16 nov. 2025

¡Ojo! Comentario optimista. Úsese con moderación

Hay tres democracias principales con una solvencia a prueba de fuego. Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia. Pero no fue un camino de rosas, menos recto. Ni se imaginan los ríos de sangre, sudor y lágrimas que tuvieron que trasegar para consolidarse. Tampoco son conscientes de la cantidad de décadas que tuvieron que transcurrir para volverse indiscutibles (al menos hasta hoy día, porque sistemas vemos, pero corazones humanos no sabemos).

Vamos a los datos.

1) Gran Bretaña: Su peregrinaje democrático arrancó en 1215 cuando comenzó a limitarse el poder de los monarcas. Terminó el proceso en 1928 con la apertura plena del voto para las mujeres. Pasaron 713 años.

2) Estados Unidos: Tras su independencia, EEUU adoptó en 1787, por intermedio de su Constitución, una democracia representativa moderna. Su derrotero, jalonados de injusticias, crímenes y miserias, así como de virtudes ejemplares, acabó en 1960 con la Declaración de los Derechos Civiles. Fueron casi 200 años.

3) Francia: En 1789 irrumpió la revolución por excelencia. Si comenzamos a contar por este hito icónico hasta 1958 en que se instala la Quinta República y se consolida la institucionalidad, el proceso de maduración del sistema francés llevó 170 décadas. Aunque si contamos desde 1870, en que propiamente inició realmente la modernización del sistema que rige hoy hasta la citada República, este lapso se restringiría a 70 décadas.

Hasta en la cuna de la democracia, Atenas, este sistema tuvo que pagar un peaje de sangre para lograr una estructura política más justa. En el 632 a.C., un campeón olímpico buscó metas por encima de sus posibilidades. Cilón pretendía montar una tiranía echando mano al Ejército y soliviantando a la población con un discurso populista (no hay nada nuevo bajo el sol y los vicios democráticos se arrastran desde su propia génesis). El golpe en el corazón político ateniense –que para colmo de males se dio en una fecha sagrada– abrió 30 años de matanzas. En 2016 se encontraron los restos óseos de 80 personas atados con cadenas y con signos de haber sido asesinados. Eran los golpistas que se rindieron con promesa de tolerancia, pero fueron masacrados ipso facto. Toda esta barbarie provocó la instauración de las Leyes de Solón en el 594 a.C. Que a la postre se convirtió en la base moral y legal de toda la democracia hasta nuestros días.

Si esto ocurrió en la cuna de la democracia qué podemos esperar de un país que (si me permiten la humorada) nació en un ñanandy aislado, alejado de las leyes y con el único amparo y reparo de Dios. Pero miremos de forma positiva. Nuestra democracia es aún incipiente, muy incipiente. Ahora vivimos en el mayor y más prolongado periodo de estabilidad institucional democrática en toda nuestra historia política.

Desde la fundación del Fuerte de Asunción hasta los albores de la Independencia en 1811, Paraguay, como señala Ramón Cardozo en Paraguay Independiente, forjó un sentimiento nacional que “hundía sus raíces en una larga historia de infortunios sufridos en común” y agrega que el pueblo soportó “duras pruebas que vigorizaron su temple, le dieron un sentido heroico de la vida e hicieron del espíritu igualitario la base social de la comunidad”. Claro que por un practicismo existencial perverso algunos iguales eran más iguales que otros. El “ore” tribal, clasismo sin clase, siempre se impuso ante el “ñande”, más abarcativo y justo.

Nuestra institucionalidad política es excesivamente reciente. Desde 1811 hasta 1870 tuvimos regímenes totalmente personalistas. Francia clausuró al país y la institucionalidad básicamente fue él. Luego llegaron los López que manejaron al país como su feudo. Los sucesivos Congresos (entendidos éstos como basamento legal, jurídico, vivaz e indispensable del debate político) estaban al servicio de los personalismos, sin más función que el de aprobar las propuestas a libro cerrado.

Tras la catástrofe de la Guerra de la Triple Alianza comenzó un proceso de normalización política que cuajó en un sinnúmero de golpes, caciquismos políticos, pugnas partidarias, revoluciones de todo tipo y color, más golpes. Teníamos la necesidad de tener instituciones serias, pero no teníamos la educación política para lograrlo. Los Parlamentos adquirieron una función más institucional, pero seguían muy sometidos a los vaivenes internos partidistas.

El ordenar el caos es precisamente la razón de tener una estructura previsible y eficaz. Las turbulencias políticas marcaron a fuego nuestra idiosincrasia como pueblo. De muestra, un botón. Entre 1908 y 1911 se sucedieron siete presidentes y se produjeron cuatro revoluciones sangrientas. Cuando comenzó a tomar forma la Guerra del Chaco se dio un punto de acuerdo que más o menos encasilló el debate y lo sumió en algo que estaba por encima de los intereses particulares. Pero tras las resolución favorable del conflicto volvieron las asonadas. Luego de la última, la de 1947, hartos nos sumimos como país en su sopor que permitió la mayor dictadura de nuestra historia, la del stronismo.

Somos un país tan joven que nuestro último conflicto de límites, los Saltos del Guairá, se resolvió (es una manera de decir) muy adentrado el siglo XX, en 1966. Respecto a las Cartas Magnas, nuestro camino es exiguo aún. La única que se puede mencionar como totalmente democrática es la de 1992 que tiene una vigencia de un poco más de 30, nada en términos históricos. Las Constituciones de 1811 y 1844 fueron importantes, pero muy sometidas a las necesidades del momento. Las otras no estuvieron mucho mejor. La de 1870 se dio en medio de una ocupación de las tropas hostiles. La de 1940 fue parida a la luz del delirio nazi-fascista. La de 1967 fue una fantochada de la dictadura stronista.

Por su bisoñez y por la malicia de sus hijos más ruines, la actual democracia paraguaya no está exenta de amenazas. La narcopolítica, las mayorías legislativas patoteras, la corrupción, el debate pueril, los políticos ignorantes, el matonismo político y los líderes mesiánicos son sus principales amenazas.

Giovani Sartori, en su libro ¿Qué es la democracia?, advierte que “en el mundo desarrollado, quien hoy gobierna sin democracia está jugando sin legitimidad. Pero incluso el juego de la democracia puede jugarse mal. ¿Sabrá la democracia resistir a la democracia? Sí, pero a condición que se juegue con más inteligencia y sobre todo con más responsabilidad”. Recalca Sartori que una “democracia mal entendida es una democracia con graves problemas”.

Somos un país joven con una institucionalidad joven y una democracia aún más joven. Debemos vigilarla y hacerla crecer. Eso sí, esperemos que lo que tenemos de jóvenes no lo tengamos de estúpidos.

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