a su lado para apoyarlo. Y, además, surge el buen humor que no se puede comprar ni con dinero, es un estado interior de gente que cree en la positividad de la vida.

Es como que a Karai Octubre le pintamos con humor un grafiti en su bolso, luego de compartir el jopara en familia y, listo, se va volando con sus predicciones pauperistas. No hay por qué vivir con esa presión que nos impone el voluntarismo, que solo cuenta con las propias fuerzas para todo. Y, como somos limitados y no todo depende de nosotros, esa vía nos cansa y hasta desespera.

Porque hay en la vida algunos detalles importantes, sorpresivos, imprevistos, con posibilidades de bien que nos gratifican, que acontecen en pequeño, pero dejan huellas grandes, es lo que las abuelas llamaban “providencia”. Para ellas, siempre fue evidente que Dios, como Padre, protege, guía, provee, consuela, aunque no nos evite todos los sufrimientos. Estos son caminos misteriosos de crecimiento. Cuando pasamos los tramos difíciles nos volvemos más fuertes y sabios.

La cultura de la vida es más silenciosa, así crecen los árboles en el bosque y dan aire al mundo. Se manifiesta en ese convidar para un cumpleaños, en esa visita de amigos para tomar tereré, en esas conversaciones de las que surgen ideas y sensaciones sanadoras. En ese “justo a tiempo” de un trabajo remunerado, o la salida con éxito de una cirugía difícil. En ese agradecimiento. Porque solo los agradecidos son felices.

A la par, hay otra subcultura que crece entre nosotros y nos empuja a un individualismo egoísta, empobrecedor en lo humano porque desconfía de la vida y todo lo quiere bajo el control de la propia voluntad. Siempre aspira al poder y no dialoga, sino que se victimiza y a la vez impone sus posturas. En el fondo se siente inseguro y lleva a muchos a sentirse solos.

La subcultura del yoísmo victimista y cancelatorio es una inmadurez miedosa, controladora, envidiosa, revestida de empoderamiento violento. Es tóxica y desgastante. Lleva a muchos a la soledad y la amargura. Cuidado con los estilos de vida individualistas. Pueden tener apariencia de bienestar, pero detrás estar “en total desorden” como lastimosamente encontraron la habitación del hotel del talentosísimo y lindo joven músico británico fallecido hace unos días en Buenos Aires.

En cambio, la cultura de la vida tiene un orden y unos límites, ciertamente, no puede hacer promesas vacías de un futuro sin dolor, porque acepta las desproporciones entre el deseo y la realidad. Pero no es pesimista, porque busca el bien común, aprecia la libertad y se sabe reír de cosas simples.

Como sociedad tendríamos que aprender de estas lecciones que nos va dejando octubre.

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