“No quería estar solo como ex mandatario, quería estar como amigo de Israel”, dijo el ex presidente de la República, Horacio Cartes en ocasión de la invitación que le cursara Benjamín Netanyahu para que asista a la conferencia sobre antisemitismo, realizada en Israel, el mes de marzo 2025. A sus interlocutores israelíes les decía “Ustedes no se imaginan lo que Paraguay los quiere, cuando se habla de Dios, cuando se habla de Israel, ustedes están en nuestros corazones”.
Estas posiciones proisraelís han sido una de las marcas distintivas del “cartismo” en la política paraguaya. De hecho, fue durante la presidencia de Horacio Cartes (2013-2018), que se propuso trasladar la Embajada de Paraguay a Jerusalén. Acto que, al final, se dejó sin efecto durante la presidencia de Mario Abdo Benítez (2018-2023), pero que se pudo concretar durante la actual presidencia de Santiago Peña.
Según Julieta H. Heduvan, en un reciente artículo en la revista académica Foro Internacional, los posicionamientos de la actual diplomacia presidencial, tan claramente alineados con el Gobierno de Netanyahu, han dejado atrás décadas de una política exterior más cercana a la neutralidad. Según ella, “la actual postura incondicional del gobierno paraguayo hacia Israel, en especial en un periodo marcado por un aumento de la violencia en esa región, sitúa a Paraguay en una posición de tensión innecesaria con la comunidad internacional. La decisión es disruptiva con respecto a la política exterior histórica y las razones que justificarían esta posición, tanto internas como externas, resultan insuficientes”.
Paraguay votó a favor de la Resolución 181 de la ONU, que llamaba a la partición de Palestina en dos Estados. Luego de la guerra de 1967, el país acordó no reconocer la adquisición de territorios por el uso de la fuerza o bajo amenaza, que hoy por hoy está en la agenda del sionismo radical que acompaña a Netanyahu. En 2005, el gobierno de Nicanor Duarte Frutos estableció relaciones diplomáticas con Palestina; en el 2011 Paraguay se unió a los 108 países que reconocían el Estado de Palestina; lo hizo antes de Guatemala, Colombia y México. Ese reconocimiento, lo obliga a Paraguay a respetar las fronteras del 67 y mantener el estatus internacional de Jerusalén. Con la presidencia de Federico Franco se dio una mayor reticencia, cuando, en 2012, Paraguay se abstuvo ante la propuesta de que Palestina pase de ser una “entidad observadora” en la ONU, a ser un “Estado observador”.
Sin embargo, nada de esto es comparable a las votaciones del gobierno de Santiago Peña. Votos contra una tregua humanitaria inmediata, duradera y necesaria en Gaza; un voto contra el cese el fuego (¡!). Un voto contra la Declaración de Nueva York, que solicitaba un cese el fuego en Gaza, la liberación de todos los rehenes, el desarme de Hamás y su exclusión de todo gobierno palestino futuro, la normalización de las relaciones entre los países árabes e Israel, el reconocimiento del Estado de Palestina, entre otros. Más cruel ha sido la oposición a que la autoridad palestina pueda dirigirse a la Asamblea General de la ONU por videollamada, ya que el Gobierno de Donald Trump no quiso otorgarle entrada a EEUU para asistir de manera presencial. Mientras que, en su discurso ante la ONU, Santiago Peña habló del respeto a la libertad de expresión en su comentario sobre el asesinato de Charlie Kirk, su gobierno se opuso a que Mahmoud Abbas pueda presentar su punto de vista de manera virtual en la Asamblea General. Vaya incoherencia.
Ante un apoyo tan activo al Gobierno de Netanyahu, uno no puede dejar de caracterizar las semanas pasadas como un momento de quiebre moral de la política exterior paraguaya. Hubiesen podido quedarse callados, tomar posiciones más equilibradas, considerar la trayectoria política del país en estos asuntos. Pero saludar a los perpetradores de lo que a todas luces es un genocidio, con una sonrisa, probablemente pensando en un incremento en la exportación de carne o en la posibilidad de nuevas inversiones rebasa toda medida de decencia y humanidad.