08 dic. 2025

Milagro y narración

Hay narraciones radiales del periodismo deportivo que están indisolublemente unidas a determinados goles históricos y, por sobre cualquier otra cosa, tienen la magia de resumir una época legendaria más allá del fútbol.

Para citar algunas de las más célebres (en contexto de mundiales ), allí están el argentino Víctor Hugo Morales en el relato del segundo gol de Diego Armando Maradona a los ingleses en el estadio Azteca, en México 1986, el gol más grande de todos los tiempos; el paraguayo Carlos Alberto Gómez, en el empate de Julio César Romero ante los mexicanos, en el mismo estadio y en el mismo mundial, el gol más visto y oído en el Paraguay de su tiempo; el colombiano William Binasco, finalmente, en el empate de Freddy Rincón frente a los alemanes dirigidos por Franz Beckenbauer en el estadio Giuseppe Meazza, en Italia 1990, el de la inédita clasificación de la selección de Colombia a octavos de final, a los 92 minutos de juego.

Una época legendaria, por durísima en su carácter de reconstrucción sobre las ruinas, es la que resume acaso la primera narración radial de un gol que tuvo efectos nacionales y, a la postre, globales: el de Helmut Rahn en el “Milagro de Berna”, protagonizado por Alemania contra Hungría, en la final del Mundial de Suiza 1954. Con la voz de Herbert Zimmermann, prominente figura del periodismo deportivo alemán, veterano además de la Segunda Guerra Mundial.

Aquella vez, los 60.000 espectadores del Wankdorfstadion fueron testigos oculares de cómo la favorita Hungría de Ferenc Puskas, una aceitada maquinaria táctica, caía 3-2 a seis minutos del final del juego, tras ir ganando 2-0. Millones de alemanes fueron testigos meramente auditivos de la primera hazaña futbolística germana, a cientos de kilómetros, presas de la narración vibrante de Zimmermann que viajaba a través del espectro radioeléctrico en un paisaje en reconstrucción, tras la fatídica aventura bélica de Adolf Hitler.

Dicha voz, aquella narración legendaria, está interpolada en los pasajes exactos, tensos y finales de El matrimonio de María Braun (1979), la primera película de la trilogía del director Rainer Werner Fassbinder sobre los dolores del “milagro alemán” tras el desastre de la guerra y los horrores del nazismo. Es una voz emocionada y vital que, nueve años después de la muerte de Hitler, puso en Alemania prólogo de autoestima popular a una reconstrucción bajo parámetros norteamericanos, en un país ensimismado por la culpa. En la gran película de Fassbinder, sin embargo, la emoción que provoca el gol de Rahn sirve de un epílogo amargo que, parece decirnos el cineasta, entrevé la “explosión” de un rearme alemán bajo una democracia cínica, cuyos efectos el director irá desgranando en las otras dos películas de la trilogía: Lola (1981) y Veronika Voss (1982). Este rearme tiene lugar hoy mismo frente a nuestros ojos, ocho décadas después del Aufrüstung (rearme) nazi: con la guerra en Ucrania como marco coyuntural, este año el Parlamento alemán modificó la Constitución para facilitar la exportación de armas y la creación de un fondo de 100.000 millones de euros, con el 2% de su PIB destinado a Defensa.

Hablando estrictamente de cine, en la muy recomendada El matrimonio de María Braun, la actriz Hanna Schygulla tiene, por sí sola, una eminencia que la pone al nivel de las grandes actrices de la época dorada del cine, lo que bien vale ya el visionado de la citada película. Por supuesto, hay mucho más que solo esto en sus dos horas. Hay muchas de las pulsiones de una Alemania fríamente tecnocrática en aquellos años 50, a fuerza de trabajo y olvido. Pulsiones que se avizoran de manera implacable en el personaje de Schygulla: una mujer que, como muchas otras, se crea una vida de empresaria de sí misma en las oscuridades del mercado negro. Pulsiones actualísimas en un país que repartió sus pasiones dolorosas de la reconstrucción entre los discursos políticos de Konrad Adenauer y las narraciones futboleras de Herbert Zimmermann.

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