De acuerdo con los datos expuestos por la consultora Mentu, extraídos del BCP, al cierre de julio, la cantidad de plásticos activos emitidos por el sistema bancario alcanzó las 2,4 millones de unidades, lo que representa un crecimiento del 84,4% interanual. Se trata del mayor ritmo de expansión hasta la fecha, reflejando así mayor inclusión financiera y un acceso cada vez más extendido de los consumidores a este instrumento.
En paralelo, el saldo total de las tarjetas llegó a G. 5,3 billones (USD 708 millones), con un incremento del 28,4% frente a julio de 2024. Este comportamiento evidencia un mayor uso del crédito para financiar consumo, pero también revela una realidad alarmante: muchas familias recurren a la tarjeta no para darse lujos, sino para llegar a fin de mes, en compras de supermercado.
Los números también esconden una paradoja. Aunque crece el volumen total, el saldo promedio por tarjeta es cada vez menor. Los bancos parecen estar optando por diversificar riesgos, repartiendo el crédito en muchas manos en lugar de concentrarlo en pocas. Para las entidades financieras, la estrategia tiene lógica. Para los hogares, sin embargo, significa menos margen individual y, en muchos casos, la tentación de acumular deudas en varias tarjetas, al mismo tiempo.
No obstante, coincido en que el verdadero riesgo no está en el crecimiento del uso de las tarjetas en sí, sino en la falta de educación financiera. Muchos usuarios desconocen cómo funcionan los intereses, las tasas efectivas o los cargos adicionales y terminan pagando mucho más de lo que realmente usaron, lo menciono desde mi experiencia. Sin mencionar la cantidad de descuentos, reintegros, y otras promociones, que fácilmente podrían confundir a los clientes lo que resulta en que la tarjeta, que debería ser un aliado para ordenar pagos y aprovechar oportunidades, se convierte en una trampa que erosiona el ingreso mensual.
Justamente, leyendo el análisis del economista Gustavo Marecos, en la revista bimestral del Cadep, y que los recomiendo leer, se menciona los hallazgo del estudio de Agarwal et al. (2023) del mercado de tarjetas de crédito estadounidense, sobre como los programas de recompensa funcionan como un mecanismo masivo de redistribución financiera encubierta. El cual revela que los usuarios con bajo puntaje crediticio (menos sofisticados financieramente) mostraron una tendencia a incrementar su gasto y endeudamiento en tarjetas con recompensas, especialmente tras aumentos de límite. El desafío es, por un lado, los bancos deben asumir la responsabilidad de otorgar crédito con criterios prudentes, evitando una sobreoferta que pueda desembocar en morosidad masiva. Por otro lado, se necesita educación al ciudadano en el uso responsable de las herramientas financieras.