04 nov. 2024

Festín de cuervos: La patria financiera

Hace un par de semanas, fui a una consulta médica en el Hospital Central del IPS. El viaje en bus más la espera acostumbrada daban la suma aproximada de dos horas a tres de “tiempo muerto”, si no más, por lo que decidí llevarme el tercer tomo de la apasionante Historia Económica del Paraguay (1946-2008), del economista e historiador colorado Washington Ashwell (1927-2015): Una lectura afín a este tiempo, estatal y dolorosa se puede decir. Mezcla de análisis económico y libro de memorias –su autor fue un funcionario principal en los albores del Banco Central del Paraguay, primeramente; economista jubilado del FMI, casi cuatro décadas después, en ambas ocasiones bajo regímenes colorados enfrentando tumultos económicos, políticos y sociales, en la deriva autoritaria siempre–, el octavo capítulo del libro resultó una lectura iluminadora (y excitante para la memoria personal), mientras esperaba turno junto a otras decenas de asegurados de cabezas a gachas sobre los smartphones, con la cegadora siesta inmóvil tras los ventanales del edificio de Trinidad.

“La gran crisis bancaria (1988-2003)” repasa, en poco más de cincuenta páginas, el periodo que va del ocaso imponderable del stronismo genético a la asunción del histriónico Nicanor Duarte Frutos, en quince años que suelen ser considerados la “transición democrática” propiamente dicha (por historiadores y politólogos tanto liberales como nacionalistas) y en el que bancos privados y públicos y el IPS tuvieron un protagonismo central en el corazón de una crisis financiera de enormes proporciones que fue, al mismo tiempo, una crisis del sistema productivo paraguayo heredado del stronismo y su gestión rapaz caníbal por parte del coloradismo dividido de la “transición”.

Cuenta Ashwell que, en medio de la inminente corrida bancaria de los años 90’, no reconocida inicialmente por las autoridades coloradas, muchas de ellas como hoy propietarias de acciones en los bancos con los fondos comprometidos (baste citar al entonces ministro de Industria y Comercio, Ubaldo Scavone), “se desató además la intensa pugna interbancaria por la captación de los recursos de IPS y de la ANDE y de otras entidades públicas de alta liquidez, lo que derivó en la corruptela de sus administradores que aceptaban y exigían compensaciones especiales para efectuar o renovar cada depósito o vencimiento”. Y más adelante: “Los resultados negativos se podían anticipar. Los depósitos del IPS efectivamente fueron colocados en los bancos más débiles y aparentemente este fue el factor que permitió a varios bancos de plaza continuar operando por un tiempo con altos índices de iliquidez y provocaron después las grandes pérdidas del IPS ante la imposibilidad de sus recuperaciones”.

Es lo que aquí se llama Festín de Cuervos, un acontecimiento cíclico de la patria financiera paraguaya, colorada esencialmente en las últimas ocho décadas. Es una práctica que atañe a todos los bancos, por lo demás, y consiste en capitalizarse con dinero público. De hecho, no hay banco en el mundo que directa o indirectamente no se capitalice con frondosos fondos de la gente, bajo las más variadas formas. Pero cuando lo hacen voraz y combinadamente en un tiempo de sacudidas del mercado mundial y regional, soslayando lo que el economista clásico que había en Ashwell llamaba inestables “factores externos” (bajos precios de los commodities, altos precios de los bienes de producción y consumo), además de un estancamiento nacional con fondo de crónicos tumultos políticos, el hígado estatal del cual se alimenta el cuervo financiero sufre espasmos brutales, al ritmo de una histórica burocracia neostronista que la exprime, pero los que sufren esta “acumulación por desposesión” de parte de los principales players de la economía paraguaya son las grandes mayorías, más virulentamente desde hace una década.

Tienen marketing y cinismo para hacerlo: Siempre será en beneficio de estas mayorías. Dirán que, a diferencia de hace tres décadas, hoy no hay crisis del sistema productivo, por lo que el sistema financiero no puede caerse y, posiblemente, tendrán razón. Pero lo que habrá que preguntarse es en qué tipo de país cree esta patria financiera, profundamente manchada por el dinero sucio, a la vez que despojadora de dinero público en tiempos de austeridad y miseria.

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