24 abr. 2024

Una lucha que molesta porque interpela

Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Es una fecha que conmemora la trágica historia de mujeres trabajadoras de EEUU que en 1875 salieron a reclamar sus derechos laborales: Recorte de horarios, mejores salarios y fin del trabajo infantil. La fábrica se incendió provocando la muerte de 123 mujeres y 23 hombres.

Hoy en todo el mundo las mujeres saldrán a las calles a reclamar igualdad de derechos y oportunidades, tanto en el sector público como privado, el fin de la violencia machista que mata y amputa futuros. Una protesta que crece cada día más y pone entre las cuerdas viejos dogmas e instituciones.

¿Por qué algo tan simple y humano como el trato idéntico entre el hombre y la mujer genera tanto rechazo, histeria, descrédito, oposición violenta e irracional?

Porque la igualdad elimina privilegios. Y quien goza de los privilegios por las razones que fuere, jamás cederá su sitial. Voluntariamente…al menos.

Los privilegios no son derechos, sino abusos. Lo vemos y sentimos todos los días, más allá del reclamo de las mujeres. Por ejemplo, los legisladores que trabajan poco y ganan mucho, porque su cupo de combustible equivale a tres salarios mínimos, porque tienen seguros médicos privados millonarios o jubilaciones de privilegio. Se da también en el mundo económico donde hay quejas porque unos sectores pagan menos impuestos que otros, o contra los que ganan las licitaciones de Estado gracias a sus vínculos. O cuando en la búsqueda laboral pública el ciudadano común pierde ante el portador del carnet partidario.

Y así, la lista de desvergonzadas ventajas es infinita. Son las irritantes prerrogativas que logran porque controlan el poder.

La historia de la humanidad es una permanente tensión entre derechos versus privilegios. Lo saben los esclavos, que primero fueron mercancía y luego personas. Esta abolida práctica deleznable continúa en algunas partes del mundo, aunque ya como actividad ilegal. Lo saben los negros y las mujeres a quienes se les concedió el derecho político al voto recién hace algunas décadas luego de una larga lucha marcada a sangre y fuego. Lo saben hoy las minorías aplastadas por las irracionales mayorías.

DERRIBANDO BARRERAS. Si bien la lucha de la mujer históricamente ha sido y siguen siendo sus derechos políticos, económicos y sociales, hoy, gracias a la fuerza que va obteniendo, se pone con mayor énfasis en la vidriera los privilegios que interpelan profundamente a la sociedad, la cultura, creencias, costumbres e instituciones. Por ejemplo, los reclamos de igualdad salarial ponen en entredicho la inequidad de los derechos laborales; la paridad política interpela la segregación de la mujer aún cuando en términos de decisión electoral tiene la misma fuerza que el varón: El padrón nacional tiene 49% de mujeres y 51% de hombres; la falta de igualdad de oportunidades, inexistente por el mero sexismo: Se le exige idoneidad a la mujer, pero al hombre no. La lucha contra la violencia machista que destroza familias y deja niños con futuro incierto pone en discusión la necesidad de una educación sexual más abierta y realista en las escuelas.

FEMINICIDIOS. La creciente violencia machista que mutila o mata es hoy la bandera sangrienta que se cuela en medio de los reclamos históricos. Latinoamérica es una región peligrosa para las mujeres y los niños. En Paraguay, las cifras crecen de forma alarmante. Y no hay planes educativos para combatir de raíz el flagelo de la cultura machista que se da en todas las capas sociales y que sostiene que la mujer es de su propiedad, que puede hacer con ella lo que quiera, incluso matarla. Un desafío que provoca al Estado, las creencias religiosas, a la sociedad entera. No solo a los hombres, sino también a las propias mujeres.

Por las banderas que enarbola, el feminismo va mucho más allá. Interpela los cimientos de la democracia porque cuestiona los modelos de organización política, económica y social. El feminismo en sus diversas vertientes, va más allá, aunque el machismo ciego pretenda catalogar la lucha en la mera disputa de poder sexista. No es el odio al hombre, sino al patriarcado; no pretende sacarle su lugar, viene a ocupar su lugar natural despojado por el injusto privilegio marcado por el sexo, ese título nobiliario concedido por el género. Como en el siglo XVIII, cuando tu nacimiento marcaba tu destino ora de privilegio, ora de pobreza.

Es una nueva visión del mundo, más igualitario, más equitativo, menos violento y tóxico.

Son las simples razones por las que las mujeres del mundo salen hoy a protestar.

¿Acaso se podría estar en contra?

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