Durante la misa, celebrada en la parroquia San Agustín y Santa Mónica de Loma Pytã, el cardenal se refirió a la realidad del país.
“Nuestra realidad paraguaya nos interpela. Aunque somos un pueblo tradicionalmente religioso, de profundas raíces católicas, vemos con dolor las heridas que marcan nuestro presente: violencia, sicariato, abusos contra niños y niñas, corrupción, desigualdad, micro y macrotoneladas de tráficos de drogas, de comerciantes homicidas. Estas situaciones hieren de muerte la concordia y nos hacen caer en las profundas divisiones que causan discordia y quiebras del tejido social”, expresó en su homilía.
El purpurado recurrió a la imagen del ñandutí para ilustrar la necesidad de recomponer la sociedad. “La vida –dijo– se construye con hilos entrelazados en armonía y cada hilo tiene su lugar, cada color aporta al conjunto”.
‘‘Pero si un hilo se rompe o se corta, todo el entramado de redes sufre y se resiente. Así ocurre con nuestra sociedad: cuando falta justicia y fraternidad, cuando la corrupción o la violencia atraviesan el tejido social, se daña la paz y se altera la armonía de la convivencia social. Necesitamos reparar las redes enredadas y rotas”.
Lea también: Cardenal califica el hambre en el país como “pecado social”
Martínez también se refirió a la deuda histórica con los pueblos indígenas, quienes “siguen clamando por tierra, salud, educación, trabajo y respeto a su dignidad de personas”.
Insistió en que “no debemos permitir que sus lenguas y tradiciones sean marginadas: son parte esencial de nuestra identidad paraguaya. El tejido de la fraternidad solo será verdadero si incluye a todos, comenzando por los más olvidados”.
Recordando a San Agustín, señaló que “la esperanza tiene dos hijos: la indignación y el coraje. La indignación porque las cosas son como son; el coraje porque no se quedarán así”. En esa línea, destacó que como paraguayos “necesitamos indignarnos ante la injusticia, pero también tener el coraje de transformarla en caminos de paz y de justicia”.
El arzobispo de Asunción hizo también hincapié en el drama del hambre infantil, al calificarlo como “el dolor más grande”.
“Un país productor de alimentos, con tierras fértiles y abundancia de recursos, pero con hijos que no acceden a una alimentación adecuada y pasan hambre”, lamentó.
Exhortó a trabajar por un Paraguay inspirado en la Ciudad de Dios, donde prevalezca la solidaridad sobre la corrupción y la indiferencia.
“Estamos llamados a trabajar por una Ciudad de Dios en Paraguay, donde ningún niño pase hambre, donde el pan llegue a todas las mesas, donde los indígenas y campesinos puedan vivir con dignidad, y donde la Justicia sea más fuerte que la corrupción y la indiferencia”.