12 ene. 2025

El ministro Giménez, ¿es o se hace?

Las expresiones homofóbicas y cargadas de odio del ministro de Agricultura, Carlos Giménez, en un acto en una escuela agrícola, sonaron tan destempladas que resonaron incluso en la prensa extranjera. Sus frases pusieron en aprietos al presidente que, a esas horas, intentaba vender en España una imagen de país moderno. Fue desautorizado por Peña y tuvo que disculparse, con el ridículo agregado de que fue “malinterpretado”.
Carlos Giménez se llevó por delante varios artículos de la Constitución Nacional y dejó flotando una pregunta que varios periodistas se hicieron inmediatamente: Este señor, ¿es o se hace?

La primera opción es que, efectivamente, el ministro piensa como un troglodita y su discurso fue absolutamente sincero. El hecho de ser universitario no garantiza que él crea que en esas escuelas solo deben ingresar los heterosexuales hechos y derechos. En una sociedad tan conservadora como la nuestra, esta posibilidad no puede descartarse. Fíjese que el auditorio aplaudió la bestialidad que pronunciaba el disertante. Y días después, tres asociaciones de padres provida y familia, encabezadas por el infaltable pastor evangélico Miguel Ortigoza, lo felicitaron a través de un comunicado.

La segunda opción abre alternativas más divertidas. Hay varios que suponen que Giménez dijo lo que dijo a sabiendas de que era una barbaridad, buscando ser destituido por Peña, porque ya no quiere ser ministro. Es que, en realidad, él fue elegido para ocupar una banca en el Senado y, en agosto del año pasado, pidió permiso para ir a la cartera de Agricultura. Su nombramiento fue resistido por los gremios de la producción que solicitaban que continúe al frente del Ministerio el ingeniero agrónomo Moisés Santiago Bertoni. Además, sonaba raro que Santiago Peña elija como colaborador justamente a alguien que le hizo pasar un mal rato cuando realizaba su primera campaña electoral como candidato de Honor Colorado. En mayo de 2017, Carlos Giménez, entonces intendente de Choré, rompió la tranquilidad de un acto partidario para decirle en tono áspero que no estaba de acuerdo con su candidatura porque era “demasiado nuevo” en la política.

Había, sin embargo, un motivo poderoso para su nombramiento. Su salida del Senado permitía que Juan Carlos Nano Galaverna ocupe su lugar. La orden vino del Quincho y, aunque ni el propuesto ni el firmante del decreto estaban entusiasmados, fue acatada. Giménez fue el último de los ministros de Peña en ser anunciado. Por su parte, Nano Galaverna, minúsculamente relevante, pero hijo de Calé, se convirtió en senador del mismo modo que se había transformado en diputado en el periodo anterior: camuflado en la lista de suplentes.

Las suplencias explican algunos nombramientos extraños. Como el del ignoto diputado por Ñeembucú, Luis Benítez, como titular de la Entidad Binacional Yacyretá. Su salida de la Cámara Baja permitió el juramento de la suplente Fabiana Souto, esposa del vicepresidente de la República. Ella heredará también la nutrida “oficina parlamentaria” instalada por Pedro Alliana en la Municipalidad de Pilar.

En su nuevo cargo, Carlos Giménez demostró escasa habilidad. A poco de asumir destituyó al viceministro Víctor Coronel, con un perfil altamente técnico y, en noviembre pasado, tuvo que desprenderse de su jefe de Gabinete, luego de que el Ministerio de Agricultura firmara un convenio con los inexistentes Estados Unidos de Kailasa. Poco después, dijo tener sus dudas acerca de la existencia del cambio climático, contradiciendo el discurso oficial del presidente de la República.

Es entendible que Giménez prefiera ser senador antes que ministro de Agricultura. El Senado ofrece mucha más visibilidad política. Pero si hizo esas declaraciones discriminatorias con el fin de que le pidan la renuncia, ha fracasado. El que, por ahora, respira aliviado es el senador Hernán Rivas. Es que, si Giménez vuelve, es impensable que salga el hijo de Calé. Y el sacrificado sería él. Lo que, de paso, vendría bien para paliar el bochorno de la expulsión de Kattya.

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