Con respecto a los territorios controlados por el Imperio Otomano, al Reino Unido y Francia le fueron adjudicados los Mandatos sobre lo que hoy es el territorio que comprende al Líbano, Siria, Palestina e Irak. Francia se ocuparía del Líbano y Siria, y el Reino Unido de Palestina e Irak. Desde un principio, los británicos consideraban a Palestina como un territorio compuesto de dos partes, lo que llamaban “Transjordania” (la actual Jordania) y Palestina propiamente dicha. El Mandato Británico sobre Palestina duró de 1923 a 1948.
En el Preámbulo del Mandato Palestino se inscribió un texto que está en el origen de todo el conflicto Palestino-Israelí actual. En efecto, dicho texto decía que uno de sus propósitos era hacer realidad la llamada Declaración de Balfour de 1917, en la que el Gobierno británico se comprometía a establecer en Palestina el “hogar nacional” del pueblo judío. Accediendo así a la solicitud planteada por el movimiento sionista que argumentaba una ligazón histórica y cultural con las tierras palestinas. A partir de ese texto, la reacción de la población palestina, predominantemente árabe y musulmana, con un arraigo de más de dos mil años en Palestina, fue el rechazo. Se lo consideró un proyecto colonialista, decidido por los poderes europeos, sin consultar a la población en el territorio mismo.
Vale también decir que el proyecto sionista nunca ha logrado un cien por ciento de adhesión por parte de la comunidad judía a nivel global. En el propio Gabinete de Gran Bretaña, en tiempos de la Declaración, el único judío en esa instancia, Sir Edwin Montagu, declaraba que el sionismo estuvo influenciado sobre todo por persecuciones en Rusia, pero que la solución no era crear su propio Estado judío, sino obtener para los judíos, en todos los países del mundo, la igualdad ante la ley y las mismas libertados concedidas a los otros ciudadanos.
Uno de los cometidos centrales del mandato era gerenciar un proceso de inmigración de judíos de todos los rincones del mundo en Palestina, para ir fortaleciendo la presencia de esa comunidad. Se declaraba, inclusive, que uno de los idiomas oficiales del Mandato sería el hebreo, a la par del árabe y el inglés. Se abrían así las puertas a una lenta colonización, mediante la compra y concesión de tierras.
Sin embargo, con el tiempo, el Mandato Británico fue entrando en crisis. A medida que aumentaba el número de judíos, la población árabe empezó a rebelarse y los grupos sionistas comenzaron a comportarse de manera más beligerante, desatando fuertes tensiones internas. El conflicto llevó a los británicos a especular con dos posiciones. Una propuesta por la Comisión Peel que veía el conflicto étnico-religioso como irresoluble e introdujo la idea de los dos Estados. Uno más pequeño en la región noroeste de Palestina para los judíos, y otro más grande que abarcaría el sureste hasta el río Jordán para los palestinos. La otra posición surgió en el White Paper de 1939, que de hecho retrocedía con respecto a la declaración de Balfour y proponía un solo Estado Palestino donde conviviesen todas las comunidades. Se proponía, además, controlar el flujo de inmigrantes. Esta segunda posición fue la política oficiosa de los británicos hasta el fin del Mandato.
Ninguna de las dos opciones prosperó. Advino la Segunda Guerra Mundial y la inmigración de judíos europeos escapando del Holocausto se incrementó, alimentando el encono entre ambas comunidades. Los sionistas formaron sus milicias y los árabes también, desatando una guerra civil, que más tarde llevaría al Mandato Británico a básicamente desistir en su misión. Aprovechando la creación de las Naciones Unidas después de la guerra, los británicos le transfirieron la responsabilidad de encontrar una solución y salieron del territorio en 1948.