16 dic. 2025

El laberinto de Ariadna y ese tal mercado

A dos años de su gobierno Peña está perdido en un laberinto. Un amigo me dijo que es el laberinto de Ariadna. Sin un hilo conductor, no sabe dónde está la salida. Alguien le metió en el enredo y el gerente de la burocracia estatal está sin saber qué hacer. Cierra locales de ventas al detalle y los vuelve a habilitar con excusas inventadas. Le pusieron el pañuelo del Centauro de Ybycuí y le ordenaron que diga: “Vamos a estar mejor”. El mantra no está funcionando y la gente ya está formando fila para comprar algo de carne. Sumando esto a la narcopolítica y al autoritarismo en todos los poderes del Estado, el país se está pareciendo a Venezuela. Las mediciones de popularidad están masacrando al gobierno. La narrativa le está jugando una mala pasada.

El pañuelo del Centauro usado por conveniencia y no por convicción puede ser el problema. En efecto, en la mitología griega, Teseo, héroe de Atenas, viaja a Creta para eliminar al Minotauro, mitad hombre y mitad toro, encerrado en un laberinto. El objetivo era matar a la bestia malgastadora, que debía ser alimentada con gran cantidad de tributos pagados por los jóvenes atenienses. Ariadna, hija del rey Minos de Creta, quien creó el impuesto para dar de comer al Minotauro, se enamora de Teseo, y le pasa un hilo conductor para que ingrese al laberinto, mate al monstruo y pueda encontrar el camino de regreso luego eliminar al devorador. Es lo mismo que está pasando en el Paraguay. El problema de Peña es que no quiere matar al Estado corrupto y malgastador, no quiere cortarse la propia carne ni arriesgar la propia piel, no quiere echar al correligionario que gana sin trabajar ni a los nepobabies de su entorno. Sigue firme con el clientelismo y todos los etcéteras, creyéndose y haciéndonos creer el cuento de la mano invisible, encabezando el fracaso de un gobierno de economistas.

Para peor, el mercado todavía no llegó al Paraguay. Nuestro país es una sociedad de mercado, pero no es una economía de mercado. Esto no es un sistema formal de libre mercado, aunque tenga el grado de inversión. Esto es un capitalismo de secuaces y un Estado sin políticos. Algo peor, es un capitalismo sin capitalistas que compiten de verdad, donde la principal actividad privada con fines de lucro hoy es la política, y su especie degenerada, la narcopolítica. El día en que los subsidios del transporte público dejen de financiarse con bonos soberanos y podamos subir al ómnibus pagando el pasaje con cualquier billetera digital, sumando las de las dos empresas que hoy administran la recaudación para usar el autobús y además las de cualquier otro banco, financiera o cooperativa, entonces tendremos un mercado donde se compite. Hasta hoy, es un negocio cautivo de ex presidentes en modo crony capitalism. Este es un ejemplo contundente.

Peña y su Gabinete de economistas creen que porque el ex presidente que maneja el Paraguay puede comprar y vender personas y cosas, como hizo con ellos, a su gusto y paladar, la economía paraguaya se rige por las leyes de la oferta y la demanda buscando el equilibrio. Y cree que la mano invisible puede manejar los precios. La heladera vacía y la olla a presión le acaban de dar una lección de economía ejemplar. En efecto, la carne y los alimentos que no tienden a la baja, a pesar del dólar debilitado, son la evidencia empírica de que existen fallas en el mercado que, sin un gobierno confiable que haga de árbitro (no de refere bombero), castigan a la gente comenzando por el estómago.

Las pésimas calificaciones obtenidas por Peña en una reciente encuesta privada y en las mediciones del Banco Central del Paraguay, sumadas al llamado hecho a los empresarios para bajar los precios bajo “amenazas” de controles que siempre debieron existir y el cierre de una red de tiendas retail, demuestran que está perdido en medio del laberinto.

Ese tal mercado no funciona como debería y no está haciendo caso al presidente. Para fundamentar esta sentencia, es necesario recurrir a cuatro aseveraciones que compiten en el mundo de las ideas, y se complementan entre sí. Tienen relación con la supuesta maximización de beneficios y el comportamiento racional de los actores, que se suele atribuir a los mercados.

En primer lugar, Milton Friedman, el teólogo de los mercados de la Universidad de Chicago, donde enseña el ministro del MEF, afirma que: ¨Tanto en el sistema económico como en el sistema político hay mercados. En ambos, hay seres egoístas buscando el máximo de los beneficios. El sistema de precios, funcionando eficientemente, con transparencia, puede ponerles límites a estas disfuncionalidades de la avaricia humana. El arbitraje ganancioso y exagerado es restringido por la democracia participativa y la competencia económica, en cada tipo de mercado, respectivamente. Ojo, estos son supuestos que no se dan en el Paraguay.

En segundo lugar, Eugene Fama dice que “Los mercados son eficientes, cuando toda la información está en el precio”. Este es un axioma de la economía y de las finanzas comportamentales, que fue enunciado por Fama en 1998, en su célebre artículo “Market Efficiency, Long Term Performance and Behaviorial Finance”.

