¿Qué pensaría usted si antes de disputar un partido se enterara de que los árbitros se reunieron en secreto con el presidente del club con el que tiene que medirse en la cancha? ¿Cuánta confianza podría quedarle en la imparcialidad de esos jueces si casualmente dejaron fuera de la reunión a los pocos árbitros que no son hinchas del club cuyo presidente participó de la tertulia? ¿Cómo se sentiría si de esos mismos árbitros dependiera que usted pudiese contar con sus mejores jugadores en la final del campeonato? ¿Jugaría el partido o pediría el cambio inmediato de toda la terna arbitral?
Esta es la penosa situación en la que se ve hoy la disidencia colorada y la oposición política luego de que seis de los nueve ministros de la Corte Suprema de Justicia confesaran que la reunión secreta con el presidente de la República y el presidente del Partido Colorado (una reunión que el presidente del Congreso, también colorado, calificó de fábula) realmente existió. Los tiempos y las excusas esgrimidas por los ministros involucrados solo consiguieron alimentar el escándalo.
Una semana después de que se filtrara a la prensa que se había dado esa cumbre secreta, los ministros finalmente decidieron admitir que el hecho había ocurrido y lo hicieron en la sesión televisada del pleno. Dijeron que habían pedido la reunión al presidente Santiago Peña exclusivamente para expresarle su preocupación por el acotado presupuesto del Poder Judicial, y que nada había de extraordinario en ello.
En realidad, se confirmaron varios hechos extraordinarios. Jamás avisaron siquiera de la reunión a dos de los ministros, uno de ellos el ex senador liberal Víctor Ríos. Pretextaron que no tuvieron tiempo para hacerlo, (¿no tuvieron tiempo para comunicarle de una cumbre con el presidente de la República, ni siquiera por WhatsApp?). Ninguno negó que hubiera participado del encuentro el presidente del Partido Colorado y ex presidente de la República Horacio Cartes. La única conclusión posible ante el estruendoso silencio de los jueces sobre esa situación, en particular, es que el hombre sí estuvo.
¿Qué tenía que hacer el presidente de la ANR en esa reunión? ¿Por qué los ministros se reúnen con el presidente para discutir un presupuesto que lo define el Congreso, y que, por cierto, ya había sido aprobado una semana antes? ¿Por qué cuando se publicó sobre la reunión tanto el presidente como los ministros involucrados guardaron absoluto silencio? De hecho, el titular del Congreso, el senador Basilio Bachi Núñez aseguró que la cumbre secreta era una fábula de la oposición. Y puede que la decisión hubiera sido negar que se reunieron si no fuera porque uno de los ministros, el juez Gustavo Santander contó que lo invitaron a participar, pero que él decidió no ir. Solo después de esa revelación los involucrados se vieron obligados a confirmar la polémica tertulia.
Conviene recordar que estos mismos ministros que acudieron a la cita son los que deben dictaminar sobre la inconstitucionalidad o no de la expulsión del Congreso de la senadora Kattya González y tratar en última instancia la denuncia presentada por Horacio Cartes contra el ex presidente Mario Abdo y varios de los funcionarios de su administración, además de los casos que afectan al ex intendente de Ciudad del Este y hoy aventajado precandidato de la oposición para las presidenciales del 2028, Miguel Prieto.
Como si no hubiera ya suficiente suspicacia con respecto a la reunión secreta, unos días después el oficialismo colorado aprobó la ley que elimina la rotación obligatoria de los ministros de la Corte en el control de las circunscripciones judiciales, pudiendo cada magistrado establecer un feudo permanente.
La vendetta política de Cartes y la suerte de los dos potenciales candidatos presidenciales mejor posicionados de la oposición están en manos de ministros cuya credibilidad quedó reducida a la nada. Lo dicho, es como presenciar un partido en el que los árbitros visten sin pudor la camiseta de su equipo.