Las aeronaves de combate surcan los cielos por esos lares, los misiles van y vienen, los drones asesinos atacan por cientos. Las amenazas son el día a día, la retórica sumamente belicista. Somos testigos de una situación que representa un polvorín, sin visos de una pronta solución, y antecedentes persistentes de mayor conflagración en más de 70 años. Entonces, son los civiles los que sufren, los que deben poner el pecho a las balas y el cuerpo a las bombas, los que mueren finalmente. Es un festival de hipocresía de los líderes mundiales. No desean el bien de la población, no pretenden la paz. Eso es lo que vemos.
La tensión se incrementa, el hambre y la sed se amplían, las enfermedades se agravan, y hay que parar. Porque, como bien lo señaló el papa León XIV, “no existen conflictos lejanos cuando la dignidad humana está en juego”, insistiendo en que “la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica”. Considero que es sustancial traer a colación las palabras del Pontífice, recordando que “cada miembro de la comunidad internacional tiene una responsabilidad moral: Detener la tragedia de la guerra antes de que se convierta en una vorágine irreparable”. Es más, cómo componemos las vidas perdidas. Qué desperdicio de dinero para destruir infraestructuras en lugar de construirlas. Qué manera de buscar la enemistad y no la fraternidad.
Es bien sabido, no hay victoriosos ni vencidos en una hostilidad, porque todos pierden en la contienda. Sin embargo, hasta ahora no lo entienden y la industria de las armas está más fuerte que nunca. En el nombre de la paz y de Dios se han cometido atrocidades, alimentando el revanchismo, embanderando la venganza y las represalias, en un ida y vuelta que parece no tener fin. Son momentos de decadencia, en medio de la paradoja de una era de los mayores conocimientos e información en la historia humana.
El líder religioso apuntó certeramente que el “escenario dramático que incluye a Israel y Palestina amenaza con dejar en el olvido el sufrimiento cotidiano de la población, especialmente en Gaza y otros territorios donde la urgencia de un adecuado apoyo humanitario se hace cada vez más urgente”. No hay excusas para ayudar a quienes están sumidos en la tragedia. La obligación es auxiliar, y no hacerlo es un crimen, es la barbaridad apoderándose de la humanidad.
Igualmente, el Papa advirtió también que el conflicto “produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar”. Cualquier disputa azuza el odio, provoca una reacción. “Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. Que la diplomacia haga callar las armas, que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia o conflictos sangrientos”, suplicó el Pontífice.
Aunque por aquí nos hallemos a miles de kilómetros de distancia, las consecuencias llegarán. Nadie puede escapar. Es el precio de un mundo globalizado e hiperconectado, pero donde todavía nos queda ardua tarea para comunicarnos. La empatía es más que nunca mencionada y, al mismo tiempo, repudiada. Hay que repetirlo: El compromiso es de todos, debemos alentar la paz. Tenemos un solo planeta que habitar, tienen que enterarse de una vez. A pesar de todo, ¡feliz semana!