En tercer lugar, se le contrapone Richard Thaler. El Premio Nobel que al ser galardonado prometió gastar su dinero “lo más irracionalmente posible”. Este economista afirma que la información no siempre es totalmente transparente. Y la gente no toma decisiones racionales, además de la opacidad expuesta más arriba, por falta de autocontrol. El profesor Thaler asegura que, posiblemente por eso, “hay sesgos comportamentales en forma de discrepancias entre la teoría del comportamiento racional, que busca maximizar beneficios para todos los jugadores, y lo que finalmente ocurre”. Esto hace que no funcione el mercado como debería ser, lo que impide que los jugadores del mercado obtengan el beneficio esperado o incluso salgan perdiendo. Tanto políticos, electores, compradores y vendedores.

En cuarto lugar, John Nash y su equilibrio del miedo. El de la teoría de los juegos. El de la mejor decisión individual que es la peor grupal. Muy oportuno en estos momentos de estrés estomacal por el tema de la heladera vacía que golpeó a la nave gubernamental en su línea de flotación. Él afirma que el mercado funcionaría en equilibrio, lo ideal, si todos los jugadores tienen una estrategia y todos conocen las estrategias de los demás. Hay total transparencia. Toda la información está disponible para todos y nadie puede obtener ventaja sobre el otro, a no ser que él también comience a perder. En otras palabras, si existen mercados funcionando como debieran, tanto en el sistema político como en el sistema económico, y los principios canónicos se cumplieran, nadie debería poder obtener un provecho exagerado a costa del otro, sea en el voto o sea en el precio.

El mercado político debe producir bienes públicos: Educación, salud, justicia, seguridad física y jurídica, energía e incluso, en el Paraguay produce cemento y hasta caña para beber y emborracharse, entre otros. El mercado económico produce bienes y servicios privados: Alimentos, vivienda, internet, servicios financieros, ropas y tiendas supermercadistas, etcétera. No olvidemos, en ambos mercados hay hombres egoístas y avaros que se quieren aprovechar de las asimetrías de información e ineficiencias operacionales del mercado, en beneficio propio. Lo que la gente debe entender es que, si el mercado funcionara con eficiencia, el precio sería el del equilibrio, y nadie podría dar rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas, como para aprovecharse del prójimo, que también participa del mercado, a no ser que corra el riesgo de comenzar también a perder.

Si observamos cómo funcionan tanto el mercado político y el mercado económico en el Paraguay, no son ni el marxismo potencial ni el exceso de Estado regulador las principales amenazas que conspiran para mejorar la calidad de vida de la gente. Lo que falta es mercado que funciona. Y la principal amenaza para quienes se benefician de ello es que el “mercado” pueda llegar a existir. Imagínense cómo nos maltratan las operadoras de celular, cómo demoran en pagar sus cuentas a proveedores los supermercadistas y cómo las empresas financieras se metieron en la mafia de los pagarés con los corruptos del Estado. Imagínense las normas que están creando para obstruirle a la oposición el camino electoral hacia el 2028. El grupo económico, que alquila el RUC de un partido político para ganar dinero, no quiere competencia.

Si los mercados fueran eficientes, la carne, los precios en los supermercados, los intereses bancarios y las tarifas de operadoras de celular e internet, tenderían al equilibrio, y posiblemente a la baja. Si los mercados fueran eficientes, mucha gente iría a votar, demandando políticas públicas enfocadas en el bien común, y habría una oferta abundante de “buenos” candidatos compitiendo entre sí. El Paraguay no estaría siendo gobernado por las decisiones de la minoría. No tendríamos una banda de delincuentes que cooptan el poder para crear normas y vender su incumplimiento o beneficiarse de los mercados del crimen. Los gobiernos en el Paraguay son el producto de candidatos escogidos por el veinte por ciento de los afiliados a los partidos, que votó en las internas, y los que ganan son los que luego son elegidos con, apenas, el cincuenta por ciento de partipación en las nacionales. En otras palabras, alrededor de unos pocos activistas, del universo total de electores, determinan el destino del país. El mercado democrático con buenos candidatos y la participación entusiasta de la gente en todas las elecciones, ya habría eliminado el modelo lista uno de punta a punta. Pero el clientelismo, la compra de votos, el modo nepo, la deuda pública y el déficit fiscal siguen ganando elecciones sin que la gente lo entienda.

Otro tema importante que se debe comprender es que valor no es igual a precio. Tanto en el mercado de bienes y servicios como en el mercado político, manipulados ambos, la gente paga precios superiores al valor intrínseco y fundamental de algo o de alguien. La diferencia entre el “valor fundamental” de algo versus el valor al cual se lo está negociando en el mercado, el precio de más, es el origen de todos los males. Uno puede estar haciendo un mal negocio. Imagínense, las tarifas pagadas a las operadoras de celular. ¿Qué tal el servicio? Imagínense, el costo total para la gente que paga impuestos de un presidente del Congreso y otros parlamentarios, con sus planilleros y parientes nepos. ¿Qué tal el servicio?

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