04 oct. 2024

La duda alcohólica

Muertes inexplicables aterrorizan a los monjes de una abadía en los tiempos del oscurantismo medieval. Munido de su inquebrantable fe en la razón y la ciencia, un clérigo franciscano intenta encontrar la verdad en las pasiones humanas antes que en los designios del Maligno. Pronto descubre que la causa primera de aquellos sucesos terribles es solo un texto, un documento que alguien pretende ocultar o desacreditar a cualquier precio. Es la trama de la monumental novela El nombre de la rosa, de Humberto Eco. La recordé esta semana en una especie de déjà vu literario, como si lo que estuviéramos viviendo ya lo hubiéramos leído.
Es cierto que la historia local no se desarrolla en un monasterio renacentista, sino en una república imperfecta, acosada aún por políticos oscurantistas, fanáticos rentados y proxenetas de la moral. Y aquí también los últimos acontecimientos que sacuden a la feligresía (mayoritariamente virtual) y alborota a la clase política giran en torno a un texto, un documento sacrílego que pone en duda la virtud del santo patrono.

Repasemos los sucesos recientes para contextualizar mejor el relato. La semana arrancó con la imputación al ex presidente de la República Mario Abdo Benítez y a varios de los miembros de su administración. Dos fiscales sostienen que ellos filtraron a la prensa un informe confidencial sobre operaciones de lavado de dinero perpetradas por el ex presidente Horacio Cartes y varias de sus empresas para blanquear ingentes cantidades de dinero, producto de la venta ilegal de cigarrillos. El informe es la base de la denuncia presentada contra Cartes ante el Ministerio Público.

Al día siguiente, la prensa reveló una comunicación fluida y cuasi servil entre uno de los fiscales que imputaron por la supuesta filtración y el abogado de Cartes. Los chats que se dan a conocer hacen suponer que el agente del Ministerio Público operó prácticamente como un empleado del ex mandatario.

El abogado negó la veracidad de los chats, pero se escuda en su rol profesional para evitar entregar el teléfono para peritarlo. El fiscal corrió de la prensa y se llamó a silencio. Su jefe formal, el fiscal general del Estado, se vio obligado a sacar a los dos agentes del caso y nombrar a otros en su reemplazo. Mientras, una jueza admitió las imputaciones y ya pidió el desafuero de Abdo.

Obviamente, todo el show fue de lo más entretenido, pero en medio de tanto espectáculo las cuestiones de fondo seguían y siguen sin tener una respuesta. El texto original, el documento que provocó esta guerra de facciones republicanas, el oprobioso informe –según unos–, o el revelador expediente –según otros–: ¿Dónde está? ¿Quién o quiénes lo están verificando? ¿El contenido es veraz? ¿Es Horacio Cartes el principal lavador de capitales de toda la región? ¿Construyó una red de empresas de maletín y de casas de cambio truchas para traficar cigarrillos mundialmente y luego blanquear el origen de sus colosales ganancias? ¿Se convirtió esa red en la herramienta de lavado de otras organizaciones criminales? ¿Fue utilizada por movimientos fundamentalistas como los que Estados Unidos considera sus enemigos naturales? ¿Es esa la razón por la que el Gobierno estadounidense sancionó a Cartes?

Todas estas preguntas tienen una respuesta política interesada y, por lo tanto, ninguna sirve. Necesitamos veredictos imparciales. Precisamos de ese clérigo franciscano que no esté contaminado de pasiones ni de lealtades bajo renta. Y he aquí nuestro drama. En esta abadía republicana, ese papel le corresponde a la Fiscalía. Y hoy cualquier fiscal o juez que quiera seguir en el cargo depende de un tribunal de magistrados y de un consejo para seleccionar jueces y fiscales controlados por Cartes. Incluso, el fiscal general o un ministro de Corte puede ser sometido a juicio político y destituido en unas pocas horas por las mayorías parlamentarias bajo su control. Él es el alfa y el omega de la Justicia.

Es como la Santa Inquisición, pero en manos de un solo hombre, uno acusado por un texto maldito. ¿Dónde conseguimos al Guillermo de Baskerville que lo enfrente, que nos revele la verdad… y que le creamos?

¿Sabremos alguna vez esa verdad? Es algo que nos atormenta… y a él, supongo… por ese bebe tanto.

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