07 ago. 2025

Argerich sueña con Prokofiev

Hacia el final del “tema con variazioni”, el segundo movimiento del Concierto para piano Nº 3 (1921) del compositor ruso Sergei Prokofiev, podemos escuchar las mismas notas que el estadounidense Jeff Beal introduce en el comienzo mismo del main theme, de la segunda temporada de la serie de televisión House of cards (2013-2018). En el más que placentero álbum Argerich plays Prokofiev (2021), el pasaje en cuestión comienza en el minuto 9:16.

Si mal no recuerdo, no hay música de Prokofiev en la serie. Él era un gran ajedrecista que solía asistir a torneos siempre que podía, y House of cards también tuvo sus momentos de gran ajedrez de la política. A lo largo de las cuatro temporadas en las que Kevin Spacey interpretó al político Frank Underwood, este apareció varias veces jugando (no siempre con las piezas correctamente ubicadas). Tal vez esto y las citadas notas del Concierto que Beal “cita”, acercan al músico (que fue bastante maltratado por el stalinismo soviético) y la serie.

Por otro lado, en la biografía de Olivier Bellamy, Martha Argerich: l’enfant et les sortilèges (2013), que consulté para escribir esta entre De Filias y Fobias, la genial pianista argentina cuenta que conoce el Concierto “mejor que el contenido de mi bolso”. Se sabe que es una intérprete como ningún otro de esta obra cumbre de la música pianística. La aprendió con dieciséis años mientras “soñaba” en 1957, cuando compartía un piso de Ginebra con otra pianista argentina, María Rosa de Oubiña Castro, Cucucha, diecisiete años mayor que ella.

En aquel tiempo, cuando una tocaba el piano, la otra dormía. “Así, en un sueño profundo, Martha ‘aprendió’ el Concierto n.º 3 de Prokófiev, que Cucucha practicaba en ese momento... incluso reproduciendo una nota errónea que su compañera de piso no había captado”, cuenta Bellamy.

Hace unas semanas vi el fantástico documental Bloody Daughter (2012), filmado por la hija menor de la pianista, Stephanie Argerich: la única que lleva su apellido, porque cuando su padre (Stephen Kovacevich) y su madre echaron a la suerte de una moneda cuál de los dos llevaría, ganó Argerich. Allí, por supuesto, sale Martha tocando el Concierto, mientras su hija reflexiona cómo su madre rejuvenece diez años luego de terminar un recital: ese es el efecto que la música causa en Argerich. De los que causan ella y su talento descomunal en millones de personas, mucho ya se ha escrito.

Bloody daughter (o sea, “maldita hija”, pero con la inversa connotación inglesa de “hija pródiga”, nos enteramos gracias al documental) bucea en la vida íntima de una celebridad de la música clásica sin apelar a los golpes bajos de lo privado expuesto al morbo, algo demasiado usual en los productos biográficos de este tipo. Bueno, también hay algo de esto; aunque no es aquí una decisión narrativa central, como lo es en muchas películas que pululan por ahí buscando alumbrar las regiones obscuras de su personaje mediante el comercio con una intimidad devoradora del mito. No es este el caso. Alumbra, es cierto; pero apunta su haz de luz sobre algo increíblemente despojado de su inevitable aura mitológica, de entrada. Entonces asistimos, si no a la clausura del aura, sí a su resignificación irónica: la gran Martha Argerich surge, así, como la confirmación de lo extraordinariamente humano... a la vez que de lo ordinario. Y aun así, resulta una Argerich artista sin parangón, a la vez que madre de una ejemplaridad disruptiva que resulta saludable ante los modelos al uso más comunes de maternidad.

En este sentido, solo la mirada de una hija no condicionada, vocacional y profesionalmente, por la estatura artística de su madre (o sea, una hija que no vive de la música, aunque vivido “en ella” desde su infancia errabunda detrás de la excepcionalidad de su madre), podía haber logrado esta agradecida hazaña que, en efecto, logró Stephanie Argerich: la hija que fue bendecida por una moneda y nos bendijo, a la vez, con esta película.

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