Una joven, aún con uniforme de colegio, ingresó a una cafetería céntrica, preguntó por un libro que estaba en un mostrador para los clientes. Deseaba matar el tiempo que le quedaba mientras esperaba regresar a su casa. “Podés leerlo, pero es más para los que se sientan a tomar un café”.
La respuesta de la mujer del otro lado del mostrador, que aunque no era malintencionada, la dejó confundida, porque no tenía dinero para ese café que le habilitaría a quedarse a ocupar una silla y quizá leer ese libro. La adolescente, pues, se retiró.
La ciudad está mercantilizada, no hay lugar para los jóvenes, menos aún para los niños y los adultos mayores. No la podemos ocupar si no pagamos, aunque sea una silla en una vereda, porque ese derecho tiene precio de venta.
Y ese no es el único problema. La realidad es que la ciudad, y sobre todo la que nos toca habitar, que es Asunción, una de las más deterioradas de la región, no está diseñada para el esparcimiento, y no solo para quienes busquen una actividad de ocio como simplemente salir a pasear, sino incluso para quienes la viven en su rutina.
Además de estar abandonada, nos aísla del otro, del vecino, del barrio donde al salir un rato de casa charlamos con el que nos vende los tomates porque es cercano.
La arquitecta y urbanista española Itziar González apunta que si bien las ciudades fueron hechas para la cooperación, terminaron robándonos nuestros espacios de relación.
El derecho a la intimidad, que es la vivienda, y a su vez, al de tener un espacio colectivo, como la calle o el barrio, nos fue arrebatado.
“La ciudad estaba pensada para darte un hogar –intimidad– y un lugar de relación. En el momento que tu hogar ya no es tu hogar, porque te lo suben a un precio que ya tienes que alquilar hasta habitaciones para sobrevivir, o tienen que convivir tres familias; o sea, lo que está pasando es que se están mercantilizando los lugares para la intimidad, y nos están robando los lugares para la colectividad”, reflexiona.
Bajando al nivel local se pueden hablar de enormes similitudes, en un país donde el derecho a la vivienda, que es otro capítulo más amplio, ya no está garantizado para esta generación, y la calle no está hecha ni para encontrarnos ni para desarrollarnos.
Nos gustaría pensar en una ciudad amigable para los jóvenes, con centros culturales públicos, espacios seguros al aire libre, actividades accesibles. Los adolescentes tienen derecho a algo más que matar el tiempo en los banquitos rotos de plazas destruidas. Queremos que puedan cantar, bailar, compartir, hacer deporte, aprender, y que sea la ciudad donde viven la que pueda darles ese derecho.
Hoy, el ocio es caro, no hay ni parques verdes a donde podamos ir si no tenés auto, ni centros culturales donde desarrollarnos o encontrarnos con el otro.
Y luego el gran problema de las infancias, condenadas a la pantalla, que ya no pueden vivir la experiencia de la comunidad que las cuida, o la calle del barrio donde jugar. Qué necesario volver a jugar.
Los adultos mayores tampoco tienen espacio. Nada está hecho para que puedan vivir dignamente, sino encerrados en soledad.
A propósito de un 2026 que nos muestra, a quiénes destruyeron nuestra ciudad, de nuevo ansiosos por permanecer con supuestos proyectos políticos, que solo sirven para sostener sus estructuras dedicadas a sus pequeñas élites.
Pero Asunción se merece personas con esperanza que no den por hecho una desgracia. El futuro no existe, debe ser construido, y puede ser posible una ciudad pensada en las personas.
Hoy, el Municipio está en quiebra, y necesita de la ciudadanía, de todos los sectores, que se involucren en su recuperación. Asunción debe ser reconstruida, deben apartarse quienes la sacrificaron y tomar la posta quienes la quieran levantar. Que la ciudad sea, por fin, apta para sus vecinos, apta para vivir el espacio público.