26 jul. 2024

Golpes de ayer y riesgos de hoy

Se cumplieron recientemente siete décadas del proceso que elevó a la presidencia, mediante un golpe de Estado, al dictador Alfredo Stroessner.

Se inauguró también, desde aquel 4 de mayo de 1954, una de las más tenebrosas restricciones a las libertades y derechos que conociera América Latina, en un lapso coincidente con otros regímenes de la región, donde imperaron el fascismo, el militarismo y la doctrina de la seguridad nacional.

De hecho, anteriormente tampoco vivía el país un periodo con espíritu republicano, ya que las primeras décadas del siglo xx estuvieron plagadas de asonadas militares, revoluciones y luchas intestinas.

No obstante, si bien la triste gesta se pergeñó con el ánimo de amainar la inestabilidad política de aquel entonces, la fuerza del ámbito castrense copó definitivamente el entorno de las altas decisiones en el país, y a lo largo de casi 35 años, creció la bola de nieve que encumbró a los detentadores del poder, traducido en la muy conocida trilogía Gobierno-Fuerzas Armadas-Partido Colorado.

El lema “Paz y Progreso” era la pantalla ideal, pero en esencia cotidianamente se convivía con miedo a expresar ideas diferentes a la homogeneización del pensamiento oficial, con temor a sufrir arresto o desaparición en manos de los esbirros de Identificaciones, y con la estigmatización de ser acusado de subversivo y querer “destruir a la familia”, tal como pregonaban las voces defensoras del régimen.

Progreso, por su lado, derivaba en el ferviente aplauso a obras como Itaipú, algunas rutas emblemáticas, construcción de edificios públicos y puentes, la mayoría con sobrefacturación, lo que derivaba en la realidad en una constitución de mafias ascendentes que entregaban los recursos del país a intereses extranjeros (y que hasta ahora sirven de jugosas cajas registradoras para alimentar la angurria de los correligionarios).

Para la opinión pública y con carácter oficial, Paraguay atravesaba el mejor periodo de su historia, porque “la casa estaba en orden”, la propaganda gubernamental emitía señales de optimismo y la imagen de hombre fuerte del Tiranosaurio se introducía hasta en la sopa de familias temerosas, donde la incondicionalidad se mezclaba con el decaimiento de las fuerzas para organizarse como sociedad y luchar por las libertades, prohibidas durante mucho tiempo.

A tono con los vientos regionales que también catapultaron al militarismo y las persecuciones de los llamados “contreras”, Paraguay cayó en una extensa noche donde se cortaron casi todas las posibilidades de verdadero progreso, es decir, aquel que –más allá de la grandilocuencia en obras públicas y golpes de efecto distractores– aprecia su entorno armónico y de derechos asumidos, debate abiertamente sobre su destino y participa activamente de la vida política, sin miedo a ser perseguido por sus posturas ideológicas.

Otros 35 años nuevamente transcurrieron desde el final de la dictadura stronista, y la complejidad social nos presenta pocos avances en la conquista de espacios que puedan derivar en mejor nivel de vida para la población, ya que algunas viejas prácticas aún siguen imperando: prepotencia, intolerancia, prejuicios, baja autoestima e imposibilidad de organizarse para reclamar las injusticias y aportar soluciones.

Atomizados, como compartimientos estancos, muchos siguen narcotizados por la fabulación de que “vamos a estar mejor”, y dejan en manos de ineptos los destinos del país; mientras nuevas señales se ciernen y direccionan hacia intenciones de retornar a prácticas dictatoriales esgrimidas por algunas autoridades actuales, sobre todo en el Parlamento, para acallar las críticas.

Los errores históricos tienden a repetirse, toda vez que no exista conciencia de sectores que pueden guiar con criterio maduro. En manos de la gente con espíritu democrático está evitar que vuelva a caer una nueva larga noche.

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Carolina Cuenca