Las proyecciones económicas para 2025 traen buenas noticias: el crecimiento del PIB se revisó al alza, del 4,4% al 5,3%. Es un dato que entusiasma, sobre todo en un contexto regional donde la economía de los países de Latinoamérica crece muy lento y los márgenes fiscales son estrechos.
Según el informe del Banco Central, existe un mayor dinamismo de la actividad económica, impulsado por el repunte de la agricultura y el fortalecimiento del sector servicios, especialmente el comercio. La mejora en el rendimiento de cultivos, como el maíz y el arroz, ha permitido revisar el crecimiento del sector primario al 5,1%, mientras que el terciario se consolida como el motor del PIB, con una expansión del 5,3%. En paralelo, la construcción y la manufactura también acompañan esta tendencia, confirmando un panorama más equilibrado entre los distintos sectores.
De acuerdo con los datos, el verdadero impulso parece venir del lado de la inversión. La formación bruta de capital fijo –que mide cuánto se invierte en maquinaria, equipos y construcción– se duplica en las proyecciones: pasa de un crecimiento esperado del 8,5% a un 16,8%. Este salto habla de confianza y de una reactivación de la demanda interna. Aquí, la interrogante es sobre su sostenibilidad en el tiempo. ¿Responde este auge a un ciclo de inversión productiva de largo plazo o a un rebote temporal tras años de postergación?
Por el momento, la estabilidad de los precios contribuye a consolidar este escenario. La inflación se mantiene dentro del rango meta, en torno al 4%, y el Banco Central espera una convergencia hacia el 3,5% en 2026. Sin embargo, la persistencia de aumentos en alimentos recuerda que la estabilidad inflacionaria no siempre se siente igual en todos los bolsillos. Mientras la apreciación del tipo de cambio ha moderado algunos precios importados, los hogares siguen sufriendo subas en la canasta básica.
En otras palabras, el país crece y se estabiliza, pero no necesariamente todos participan de la misma bonanza. La mejora del PIB no siempre se traduce en bienestar inmediato: depende de cómo se distribuyan los frutos del crecimiento y de si las políticas públicas logran canalizar ese dinamismo hacia empleo formal, productividad y reducción de brechas sociales.
El reflejo de que ese bienestar inmediato no se siente se observa en las últimas mediciones del Índice de Confianza del Consumidor (ICC), que se ubicó en zona de pesimismo en setiembre. Esto evidencia que la percepción de los consumidores sobre la situación económica actual sigue marcada por el descontento y la cautela.
No obstante, es necesario entender que la macroeconomía es la base para el bienestar de la microeconomía. Solo a partir de una economía estable y con fundamentos sólidos, puede generarse el espacio necesario para que las familias y las empresas experimenten mejoras sostenidas en su calidad de vida.
Tenemos que obligarnos a mantener este ritmo sin caer en el espejismo del corto plazo, pero siempre considerando que hay urgencias que merecen ser resueltas cuanto antes. Paraguay tiene la oportunidad de consolidar su crecimiento. La pregunta es si sabrá aprovechar este buen momento.