10 sept. 2025

De viajes, charlas y anécdotas…

En la adolescencia, según recuerdo, mi generación lo que más anhelaba era un trabajo y, dependiendo de las prioridades, una carrera universitaria que lleve al tan ansiado título.

Hoy, esa generación creo que lo que más sueña es con la tan ansiada jubilación. ¿Lo lograremos o no? He ahí la cuestión.

Hoy en este lunes, me salgo de lo tradicional: criticar al sistema de salud y entregarles un texto fuera de lo convencional; espero no robarles el tiempo en vano y aportar un granito de anécdotas y reflexiones.

A casi la mitad de mi reloj biológico –no lo digo en tono pesimista, sino realista–, resto cada día el tiempo que me falta para jubilarme, como el personaje creado por el escritor uruguayo Mario Benedetti en el libro La tregua, aunque a mí me falten aún casi dos décadas.

De todas maneras, es preciso empezar la cuenta regresiva como una manera de aferrarse a ese fin. En ese preciso afán de sumar y sumar los años de aportes, a veces el trabajo abruma y me doy cuenta de que se van los años en las ocho horas diarias en la oficina; a veces más, a veces menos.

Por ello, me di un respiro esta semana, que me permitió conocer gente. Generalmente, no me gusta seguir ejerciendo mi profesión en mis vacaciones, pero siempre se agudiza la mirada y el oído periodístico. Vemos y escuchamos siempre con atención, aunque a veces no se conviertan en titulares o extensas páginas de textos y relatos.

En una tarde cualquiera de viernes, en el Sur del país, me topé con un santafesino, como de 60 años, que no paró de hablar de un montón de temas. Pero, entre esa charla que pasó de política, economía, cultura, parábolas, entre otros, me dejó filosofando con una pregunta:

–¿Qué te llevás cuando morís? –preguntó el hombre de más de 60 años.

–Nada –respondí.

Él, en esa frase certera de que solo la experiencia de vida te permite reflexionar, insistió con la respuesta.

–Te llevás las experiencias de los viajes, de conocer gente, de disfrutar lo que querés hacer, el recuerdo de la gente que conocés, de los pequeños momentos.

Tal vez no sea tan textual lo que transcribo, pero fue de lo que hablamos. ¿Cómo surgió esa pregunta? Ya ni la recuerdo, pero sigue dando vueltas y cala como ese dedo de la incomodidad que toca la herida que aún no sana.

A sus más de 60 años, y espero no equivocarme con el número de su edad, aunque no lo quiero cargar con más años, me dio una de las lecciones de vida más esperanzadoras: hacer esos viajecitos con más frecuencia, no solo viajes, sino esas actividades que te reconcilian con la vida. Simples y enriquecedoras.

A veces me cuesta salir de mi zona de confort, no solo a veces, más bien siempre entre el ajetreo diario de trabajar esas penosas ocho horas diarias y apostar otras horas más de la docencia. Este año se convirtió en una inversión a tiempo completo en producir, producir, producir porque el “sueldo” ya no alcanza.

Pero ese viaje a la zona de la tierra roja me permitió conocer gente de varios países, experiencias, acentos y una misma pasión. Una actividad que la hago anualmente junto a mi compañero de vida. Pero esta vez me dejó una lección importante: no importa la distancia del viaje que querés hacer, no importa tu agenda recargada, no deberían importar muchas cosas pendientes, porque la vida no solo es trabajar y producir, es también disfrutar. Y, por supuesto, aunque tengamos esa certeza, a veces olvidamos la importancia de dar un escape hacia cualquier lugar.

Y, por supuesto, es importante programar ese viaje anual por lo menos a un rinconcito de este país que tiene mucho que ofrecer o a donde te pueda llevar el presupuesto o el ahorro. Es cuestión del bolsillo de cada uno. Y por qué no cruzarte con alguien que te empuje con una pregunta para salir de la zona de confort.

Y usted, querido lector o lectora: ¿Qué cree que se llevará al morir?

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