Aceptarlo todo. Cuestionarlo todo. Someterse. Revolucionar. Sentir. Ser indiferente. El arte es político, todo arte es político, por la tierra donde nace, por la voz que lo grita, por las manos que lo moldean.
Es imposible analizar las expresiones del arte sin este factor que lo atraviesa. El arte es político, porque responde a un orden social y porque tiene el poder de movilizar.
La sensibilidad del entorno, que el artista se encarga de hacerla tangible, o aún más abstracta, tiene un reflejo propio en cada época. Los grandes artistas en el tiempo no fueron indiferentes a las causas de su tiempo, aunque pudieran incluso dejar la vida en su lucha o su protesta y que sin querer se eternizaron, como Víctor Jara, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, José Asunción Flores.
La movida cultural hoy es todavía más política, porque predomina el mercado, responde a un tiempo cuando no hay pausa, se produce con prisa, importa la estética, lo superficial, el dinero, incluso más que la misma voz, y casi siempre, se elige el silencio, se callan los dolores del mundo, la pobreza, la desigualdad, el hambre y la guerra. ¡Qué decisión política! Pero en medio de toda esa vorágine comercial, algunas cabezas se levantan para arriesgar y denunciar, y mostrarse cercanos a la comunidad. Hoy, en el arte, como en todo, hay un dolor colectivo, y se llama Palestina. Muchos artistas de todos los géneros se pronunciaron ante esta tragedia sin precedentes para la humanidad, un genocidio transmitido en vivo. Recientemente, el rapero Residente canceló todos sus conciertos en España porque el financista, la firma KKR, invierte en tecnología militar en Israel.
También la plataforma Spotify está siendo sujeto de un boicot por casi la misma causa. Muchos artistas retiraron su música y miles de usuarios eliminaron las suscripciones como protesta contra Daniel Ek, CEO de la empresa, señalado por invertir en tecnología militar.
El diseñador de moda español, Miguel Androver, rechazó colaborar con la cantante Rosalía, porque no trabaja con “ningún artista que no apoye públicamente a Palestina”. Le recalcó que “el silencio es cómplice”, sobre todo, cuando proviene de quien tiene el poder de la influencia y no la usa con responsabilidad.
Pero el arte es sensible a todo lo que nos atraviesa como humanos y esto lo demostró Bad Bunny con una producción transcendental. Su álbum Debí tirar más fotos hace la denuncia más política de su carrera y casi la más potente que haya hecho un artista de esta generación. El puertorriqueño mostró que le importa la gente, su cultura y su identidad.
Esta producción del 2025 es una protesta contra la gentrificación, fenómeno que está desplazando a la población, y la privatización de los recursos naturales de Puerto Rico, un estado asociado a Estados Unidos.
Y en el ámbito local, los artistas viven y mueren, en sus luchas más políticas, la falta de apoyo, espacios, recursos y oportunidad. La ausencia de políticas públicas de fomento al arte, como una decisión de los distintos gobiernos en el transcurso de los años, deja la herencia pobre de ser un artista en Paraguay.
Es así como se ve a referentes del arte pegados a quienes tienen la responsabilidad de promover la cultura, pero son los que a su vez la empobrecen. Esta semana una polémica envolvió a la banda Kchiporros por actuar en la fiesta de cumpleaños de la hija de los Zacarías Irún, cuestionada por el derroche y las dudas sobre la procedencia de los recursos con los que fue pagada.
El Princi de la Cha o Aye Alfonso son artistas que también se acercaron al oficialismo por apoyo.
Y en esta historia de política y resistencia no es posible narrar el arte nacional sin hablar de La Chispa, el centro cultural perseguido por el Estado y por el sistema judicial, por su lucha antihegemónica por el espacio público y la cultura para todos.
Todas estas luchas y las que quedaron fuera de la tinta convierten al arte en una gran expresión política, así como al silencio, que por suerte, siempre puede romperse.