04 nov. 2025

Atacar en su origen al flagelo de la droga para detener epidemia




Lo que dio origen a esta problemática fue el afán de un grupo de personas por obtener ganancias sin consideraciones éticas o legales. El tráfico de drogas es el gran escenario, y en él, niños, adolescentes y jóvenes adictos son tanto clientela como víctimas colaterales. Esta epidemia no sería posible si el sistema económico no hubiera abierto las puertas; no sería factible sin la impune corrupción de funcionarios de Estado, y sin una crisis social profunda que ha venido socavando los valores. Tristemente, el adicto es el último eslabón en esta cadena.

Un dato de hace un año señalaba que 14 barrios de Asunción están atrapados por el microtráfico. La Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) había identificado las zonas rojas de mayor comercialización de drogas al menudeo. En ellas, decían, era mayor la comercialización y el consumo, lo que tenía como consecuencia el agravamiento del conflicto social, y afirmaban que el consumo de drogas influye directamente en el aumento de inseguridad. Ahora vemos como algo cotidiano las guerras territoriales violentas que ya están asolando barrios y comunidades.

Las autoridades y los funcionarios con frecuencia reducen el tema de las drogas y del microtráfico como un problema que principalmente desafía la seguridad. Difícilmente ahondan en el análisis sobre cómo fue posible que esta situación se haya convertido en algo cotidiano. Hablan de la venta del crac y otro tipo de estupefacientes en viviendas como si fueran despensas; atrapan a comunidades enteras, como centros escuelas y colegios y hasta innovaron en la venta con la modalidad del delivery.

Sin embargo, la expansión de este negocio tan ilegal como dañino fue posible solo con la connivencia de autoridades y funcionarios.

El Informe Mundial sobre las Drogas 2024 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señala que el consumo de drogas aumentó un 20% en la última década, siendo el cannabis la droga más consumida en todo el mundo.

En el Paraguay actual, nuestra pesadilla es la pasta base de cocaína, una droga de bajo costo a base de sulfato de cocaína, similar al crack que en Paraguay se vende como crac, chespi o piedra, y que se obtiene mezclando hoja de coca triturada, agua y querosén, ácido sulfúrico, cal, amoniaco, plomo, parafina y otros. Su uso constante genera deterioro neurológico e intelectual, y produce alteraciones pulmonares, cardiacas, además de dependencia.

El consumo de esta droga es un verdadero azote social. Los testimonios de adictos recuperados y sus familias son desgarradores, pero nos hablan también del gran déficit en el combate al consumo de drogas: el ataque directo al origen del problema. Ese origen tiene varios componentes, y el principal de ellos es la responsabilidad no asumida de autoridades del Gobierno y funcionarios. En el país no solo faltan datos creíbles, políticas públicas y combate real a la corrupción, sino que además, existen escasas posibilidades para la recuperación de los adictos y su necesaria reinserción.

Para intentar resolver este drama social se deberá enfrentar al problema como lo que es: un problema complejo que requiere el compromiso real de todas las instituciones del Estado.

Por tanto, el Gobierno debe dejar de improvisar los planes y programas. La promesa electoral Chau Chespi se convirtió luego en Sumar, pero como afirma el siquiatra Manuel Fresco, ex director del antiguo Centro Nacional de Adicciones, “es un divague que comenzó con Chau Chespi…, y sale Sumar, y Sumar también es un divague”.

Como sociedad debemos reflexionar sobre los valores que fuimos dejando de lado en un sistema económico que muy frecuentemente hace casi imposible la vida familiar y la comunicación, pero sobre todo, deberíamos enfrentar el hecho de que tenemos un Estado paraguayo que no provee a la población las condiciones necesarias para una vida con dignidad. De la población, los más olvidados son los niños y jóvenes que no tienen asegurados sus derechos a acceder a una educación pública de calidad, salud, seguridad, recreación y perspectivas de un futuro con calidad de vida.

Si no se combaten la pobreza, la desigualdad y la corrupción, no habrá posibilidades en el combate a las drogas.

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