18 dic. 2025

Un Perú

El Imperio incaico, acaso el más rico del subcontinente, fue conquistado por Francisco Pizarro, un criador de puercos de Trujillo (Extremadura) que vino con una afiebrada sed de oro a América, buscando el viru en un barco con 168 aventureros, unos cuantos caballos, arcabuces, un par de perros, y con ellos llenó los barcos de oro y plata para liberar al secuestrado Atahualpa, uno de los hermanos líderes del Imperio conquistado. Pizarro se quedó a vivir en el Perú, tuvo hijos con indígenas, entre ellas Francisca, sobre quien Alonso Cueto escribió una maravillosa novela. Fue, finalmente, asesinado por la codicia y venganza de otros españoles, su cuerpo enterrado en la Catedral y su estatua levantada en el vértice de la Plaza de Armas de Lima fue sacada del sitio luego de varios años, escondida y luego vuelta a colocar en un lugar no muy lejano del original, pero ya no cercana al poder peruano republicano. Todo un símbolo en un país que esta semana declaró vacante la presidencia de Dina Boluarte, la vicepresidenta de Pedro Castillo y que desde diciembre de 2022 gobernaba ese país con una frágil alianza en el Congreso no sin antes meter preso al mandatario electo. La echaron del poder porque no estaba “moralmente preparada” para seguir en el cargo. La sustituyó un congresista acusado desde hace pocos meses de violación. Es la séptima presidenta que deja el cargo en los últimos nueve años. Algunos como Alan García terminaron suicidados antes de enfrentar a los tribunales. Pero la complejidad de la política del Perú requiere algunas puntualizaciones.

Es un país con grado de inversión de las tres calificadoras –no como nosotros que el Gobierno grita gol con solo una–, es un país desigual como nosotros. Una nación compleja dividida en tres regiones completamente distintas (costa, sierra y selva), donde habitan más de 30 millones de personas a las que solo les une el fútbol, el pisco y el ceviche. Estuve en Lima e Iquitos en la Amazonia a la que solo es posible llegar por agua navegando varios días o por aire luego de dos horas de vuelo desde su capital. Iquitos fue la capital de la explotación del caucho desde 1875 a 1910. Aquello, en mitad del Amazonas, con mosquitos, humedad, lluvia y explotación, fue tan terrible que Roger Casement, el irlandés a quien Vargas Llosa dedicó una novela, El sueño del celta, vino a dar un reporte acerca de cómo vivían infrahumanamente los indígendas reclutados para la tarea de la explotación del caucho. Vivían es un decir, algunos sobrevivían en las bodegas de los barcos comiendo sus heces y tomando sus orines. Cuando morían eran tirados por la borda para alimentar las pirañas. Su libro azul sobre la horrible experiencia en el Putumayo sacudió las conciencias como lo hizo antes con sus referencias al Congo previo a que cayera en desgracia ante los británicos y se convirtiera en héroe nacional para los irlandeses. Pero eso es otra historia.

En Perú –que tiene una informalidad parecida a la nuestra– se formaron pandillas que hicieron de la extorsión un negocio. Cobran por todo. Desde entrar a los barrios hasta instalar un comercio, pasando por la operación de autobuses. Si no pagás, el sicario asesina frente a los pasajeros a los choferes. Han sido más de 150 en menos de un año. Cuando llegué y cuando salí en la última semana de septiembre y la primera de octubre, paros nacionales intentaron llamar la atención de la gobernante que respondió de forma cínica: “Cuando reciban llamadas de gente que no conozcan, no respondan”. Los jóvenes de la generación Z salieron como aquí a las calles para protestar por su falta de oportunidades, inseguridad y falta de futuro.

Es un país quebrado políticamente. Más de 42 movimientos y partidos procurarán alcanzar el poder en primera vuelta en abril próximo, pero nadie espera recibir más del 20% de los votos y buscar sumar a cómo se pueda en la segunda vuelta. El electo deberá lidiar con un Congreso fragmentado que seguirá haciendo lo mismo que las pandillas: extorsionar. La Justicia funciona mejor que aquí con un puñado de fiscales y jueces que se animan y donde sus autoridades no frenan sus investigaciones ni condenas. A los políticos no les gusta que tengan libertad ni autonomía y buscan restringirlos.

Un país hermoso, complejo y con una gastronomía excepcional que no tiene suerte –como nosotros– con sus políticos que –como aquí– gozan allá de un notable desprestigio y hartazgo. Las inversiones sin embargo llegan de afuera no como aquí. Los chinos han construido en Chancay el mayor puerto de América en el Pacífico a un costo de USD 4.000 millones. Lo mismo que costó Itaipú sin los ajustes bancarios.

Vivir en un país donde votan o botan a presidentes sin muchos dramas ha hecho que valga un perú lograr la estabilidad como cuando se toma uno una botella de pisco. La borrachera democrática en el país incaico con toda seguridad continuará.

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