Por eso, en pocos meses de iniciar el nuevo periodo presidencial, Santiago Peña operó para que el Parlamento le sea completamente fiel. Además de que en ambas cámaras, el oficialismo partía con fuerza propia –mayoría absoluta en ambas–, luego se añadieron las alianzas. Alianzas que tuvieron sus particularidades.
No fueron fruto de acuerdos por grandes temas, sino de la lamentable abdicación de miembros de Cruzada Nacional que pronto se sacaron la careta y uno por uno se cambiaron de bando. Solo dos quedaron representando a ese sector que ingresó con cinco al Senado y rifaron su pase al cartismo. Esperaron un rato, pero no fue menos escandaloso el “transfuguismo” de Patrick Kemper, alguien que siempre zigzagueó en sus acciones y, por último, el pase de Penner que renunció a Patria Querida para tener pase libre y ya sin ataduras votar en el mismo sentido del cartismo, así como lo venía haciendo, pero bajo la sombra de su partido que en este último periodo le reclamó. Están los liberales, cuatro expulsados por seguir la línea del cartismo y votar cada receta que envía el Ejecutivo sea de corte político, como la destitución de Kattya González, o de tinte económico (Hambre Cero), pese a cuestionamientos tuvo la firma estampada de varios liberales. Peña se metió en el fango por defender la presunta “persecución” que sufrieron los senadores que en la Convención fueron sancionados con desafiliación, pero quedó en evidencia por no tener la misma moral solidaria en el caso de Kattya González, acérrima opositora a su Gobierno. Las acciones dentro del Congreso no pueden ser tomadas como hechos que solo retumban tras sus paredes, sino que tienen resonancia tanto en el pueblo como en el Gobierno. Hay que decir que las idas y venidas de este Congreso, muy venido a menos, con claras señales de parte de la mayoría de querer romper los últimos resortes que sostienen la democracia afectan a un Gobierno peñista que hasta ahora demostró no tener la fuerza para dirigir acciones para rever la imagen del cartismo como conjunto, del cual es pieza clave. O hallar algún signo que realce su perfil y lo separe de la sombra de Horacio Cartes.
El caso nepobabies es la bandera pirata con el que el cartismo sostiene desde el Parlamento el viejo modelo prebendario, clientelista y ahora nepotista de los primeros en encontrar privilegio y espacio en un Estado desangrado. Son los hijos, esposas, hermanos, padres y un sinfín de etcéteras de los parlamentarios. El Gobierno nunca se puso firme ante esos excesos que privilegian principalmente a clanes del oficialismo y, por ende, quedó pegado a la impopular medida en que los parlamentarios gocen además de una jugosa dieta, de cupos para familiares.
Por último, como corolario de la prepotencia e intolerancia, el ataque a la prensa. El paso del discurso al hecho. Si bien desde el principio el cartismo demostró hostilidad hacia la prensa, la agresión física del diputado Esgaib hacia colegas que quedó plasmado en las lentes de las cámaras fue el disparador para que otros miembros del cartismo ya a cara descubierta critiquen la labor de prensa pretendiendo pintar como agresor al agredido.
Es tal la borrachera de poder que pasan por alto que para el ciudadano de a pie, por supuesto, que le causa indignación que haya hijos del poder con G. 20 millones de sueldo. Pero como en las altas cumbres del poder no existe el arrepentimiento que la rectificación de una falta se ve como debilidad, apelan a atacar a una institución que mal que bien aún genera credibilidad: La prensa.